Espacio de opinión de La Palma Ahora
El mito de la supervivencia
Hasta comienzos del S. XIX se consideraba, siguiendo los mitos creacionistas, que las especies naturales siempre habían sido las mismas. La idea de “proceso” aplicada a la metodología científica, desvelaba tan buenas explicaciones de los “fenómenos” que se vuelve inherente a este método de conocimiento. Así, poco a poco, con la participación de Lamark, Herber Spencer, y otras gentes “anonimadas”, hasta llegar a Darwin y El Origen de Las Especies, la idea de proceso, aunque bajo el prisma “utilitarista” anglosajón, llega a la biología con conceptos como “evolución”, “supervivencia del más apto”, etc.
En febrero de 1888 Thomas Henry Huxley, discípulo de Darwin, publica en la revista The Nineteenth Century un ensayo titulado The struggle for life: a programme (la lucha por la vida: un programa). Dando inicio, oficial, a la sociobiología, y a la teoría que se popularizó como darwinismo social. Acuñada así, unos años antes por el periodista Emile Gautier, esa pretensión de analogía, en aquellos términos, entre la lógica social y la biología. Programa social que hoy se impone criminalmente por medio de la guerra, la ingeniería sociopolítica, la industria cultural del capitalismo y la connivencia del “status quo”.
Aquellos conceptos darwinistas de la “lucha por la supervivencia” o el de la “selección natural”, son usados para dar una justificación biologicista a las teorías políticas derivadas del liberalismo económico inglés de la “libre competencia”, o del despotismo ilustrado del Renacimiento. Así pretendían enfrentarse al socialismo utópico y científico en expansión, que ya había usado antes la metodología científica para demostrar sus postulados. El debate político se extiende así a la ciencia. Por ejemplo, los textos de P. Kropotkin recogidos en El apoyo mutuo, un factor de la evolución, en el que se pretende refutar a Huxley demostrando que, además de la selección natural, el “apoyo mutuo” también es un factor de evolución de las especies. Desde mi punto de vista, este debate bizantino entre la naturaleza idílica y la naturaleza salvaje, y sus diversas matizaciones, es la “madre del cordero” del debate filosófico que se pierde en el origen de las “civilizaciones” y que aún hoy sigue vigente.
Era estilo de la época buscar en todos los conocimientos una fundamentación de la tesis que se quería demostrar. El conocimiento no estaba tan fragmentado como ha impuesto el modelo industrialista. En la Genealogía de la Moral de 1887, Nietzsche parece querer aportar su propia tesis al debate del momento. La elabora a partir de una genealogía etimológica que luego recurre a las ciencias más arriesgadas de su momento. Tal vez los conocimientos científicos de Nietzche fuesen escasos y su punto de partida teórico romántico, pero con su concepción del conocimiento humano como estética aporta al debate filosófico un nuevo giro copernicano que puede aportar salidas al atolladero ético y político actual.
La naturaleza y la propia humanidad son fuente de inspiración tanto de la tabla de valores (de equivalencias) y del orden, del poder que garantiza su validez, como es fuente de inspiración también de nuevos valores y formas de poder; interpretaciones que se oponen, no necesariamente de forma diametral (por ejemplo el abanico ideológico dentro paradigma racionalista moderno), a las interpretaciones establecidas o institucionalizadas. Ésa es la función de los conocimientos: la interpretación y representación de la humanidad en la naturaleza para construir modelos de orden y equivalencia, aunque sea afirmando el caos como la Teoría Cuántica o la Relatividad, para la administración, gestión, rentabilidad, y valor añadido de la vida (en términos del orden actual). Estos conocimientos no desaparecen al perder su hegemonía los administradores del poder y la justicia vigentes, son reintegrados con nuevas funciones coherentes al nuevo modelo de interpretaciones. El arte, por ejemplo, como conocimiento de la representación en sí misma (mímesis, representación, de lo sublime, de lo bello), puede ser instrumentalizado para la representación de las interpretaciones de cualquier modelo. Igual que la ciencia, etc.
