Natalia G. Vargas

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A Yone Caraballo, enfermero de Urgencias del Hospital Doctor José Molina Orosa de Lanzarote, le cuesta pegar ojo desde que la COVID-19 invadió la Isla. Los contagios se han disparado. Las reuniones sociales de Navidad marcaron un punto de inflexión en la Isla más oriental de Canarias que, hasta ese momento, había pasado desapercibida para el virus en comparación con Tenerife o Gran Canaria. Ahora, el Hospital enfrenta la peor ola sufrida desde que estalló la pandemia. Los sanitarios duplican las horas, el complejo se transforma poco a poco en un lugar dedicado casi en su totalidad al virus y las vidas de 15 pacientes penden de un hilo. Según los últimos datos publicados por la Consejería de Sanidad, Lanzarote registra 1.051 casos activos y arrastra 22 fallecimientos y 3.568 casos acumulados desde marzo. Además, 31 sanitarios están en aislamiento por un brote en la planta de Medicina Interna que suma hasta ahora diez positivos: cinco pacientes, tres trabajadores y dos familiares, según los últimos datos del Gobierno regional. Casi un año después de que el virus entrara en Canarias, Caraballo sigue pidiendo de forma incansable responsabilidad a la población. “Hagámoslo aunque sea por los pacientes que ahora dependen de un respirador y por sus familias. Por los que han sido intubados y sedados sin saber si van a despertar y por los que se han ido sin poder despedirse”. 

“En marzo creíamos haberlo visto todo, pero ahora sí que estamos desbordados. Estamos machacados física y psicológicamente. Ahora tenemos a familias enteras en la planta COVID”, asegura Yanire Caraballo, una enfermera de la Unidad COVID que ha aumentado a doce horas su jornada laboral. Para poder hacer frente a la crisis sanitaria que atraviesa, el Hospital Molina Orosa ha puesto en marcha el Plan de Contingencia por COVID-19. La presión asistencial ha obligado a habilitar para pacientes con coronavirus las 47 camas de la Planta de Cirugía. También se contempla la apertura de la planta médico quirúrgica, con 32 camas disponibles, y la planta de Medicina Interna, con 41 plazas más. Estas tres medidas suman 110 camas disponibles para pacientes con coronavirus. El director médico del Hospital, Carlos García Zerpa, recuerda que este Plan de Contingencia lo elaboraron en la primera ola, cuando tenían varios planes alternativos por si la situación empeoraba, pero no tuvieron que poner ninguno en marcha. En esta ocasión, “el hospital está completamente reconvertido”. “La Navidad nos ha roto por completo”, asevera. 

Del total de casos activos, 54 han requerido hospitalización. De esta cifra, 39 están en planta y 15, en Unidades de Cuidados Intensivos. La UCI del Hospital tenía diez camas antes de la pandemia. Para poder hacer frente a esta crisis, se han añadido en las últimas semanas siete más de la Unidad de Cirugía Mayor Ambulatoria (CMA) y otras cuatro en la Unidad de Reanimación Postquirúrgica (REA). También se han preparado diez camas en las zonas de quirófanos y doce en la Unidad de Recuperación de Postanestesia (URPA). En total, hay 43 camas disponibles, que podrían ser 49 si fuera necesario, ya que se prevé reconvertir la unidad de corta estancia de urgencias, lo que supone un añadido de 13 plazas más. 

“Después del virus tuvieron que enseñarme a andar”

El 23 de marzo, Carmelo, un residente lanzaroteño de 50 años, acudió al Molina Orosa porque tenía dificultades para respirar. Allí le informaron de que tenía el virus. Al día siguiente tuvo que ser ingresado y poco tiempo después le indujeron un coma que duró 35 días. En ese momento, había cuatro pacientes en situación grave y “por suerte” aún dejaban entrar a algunos familiares. En el caso de Carmelo, cuando despertó, pudo ver a su pareja. “Cuando despiertas no te quieres dormir, sentía miedo y no me gustaba estar con la luz apagada”. En el caso de las consecuencias físicas, el lanzaroteño tuvo que recibir varias sesiones de fisioterapia. “Prácticamente tuvieron que enseñarme a caminar”, recuerda. También le afloró la diabetes y arrastra aún secuelas en los pulmones. Después del coma, Carmelo no podía hablar, le temblaban las manos y no podía escribir. 

