Los dos nuevos 'monstruos' que iluminan la noche de La Palma

Toni Ferrera

El Paso —

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Jorge, que vive en el límite de la zona de exclusión del volcán de La Palma, sube a la Iglesia de Tajuya para ver con unos prismáticos cómo evolucionan las dos nuevas coladas de lava que nacieron la pasada madrugada a unos pocos metros del cono principal. La masa de rocas a mil grados discurre de forma fluida al norte de otro río de magma, el que llegó al barrio de La Laguna, y ya ha atravesado la carretera a Tacande. Por el momento, su casa no corre peligro. Pero ya ha aprendido que todo puede pasar. “De este [en referencia al volcán] te puedes esperar cualquier cosa. Esas dos coladas están pegando duro. Dentro de un par de horas se lleva un edificio que estaba ahí. Yo conocía la casa. Y hay otras alrededor, claro”.

Desde el mirador de la Iglesia de Tajuya la ceniza está pegando tan fuerte que se siente como una lluvia de pelotas de caucho, el que se usa para los campos de fútbol artificial, rebotando en la cabeza. Ahí se da una paradoja difícil de explicar. Jorge observa la lava esperando que no baje hasta la rotonda, donde se encuentra el domicilio de sus padres y, después de la erupción, el suyo también. A su alrededor, decenas de personas montan sus trípodes, se reajustan las capuchas y esperan hasta capturar la mejor instantánea de las dos nuevas corrientes de fuego que descienden a gran velocidad, “como si fuera agua”, repiten los palmeros.

Este domingo se han cumplido diez semanas desde que se abriera la tierra en la montaña de Cabeza de Vaca, en el municipio de El Paso. Los últimos días habían estado cargados de esperanza por el descanso que parecía estar tomándose el “bicho” o “gallo” o “monstruo”, depende de a quién le preguntes, que ilumina las noches de la isla. Sin embargo, los expertos, que habían empezado a hablar de cierto debilitamiento de la actividad eruptiva (siempre dejando claro que nada es descartable), se llevaron una pequeña sorpresa el jueves, cuando una nueva boca se abrió al sur del cráter. Y otra este domingo, con los dos nuevos centros emisores que han surgido, amenazando con más evacuaciones.

“Ese es el runrún que se ha escuchado aquí todo el día. Que es posible que evacúen esto otra vez”, apunta Jorge. Las familias de los barrios de Tacande de Abajo, Tacande de Arriba y Tajuya ya han tenido que salir corriendo de sus casas en varias ocasiones, especialmente por la emanación de gases tóxicos. Guardan en bolsas una vida entera en caso de tener que cerrar la puerta de su hogar por última vez. “En uno de esos episodios [de salida inmediata]”, indica Juan, amigo de Jorge, “me llamaron para coger a la perra. ¡Yo estaba en Santa Cruz de La Palma!”, que se encuentra a más de media hora en coche. “Esa colada, la última, está derramándose, está acercándose, pero ahí hay un pequeño barranco, así que no creo que venga”.

A algo se tiene que agarrar la isla en medio de tanta incertidumbre. Según ha señalado el Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (PEVOLCA), la emisión de dióxido de azufre (S02), uno de los indicadores que refleja cuán despierto está el volcán de La Palma, se disparó este sábado con una tasa de entre 30.000 y 49.999 toneladas diarias. La sismicidad, a profundidades intermedias, se ha incrementado en las últimas 24 horas. Las vibraciones del volcán también han subido. Todo apunta a que el final de la erupción está lejos y que se convertirá en la más longeva de los últimos 500 años. Ya hay vecinos de La Palma haciéndose a la idea de tomarse las uvas entre rugidos y terremotos.

Julia ha estado todo este domingo dando vueltas alrededor de su casa por si la Guardia Civil se presenta y le pide desalojar su casa. Es uno de esos planes extraordinarios que se llevan dando en La Palma desde el mes de septiembre. Ella anda preocupada. De fondo, parece que las nuevas bocas eruptivas han querido quitarle protagonismo al cono principal del volcán al generar dos coladas de lava que se dirigen a su vivienda. Pero es un efecto óptico volcánico (otra de las cosas inauditas que se están dando en esta isla). En principio, esos ríos se unirán a los antiguos y no llegarán hasta donde se cimentan sus raíces. No obstante, tiene una petición: “Que pasen por aquí y me digan: mira, ten algo preparado, porque esto [en referencia a la colada] se puede ensanchar y puede alcanzar la rotonda”.

“Si ellos están viendo que está bajando por ahí”, y Julia señala la calle por la que se supone que podría descender la lava, “que pasen y nos digan que estemos pendientes. Pero, ¿tú has visto a alguien por esta zona?”, se pregunta. Ella, al final, tiene una razón de peso. Este sábado se compró una secadora y quiere salvarla a toda costa. “Que me avisen con tiempo. Si no lo hacen y me dicen ”márchate“, yo les diré: no, antes me llevo la secadora”.