El intento de un iusnaturalismo es siempre conservador, pero también cualquier otra moral petrificada. Cualquier orden, por tanto cualquier poder del que emana, o es superado o se queda en mera supresión, estancamiento, parada, detención?, orgánicamente eso supone la muerte, independientemente del sentido, la orientación política, que imprima el nuevo poder que se establezca. Pero, además, la moral y cualquier poder que la sostenga ya es una cosa “humana, demasiado humana”: su origen como interpretación de la naturaleza no determina que tenga que continuar así; la cultura ya se ha alejado mucho de sus orígenes y sus modelos no tienen por que inspirarse necesariamente en la naturaleza. La moral que pretenda un progresus de la humanidad tendrá que ser consciente de su “obsolescencia” y “parcialidad”. Obsolescencia y parcialidad de la “tabla de compensaciones” y del orden que la sostiene, determinada por “el punto de vista”. Toda moral que pretenda una fuente y una instauración definitivas terminará siendo inevitablemente una represión, cuyo fin será sólo el mantenimiento de la represión en sí misma. Pero si además, la compensación queda fuera de la vida, en el “más allá”, será una represión sin sentido, un engaño, que con la espiritualización (la sublimación en cultura y estilo de vida) es una auto-aniquilación para nada, un sufrimiento para nada, que se queda en mera servidumbre? Si, al contrario, la compensación es puro hedonismo ya no tiene ni sentido espiritual, sino puramente de animal domesticado.
Aquí, unida a la idea del conatus spinozista, se esgrime un argumento que encuentra en el fundamento biológico evolutivo, orgánico, de la fuerza y la resistencia ?acción y reacción? una justificación anti-iusnaturalista, anti-utilitarista y anti-teleológica. Estableciendo a la “voluntad de poder” y a sus resistencias como factores del devenir social, en cierta consonancia con las teorías evolucionistas, pero difiriendo en extraer de esto un sentido, una orientación moral o política. El derecho es sólo un medio para un poder. Un medio que emana de un poder para su automantenimiento. La acción y la reacción no tienen más sentido que el que inicia un poder y los poderes que se resisten. Cada poder quiere establecerse como un principio y un fin. Pero si su derecho no permite nuevas interpretaciones ?autosupresión? está contra la vida. Voluntad de poder y autosupresión son lo que permiten la regeneración, la dinámica propia de la vida, pero cómo los usemos es cosa humana.
(La cuestión del auto- y del conatus son complejas?, pero) superación (de sí mismo) implica supresión (de sí mismo), esa supresión es el medio hacia nuevas formas (de sí mismo) y no un fin. Un medio para/tras la fantasía del futuro. La fantasía del pasado nos devuelve a lo antiguo, ?intento de mantener un estatus superado?, anestesia y mata mediante la falsedad de lo idílico de un orden que toma como modelo una imagen de la naturaleza construida a partir de sí mismo; la proeza: cantos del héroe, la fuerza del macho y la hembra paridora. La función del arte; institucionalización de un orden. La precipitación tras la fantasía del futuro aumenta el riesgo de autoaniquilación, por sobreestimación de la fuerza, cayendo en una mera crueldad como fin en sí misma: sacrificio como intercambio con los dioses, sacrificio sacralizado, institucionalizado: obra de arte como liturgia, rememoración del sacrificio que conduce a la espiritualización: adopción del sacrificio como estilo de vida, autosacrificio como fin en sí mismo, destierro de la compensación fuera de la vida.
Desde mi punto de vista, además de llamar la atención sobre la lógica de la autojustificación del poder, esto no le quita valor a los conocimientos, ni los reduce a mera subjetividad o antropocentrismo o eurocentrismo o todo-vale? (con el que se ha querido desprestigiar al giro posmoderno, por culpa de algunos autores de la demagogia retro antimoderna que quiso ver en esto una vuelta al gnosticismo y el consecuente conservadurismo, por ejemplo). Ni tampoco justifica la misarquía de la parte más débil de la sociedad, que le conduce a la autoexclusión en la participación política. Más bien, el carácter transitorio y parcial del poder y la representación, como límites de la conciencia ?límites de un “territorio” cada vez más amplio gracias a “las nuevas tecnologías de la memoria”?, permite reintegración y reinterpretación desde el punto de vista de la integralidad, pero también el “respeto” en el debate de la pluralidad; permite algo de participación creativa, puntos de vista, y no la mera reproducción. Es decir, la posibilidad y la responsabilidad de cada generación de participar activamente en la orientación ideológica y práctica de lo humano que sólo se pueden articular desde las instituciones (permitidas o prohibidas) de su comunidad.
Es como una gran nave inabarcable, construida durante milenios, heredada, que ha dado distintos golpes de timón, magullada y reparada millones de veces? con una inercia inconstante que permite que podamos, la gente de todos los ahora, aportar nuestra huella a partir de nuestras distintas representaciones de pasado y de futuro? un grado de timón ya es un cambio de rumbo? o más sencillamente, como una sesión de jazz en la que entran y salen músicos, instrumentos, solos, versiones, estilos e improvisaciones, gente que baila, swing, groove? que no se sabe cómo empezó, ni cómo acabará? lo cuál no le importa demasiado a nadie de quienes la disfrutan? hasta que algo sobre-redunda o desafina y conmueve emociones y conciencias? cuyas representaciones motivan acciones para el restablecimiento de endorfinas y dopaminas?
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