Carmelo estuvo ingresado en 2010 por una neumonía y tiene apnea del sueño, por lo que por las noches siempre utiliza un aparato que le ayuda a respirar mejor. En su caso, la infección le dificultó aún más su capacidad respiratoria. “Escapé por los pelos”, afirma. Carmelo alaba la atención de los sanitarios y recuerda que cuando salió del hospital le hicieron incluso una pequeña celebración. “Ahora no pueden. Ahora si se vacía una cama de inmediato se ocupa otra”.

Para poder atender al resto de pacientes, el Hospital ha firmado un acuerdo de colaboración junto al Servicio Canario de Salud con la clínica privada Hospiten, que facilitará el ingreso de 30 pacientes. En la peor de las situaciones previstas, se prevé la construcción de un hospital de campaña en las antiguas dependencias de suministros, anexas al edificio central. Allí ya se están instalando 20 nuevas camas con control de enfermería. 

El director médico del Molina Orosa asegura que los pacientes sin COVID que ingresan siguen siendo atendidos, aunque se ha tenido que reducir alguna actividad. “Hemos tenido que quitar algunas especialidades en consultas externas porque están con dedicación exclusiva a la COVID”. Así, el complejo hospitalario ha habilitado diez camas para Cuidados Intensivos de pacientes con otras patologías en el área de cirugía. Asimismo, la ausencia de los 31 sanitarios en aislamiento por el brote en la planta de Medicina Interna se ha suplido con profesionales de otras áreas que ahora están paralizadas.

“¿Me moriré?”

La COVID-19 no es un riesgo solo para las personas mayores. La tercera ola ha dado un golpe de realidad a Lanzarote, que ha visto morir a una mujer de 38 años y requerir de cuidados intensivos a jóvenes de poco más de 20 años. “La gente intenta consolarse creyendo que todas las personas que fallecen tienen patologías previas, pero a veces esa supuesta patología previa son diez kilos de más”, cuenta un sanitario del Molina Orosa. Cuando los pacientes ingresan en la Unidad COVID sienten miedo. En el recuerdo de la enfermera de esta área, Yanire Caraballo, aún resuenan las preguntas que más se repiten: “¿Voy a poder salir? ¿Me moriré?”. Estas pérdidas tienen en los sanitarios un fuerte impacto psicológico. “Siempre una muerte duele, pero cuando es por culpa de irresponsabilidad, duele más”, cuenta la trabajadora del Hospital lanzaroteño. 

Desde marzo, han muerto con el virus en Lanzarote 22 personas, trece mujeres y nueve hombres. nueve fallecidos eran mayores de 80 años, cinco tenían entre 70 y 79 años, seis, entre 60 y 69, uno de los fallecidos tenía entre 40 y 49 años y otra mujer tenía 38. Manuel García, neumólogo del Hospital, nunca había visto nada similar. Tampoco en los brotes más fuertes de la gripe. “Los pacientes están más graves y hay más sobrecarga de trabajo”. En la primera ola, había un médico de guardia para pacientes con patologías médicas. En la segunda, tuvo que ampliarse a dos. En la actualidad, ya son tres los médicos de guardia. 

Con independencia de la edad, suelen repetirse los mismos síntomas entre los pacientes, explica García. Fiebre, tos, dificultad para respirar, baja oxigenación en sangre y neumonía por COVID en los dos pulmones. En los pacientes más graves, no solo se inflaman los pulmones, sino el resto del organismo. “La mayor gravedad del cuadro se percibe cuando empiezan a fallar otros órganos”, cuenta el neumólogo. Desde hace algunas semanas, García se dedica casi en exclusiva a pacientes con el virus. Tanto los neumólogos como los internistas han tenido que recibir ayuda de otros especialistas ante la sobrecarga de trabajo. 

Es difícil saber cuándo comenzará aliviarse este colapso. “Hay que tener en cuenta que las personas que dan positivo no ingresan de inmediato. La enfermedad puede agravarse cuando pasan diez días y cada día hay hasta cien nuevos contagios. Por tanto, calculamos que hasta dentro de dos o tres semanas no vamos a experimentar una bajada notable”, augura Manuel García. Lluis Serra sostiene que la situación de estrés hospitalario es algo que se soluciona a medio plazo. “El resultado de la presión hospitalaria lo veremos dentro de algunas semanas. Cuando alguien entra en intensivos es por una media de dos meses. Son estancias largas y las altas mucho más lentas. Muchas son por exitus, por defunciones”. 

