R. hizo justicia. El hombre que condujo la patera en la que murió su hija Séphora, de trece meses, ha sido condenado a ocho años de prisión. Otra decena de mujeres lograron que, después de meses separadas de sus bebés tras llegar a Canarias por orden de la Fiscalía de Las Palmas, pudieran reagruparse con ellos. Atravesar el océano en una embarcación precaria es aún más arriesgado para las mujeres. No solo por las dificultades del trayecto, sino por los abusos que muchas sufren en los puntos de partida, el riesgo de caer en redes de trata de mujeres, por las amenazas que continúan recibiendo una vez en Europa y los obstáculos para integrarse y seguir con sus proyectos migratorios. Desde que estalló la crisis migratoria que atraviesa el Archipiélago desde finales de 2019, aumentó el número de mujeres que emprendían la ruta canaria. La última patera que ha llegado al muelle de Arguineguín, en Gran Canaria, data del 3 de marzo y en ella viajaban 22 mujeres, once hombres y ocho menores.
Este 8M, el Día Internacional de la Mujer tendrá lugar en las Islas bajo el lema “Feminismos canarios sin fronteras”. “Un feminismo sin fronteras simbólicas, porque nos hemos unido para visibilizar un 8 de marzo diverso, simbolizando que estamos luchando juntas”, narra el texto que acompaña al cartel de la reivindicación.
La madre de Séphora ha sido una de las grandes protagonistas de los últimos meses. Aunque no puede dar su nombre por temor a las consecuencias, su caso ha calado en la historia del feminismo. Con un bebé en brazos, escapó de un matrimonio forzado en Costa de Marfil, concertado con un hombre mucho mayor que ella. En Dajla, donde pensaba que el infierno había acabado, se encontró con otro igual de doloroso. Un grupo de hombres con cuchillos largos, en un lugar alejado de la ciudad, la obligó a golpe de barrote a subirse a una pequeña barcaza frágil e inestable de cinco metros de eslora y dos metros de manga. Perdió a su hija, enterrada con nombre en Gran Canaria. Ahora ha conseguido un trabajo y a “las personas buenas que la han ayudado”.
Aissa es otra de las mujeres que ha dado voz a la lucha de las migrantes que conviven en Canarias. Cuando llegó a la costa de Fuerteventura, fue separada de su hijo mientras una prueba de ADN confirmaba su relación de parentesco, por orden de la Fiscalía de Las Palmas. Junto a otras madres en la misma situación, publicó un vídeo en el que advertían del impacto de esta decisión sobre las familias. “Mi hija está enfermando. Ya no come porque su madre no está con ella. Estamos sufriendo. En todas las Islas Canarias se sufre. Sobre todo nosotras, las mujeres”.
Faith es una niña de dos años que sobrevivió a la ruta migratoria canaria y que también fue separada de su progenitora al desembarcar en el muelle de Arguineguín cuando 900 personas permanecían hacinadas en el campamento improvisado sobre el puerto. Fue trasladada a un centro de menores no acompañados gestionado por el Gobierno de Canarias y su madre a un complejo turístico gestionado por Cruz Roja. Pocas horas después tuvieron que ser reunidas de forma urgente porque la menor sufrió un ataque de ansiedad y dejó de comer y de dormir. A los pocos días, la Fiscalía General del Estado autorizó la reagrupación de las familias y reconoció que la presión migratoria que atravesaba la comunidad autónoma estaba provocando un retraso en el resultado de las pruebas de ADN.
La Fiscalía de Las Palmas justificó que este protocolo es una medida de precaución aplicada para evitar sucesos que ocurrieron hace años, en los que se localizó a personas que utilizaban niños para conseguir arraigo en Canarias o para llevarlos a Europa para traficar con menores. “Es una indicación del fiscal de Sala del Tribunal Supremo”, aseveró la fiscal jefa de la provincia, Beatriz Sánchez, a pesar de que en la provincia de Santa Cruz de Tenerife esta medida no se aplicaba.
Las mujeres al otro lado de la ruta canaria
Baba es uno de los mil migrantes que conviven desde hace un mes en el campamento de Las Raíces, en Tenerife. Uno de los siete recursos de emergencia instalados en Tenerife, Fuerteventura y Gran Canaria por el Ministerio de Migraciones en el marco del Plan Canarias. Tiene 35 años, pero cuando habla de su madre, Binta, sus ojos recuerdan a los de un niño. Su padre murió cuando tenía ocho años por rebelarse contra el gobierno mauritano y, desde entonces, su madre ha sido la cabeza de familia. Además de trabajar en el hogar, Binta dirige una asociación para defender los derechos de las mujeres en Mauritania y también forma parte de una cooperativa de trabajadoras del sector textil.
Mientras estaba con sus hijas en su casa, recibió una llamada de Baba. “Estoy en España”. Binta comenzó a llorar y a preguntarle por qué había tomado esa decisión tan arriesgada sin decirle nada. Ahora hablan cada poco tiempo gracias a las recargas de teléfono que le facilitan a Baba los vecinos y vecinas de La Laguna. “Hablamos unos cuantos minutos. Y ella está bien. Es una mujer muy valiente y un ejemplo. Yo he aprendido de ella que las cosas tienen que hacerse bien, con respeto”, cuenta.
Abdul, un joven senegalés de 23 años, no puede contener las lágrimas cuando recuerda a Marie, su madre. Su padre también murió cuando él tenía 13 años y su madre no puede caminar porque está enferma. Con su edad, asumió por sí mismo la tarea de sacar adelante a su madre y su única opción fue intentar llegar a Europa. “Quiero trabajar aquí para poder llevarla a un médico y que pueda volver a caminar”, confiesa. Abdul es un chico optimista, pero las posibilidades de conseguir un empleo son cada vez más difusas. “Esto es complicado. No entiendo por qué llevo tanto tiempo en este campamento. No puedo hacer nada aquí, no tengo nada”.
Por suerte, en su camino se ha encontrado también con Maria, una mujer que vive en Tenerife y que se ha convertido en “su madre de Canarias”. Sus ojos también brillan cuando la ve, y en un pequeño hogar de Senegal, la madre de Abdul también bendice a Maria por cuidar de su hijo.
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