Natalia G. Vargas / Alicia Justo

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Aboubacar llegó en 2006 a Gran Canaria siendo menor de edad. En aquella época, recordada como la crisis de los cayucos, él y sus compañeros salían los fines de semana al parque de Santa Catalina, en Las Palmas de Gran Canaria. Aboubacar recuerda cómo allí, muchos sábados, un hombre mayor se les acercaba para ofrecerles dinero a cambio de que lo masturbaran. “Nosotros en aquel momento ni siquiera sabíamos qué era una masturbación. El hombre podía pasarse un largo tiempo explicándonos lo que era masturbarse. Además, se sabía bien nuestro horario, a qué hora llegábamos los menores de los centros”, cuenta. 

Con el repunte de las llegadas de pateras a Canarias desde 2020, volvieron también los intentos de explotar sexualmente a las personas que sobreviven a la ruta. Desde que el campamento de acogida de Las Raíces, en Tenerife, abrió sus puertas en febrero de 2021, varios usuarios han reportado casos de acoso. Así lo confirmó la propia organización que gestiona el recurso, Accem. “Hay un hombre que va con su coche, una berlingo gris, y se lleva sobre todo a marroquíes”, denunció también la asociación Hay Raíces. El hombre les ofrecía intercambiar alcohol y droga por sexo. La Policía Nacional ya investiga el caso.

La repetición de estos episodios de violencia revela que no se trata de casos aislados, sino de una dinámica vinculada a las políticas migratorias de Europa. “La vulnerabilidad no es un factor esencial de las personas migrantes. Son las condiciones en las que están las que las convierten en vulnerables. Desde la Ley de Extranjería, hasta las condiciones de acogida, pasando por la construcción de la irregularidad administrativa”, explica el investigador y experto en psicología social Daniel Buraschi. 

En este punto coincide el activista panafricanista, psicólogo comunitario y miembro del colectivo Dignidad Negra Mba Bee Nchama. Para él, los campamentos de acogida, los CATE (Centros de Atención Temporal de Extranjeros) y los CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros) son “pequeñas zonas del no ser”. En estos espacios, las personas migrantes, racializadas y negras están sujetas a la voluntad, necesidades y deseos, incluso deseos sexuales de consumo de sus cuerpos, por parte de las personas blancas. 

Salah es un joven guineano que residió en el campamento Canarias 50 de Las Palmas de Gran Canaria. Recuerda que, en junio de 2022, estaba apoyado en una de las barandillas del paseo de Las Canteras cuando un hombre, al que no nunca había visto, se acercó, le preguntó su nombre y su país de origen. “Me dijo que mi país era magnífico cuando le respondí que era de Guinea Conakry”, cuenta a esta redacción. 

El hombre se ofreció a enseñarle ese mismo día la isla y terminar el plan en su casa, donde, además, podría comer.  “Le dije que no, que tenía que regresar al campamento. Entonces él me dijo que no me preocupara, que él a las nueve de la noche me dejaría en la misma puerta del campamento. Eso me sorprendió, ya que sabía a qué hora cerraba la puerta del Canarias 50”, recuerda. 

Salah relata que, en otra ocasión, también en los alrededores del recurso de acogida, se cruzó en la calle con un joven. Este lo invitó, sin mediar palabra, al interior de su portal. Al no hacerlo, comenzó a perseguirlo por la calle, hasta que el guineano aceleró el paso y lo perdió de vista.  

Sentimiento de culpa

Estos episodios de violencia suponen un lastre más en la salud mental de las personas migrantes y se suman a su duelo migratorio. “Recibir violencia exterior o acoso deriva en sentimientos depresivos y en estados de ansiedad. Si ya están viviendo una situación postraumática, empeoran los síntomas”, explica Ornella Braucci, psicóloga psicoterapeuta y coordinadora de Frontera Sur Canarias. “No duermen bien, tienen dolor de cabeza constante, viven en estado de alerta permanente y aumenta la desconfianza respecto a las personas que lo rodean. Empiezan a desarrollar un sentimiento de culpabilidad y comienzan a vivir de una manera aún más marginalizada”, añade. 

Para las personas que no se atreven a contar sus vivencias es aún peor. “Muchos tienen el sentimiento de que debe ser un secreto. De que no se puede decir. Es un círculo peligroso que puede traer consigo un fuerte sentimiento depresivo e incluso pensamientos suicidas”, concluye. El acompañamiento es clave. A lo largo de su trayectoria, Braucci ha trabajado sobre todo con menores extutelados que terminan viviendo en la calle. Según su experiencia, son jóvenes marroquíes de entre 18 y 19 años los más expuestos a estos tipos de violencia. 