Hasta el último contacto

Sandra es enfermera del equipo de rastreo, y ha pasado de trabajar ocho horas diarias a pasar hasta 14 en el Hospital. “Nadie me pide que lo haga, pero cuando ves a tus compañeros con el agua hasta el cuello te quedas. Hoy por ti, mañana por mí”. En este momento, Sandra forma parte del área de Educación, encargada de ordenar las cuarentenas de los menores con un positivo en sus aulas. Para ello, se tiene en cuenta la ventilación de la clase, las condiciones de la misma y la distancia entre el alumnado. Si en diciembre le hubieran preguntado si los colegios e institutos eran lugares seguros, habría dicho que sí con rotundidad. Pero ahora el virus está por todas partes. “Creo que en los centros educativos las normas se aplican rigurosamente, pero ahora hay tantos casos que es difícil responder”, matiza la sanitaria. 

Cuando un médico informa de un positivo de COVID-19, el equipo de rastreo se pone en contacto por teléfono con aquellas personas con las que el contagiado ha tenido contacto. Siempre se tiene en cuenta si las personas han estado más de quince minutos a menos de un metro y medio de distancia, sin mascarilla o con la mascarilla mal puesta, explica la enfermera. “Les preguntamos cómo se encuentran y recordamos que deben estar en aislamiento hasta el resultado de la segunda prueba PCR. Muchas veces la gente se relaja cuando la primera prueba da negativo”. 

Los rastreadores suelen localizar a la mayoría de contactos, pero siempre hay alguien que miente. En ocasiones, los profesionales han tenido que llamar a la Policía o advertir a Salud Pública ante pacientes que se han dispuesto a coger un avión. Ante la irresponsabilidad ciudadana, Sandra propone más sanciones. “Hemos visto en intensivos a abuelos pasar la COVID-19 como si nada y a jóvenes muy mal. No puede ser que con todo el tiempo que llevamos así haya gente todavía con la mascarilla mal puesta. Hasta que no nos toque una hospitalización muy de cerca, no nos daremos cuenta”, asevera. 

La vida fuera del Hospital

“Cuando entramos al Hospital, nos ponemos nuestro Equipo de Protección Individual (EPI), tomamos las máximas precauciones y empezamos a luchar en un campo de batalla. Luego salgo, veo las terrazas llenas y a personas con la mascarilla mal puesta y me quedo con la moral por los suelos”, cuenta Yone Caraballo. Arrecife es la novena ciudad de España con una Incidencia Acumulada a 14 días más alta, con 1.063 casos por cada 100.000 habitantes. El municipio capitalino concentra el 91% de los casos activos (964) y el 94% de las muertes. Estos preocupantes datos han obligado al Gobierno de Canarias a imponer el nivel 4 en Lanzarote, el máximo de la Comunidad Autónoma.

De este modo, las restricciones vigentes son las más duras contempladas en la comunidad autónoma. La Incidencia Acumulada a 14 días en la Isla es de 733,5 casos por cada 100.000 habitantes. La cifra es 21 veces superior a la registrada el 23 de diciembre de 2020, cuando la IA a dos semanas era de 34,8 casos por 100.000 habitantes. Lluis Serra, el portavoz del comité científico que asesora al Ejecutivo regional, señala que este crecimiento “probablemente se haya podido deber a una mayor relajación en las fechas navideñas” por la mejor evolución de los datos en la provincia oriental. Si bien, Serra asegura que la incidencia está bajando poco a poco, por lo que “no tendría sentido ahora recrudecer las medidas”. 

Carmelo, superviviente de COVID, no entiende “la irresponsabilidad de la gente”. “Lo más importante es que se den cuenta de que no solo es un tema de salud, sino también de humanidad”. El lanzaroteño lamenta la sobrecarga de trabajo de los profesionales sanitarios que están viviendo en el Hospital “una auténtica barbaridad”. “Si nos falta ese servicio sanitario, vamos a tener un problema muy gordo. Estamos dinamitando el Servicio de Salud”. 

Para que el virus ofrezca una tregua a los sanitarios, el enfermero de Urgencias propone un “autoconfinamiento”. “Que salgamos a trabajar, ir al supermercado y llevar a los niños al colegio’’, plantea. ”Ya habrá tiempo de fiestas, pero los sanitarios no podemos solos. No somos robots que pueden enfrentarse a una ola tras otra. Entre el ocio y la economía y la vida, yo me quedo con la vida’’. El director médico del Hospital también considera que las restricciones impuestas hasta el momento no son suficientes. “Toda la sociedad científica lleva tiempo diciendo que necesitamos un confinamiento estricto”, apunta. “Sabemos que las próximas seis semanas serán igual de duras. Si la ciudadanía quiere ayudar al Hospital, propongo un autoconfinamiento”.

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