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Aerofobia, el terror a coger un vuelo

Más de medio millón de personas coge diariamente algún vuelo en los aeropuertos españoles. Un 20% de la población tiene miedo moderado a volar y un 10% síntomas severos: al acercarse al avión sienten taquicardia, temblor de piernas, agitación, ganas de vomitar y de llorar, según los expertos.

Unos lo disimulan, no lo cuentan o no tienen necesidad de viajar en avión. Otros, entre el 50 o 60% de los aerofóbicos, evitan volar por todos los medios, dijo el ex comandante Javier del Campo, autor del libro Feliz vuelo. ¿Como perder el miedo a volar?.

“Lo empiezo a pasar mal desde días antes del viaje. Voy al aeropuerto nerviosa, subo al avión, me siento, me quedo blanca, me agarro con fuerza al asiento y voy calladita”, relata F.G. “Lo peor, el despegue y el aterrizaje, una vez en vuelo puedo levantarme, comer y todo”, añade la joven, que además trabaja en el aeropuerto. Viaja por motivos profesionales, pero el miedo le “corta” en los motivos de placer: “Si es por gusto, no me monto en el avión más de cuatro horas”, afirma.

Varios cientos de personas asisten cada año a cursos para superar la aerofobia que se organizan en colaboración con las líneas aéreas, como Iberia y Spanair.

Durante dos días, un psicólogo les explica como afrontar los temores y un piloto responde las dudas técnicas. Además hacen un “viaje” en un simulador en el que experimentan momentos difíciles y como colofón un vuelo real, en trayecto nacional, acompañados de los expertos. El precio oscila entre 480 y 600 euros, con un 98-99% de éxito.

Los ejecutivos, inicialmente los clientes principales, son ahora un 30% y el resto “viajeros”, según Javier del Campo, comandante retirado y responsable de las explicaciones aeronáuticas en los seminarios de Iberia, que han recibido más de 3.000 cursillistas desde 1990.

“Estas personas perciben el avión como un elemento peligroso donde va a ocurrir una desgracia. Creen que se va a caer, se van a desarmar las alas, y además no pueden escapar en vuelo”, explica el psicólogo y piloto Carlos Zerdán.

En los casos severos el síntoma más desagradable es “una pérdida del control, sensación de una muerte inminente”, afirma. De ahí la importancia de trabajar el miedo, las emociones y la ansiedad, además del conocimiento del avión y sus sistemas de seguridad.

“El saber, disipa dudas y cuando disipamos dudas, se disipan los temores”, agrega el psicólogo de los cursos que hace Spanair en Málaga, Madrid, Barcelona, Mallorca, Sevilla y, a partir de agosto, en Canarias.

Imaginación desbordante

El perfil del aerofóbico es el de una persona con una formación cultural y un cociente intelectual alto, muy controladora con lo que le rodea y con una imaginación “desbordante”.

“En vez de estar en el avión intentando dormirse o haciendo un sudoku -señala Del Campo- se ponen a imaginar: ¿y si no le han mirado las alas?, ¿y si no han revisado el combustible, y si el comandante está borracho?... y como no tienen conocimientos técnicos, la inquietud se eleva y se ponen malos”.

Otras veces alguna circunstancia desencadena la crisis, un mala experiencia aérea -como es el caso de F.G. que vivió un aborto de despegue en un Jumbo con destino a Santo Domingo- una enfermedad, la muerte de un familiar, o cosas positivas, como un ascenso en la empresa.

Las azafatas y azafatos experimentan esta fobia en un 10%, según el ex comandante, y en el 99% de los casos surge con el nacimiento de un hijo.

El hecho contrasta con los datos estadísticos que consideran el avión como un medio de transporte 25 veces más seguro que un coche, pero es que una fobia, indica del Campo, es “un pensamiento irracional”, no se produce por un riesgo real.

Los expertos coinciden en que el nivel de seguridad, mantenimiento de los aviones y capacitación profesional es muy alto, pero este tipo de miedo es cada vez más conocido porque los viajes se han generalizado en los últimos años.

Un total de 193.242.150 pasajeros, según AENA, utilizaron los aeropuertos españoles en 2006, lo que supone una media de 529.430 viajeros al día. Más del 57% hicieron desplazamientos internacionales. La previsión para este verano es que se operen casi 400.000 vuelos entre julio y agosto.

Caer a plomo

El 99% de los aerofóbicos resumen sus miedos en el momento de cerrar puertas -porque tienen asociada claustrofobia- y en el despegue, porque creen que si el avión va a plena potencia y hay un fallo, “se cae”.

Lo que no saben, explica, “es que siempre despegamos suponiendo que un motor va a parar y con el peso máximo soportable en esas condiciones”, y que, si falla, “el avión podría seguir volando horas aunque, por sentido común, el comandante decida aterrizar y que lo arreglen”.

Otros piensan que, una vez arriba, “aguantar colgado en el aire y sin nada debajo, es un milagro” y puede caer en picado: “Tiene la ventaja de que en esas caídas no queda tetrapléjico ninguno”, ironiza Del Campo en sus explicaciones.

Sin embargo -agrega- cuando el avión va a aterrizar, se oye un ruido que debería alarmar mucho (al sacar la reversa del motor para frenar), “pero como están en el suelo les da igual. Con la alegría del superviviente, dicen: mira, si se rompe algo, que se rompa, ya estoy abajo”

Un 'lingotazo'

La tentación común es doparse con tranquilizantes o tomarse unos lingotazos, nada aconsejables. “Los ansiolíticos disminuyen los síntomas de ansiedad, pero no el miedo, y éste sigue creciendo hasta la fobia”, considera Zerdán.

Mariano M., médico, con pánico, una pastillita y respirando hondo es capaz de hacer vuelos cortos, pero ha desistido de acompañar estas vacaciones a su familia, que viajará en agosto a Argentina.

Cuando vio que, con los vuelos domésticos, iban a coger ocho aviones, decidió irse a Valencia, adonde se desplaza varias veces al año en coche desde Madrid.

“La gente va en automóvil muy tranquila, pero es muy insensata”, opina Del Campo.

Además de motivos profesionales, hechos como que la familia se planta y se va al Caribe de vacaciones y desplazamientos obligados por cambio de residencia de algún hijo son las razones mayoritarias para intentar superar la aerofobia.

Del Campo reconoce que, aun después de las charlas, en casi todos los grupos, al llegar al avión, hay algún ataque de pánico.

Recuerda el caso de un directivo de banca que necesitó dos oportunidades para poder hacer el vuelo. En la segunda, “se metió en el avión con cara de sentencia de muerte y descompuesto. Se tumbó en el suelo, cerramos puertas y cuando llevaba diez minutos sin que le hicieran caso, se acomodó en su asiento”.

“Lo pasó fatal, pero cuando se vio en el aire y sentado, le dio un ataque de euforia impresionante. Le hemos llamado varias veces para verle, pero estaba en Sao Paulo, en Tailandia, ... y no ha habido forma de pillarle”.

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