Según la especialista, potenciar la convivencia en las políticas de acogida es fundamental. “En Canarias tenemos un sistema que partió de una emergencia que se ha normalizado. No es sólo acoger a la gente que venga en patera, sino tener un plan para que puedan ser integrados. Si ya el sistema te reconoce como una parte integrante y no como un marginado, la persona podrá sentirse acogida de verdad”, plantea la psicóloga. 

Sexualizar los cuerpos negros 

Las vulneraciones de derechos tienen unas “profundas raíces históricas”, insiste el psicólogo comunitario Mba Bee Nchama. El activista apunta al racismo y a la condición de la masculinidad racializada como algunos de los motivos que estarían detrás de este consumo de cuerpos de hombres negros y magrebíes. Señala que “los hombres negros, desde la más temprana modernidad, se construyen como esas bestias sexuales, salvajes, que no se cansan nunca”. “Está todo el tema del negro del Whatsapp, por ejemplo. Y Canarias no es para nada ajena a todas esas dinámicas”. Según Nchama, los cuerpos de las personas negras y de los hombres negros que migran son considerados “cuerpos disponibles que no tienen ningún tipo de voluntad o deseo y que hay que poseer”. 

Sobre la vulnerabilidad que se les presupone a las personas migrantes, el activista apunta a que esta idea responde más a una necesidad de Occidente sobre cómo interactuar con las personas migrantes y racializadas que a una condición propia de estas últimas. “Estamos hablando de gente que se busca la vida para venir aquí, que franquean fronteras que son infranqueables, que saltan las vallas, los muros y los mares de la Europa fortaleza; que llegan aquí y se organizan, se apoyan entre ellas, consiguen muchas cosas que el estado racista les niega, pero después es muy difícil ver en un espacio a estas personas como sujetos activos. Se les ve siempre como personas que necesitan ayuda”, destaca.

A su juicio, todo este “conglomerado de discursos coloniales” tiene el propósito de certificar la necesidad del hombre blanco en la vida de las personas negras. Detalla que si la persona migrante no es percibida como vulnerable, si tiene un discurso político, conoce sus derechos y pone límites, una persona occidental no va a saber interactuar con él porque “se le escapa a los parámetros que tiene más o menos preparados para actuar con una persona negra”. 

“Si dejas que la persona siga con su viaje, por ejemplo a través de un permiso de protección humanitaria de un año, puede buscarse la vida y es probable que estas violaciones de derechos no se produzcan”, apunta Buraschi. Durante años, el acoso sexual a personas migrantes ha pervivido en Canarias ante la indiferencia social. “La deshumanización hace que veamos a las personas migrantes como objetos que están ahí para satisfacer los deseos de las personas blancas. Consideramos que se puede vulnerar sus derechos, explotarlas laboral y sexualmente y que no pase nada. Es el caso del cultivo de fresa por parte de mujeres marroquíes que son explotadas”, señala el sociólogo. 

Abusos en centros de menores

En junio de 2021, saltaron las alarmas en los centros de menores no acompañados de Canarias. Algunos trabajadores de Puerto Bello, un complejo de apartamentos en el sur de Gran Canaria habilitado como recurso de acogida, denunciaron de forma anónima que un menor había sufrido una agresión sexual. Un año después, la Fiscalía de Las Palmas presentó una querella contra seis responsables y trabajadores del centro por abandono de familia, omisión del deber de perseguir delitos y lesiones leves. 

Según la Fiscalía, en el centro se producían “continuas fugas, autolesiones de los menores, problemas de convivencia con los vecinos de la zona, menores que se sentían totalmente desprotegidos y temerosos y una sospecha de agresión sexual a un menor que no se puso en conocimiento de las autoridades”. Además, el personal era “claramente insuficiente”, sin preparación para su tarea y contratados para labores de vigilancia y no educativas. Algunos ni siquiera habían presentado el certificado de delitos de naturaleza sexual. 

Mba Bee Nchama propone la formación antirracista en los centros de migrantes para abordar este problema y ayudar a los usuarios a identificar estas vulneraciones de derechos. La psicóloga Ornella Braucci también insiste que una de las formas más eficaces de prevención es la formación de las personas que trabajan con menores. “Pueden evitar que los abusos pasen. Darse cuenta. Establecer una relación de confianza donde la persona se pueda abrir. En un entorno hostil, esto es imposible”.

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