La Graciosa está en riesgo de morir de éxito. La isla más pequeña de Canarias se ha sumado al modelo del resto del Archipiélago y está dispuesta a recibir a todos aquellos visitantes que quieran conocer sus calles de arena y sus playas vírgenes. En primera línea de mar, cientos de turistas suben y bajan del barco que conecta la isla con Lanzarote, prueban la comida canaria en los restaurantes y disfrutan de las calas más míticas de la zona. Pero en los rincones en los que aún domina la población local, se suceden los debates sobre si hay isla para tanta gente.
''Es la gallina de los huevos de oro y van a estrujarla hasta que reviente'', comentan. También se preguntan cuándo desaparecerán las montañas de residuos y plásticos que coronan algunas esquinas y si algún día concluirán las obras de la depuradora y la del centro sociocultural, paralizadas durante años. Sin embargo, son pocos los que quieren hablar con periodistas. ''Hay dos apellidos que dirigen la isla. En un sitio tan pequeño hay muchos intereses cruzados y te pueden fastidiar'', cuentan.
La irrupción del turismo en los años sesenta destruyó la pequeña comunidad que formaba la población de La Graciosa. En tres décadas, el modelo de sociedad homogénea que caracterizaba a la isla dio paso a una estratificación social. La cúspide la ocupaban las grandes empresas de la pesca y los inversores en el sector turístico. Por debajo quedaron los empresarios con negocios en la hostelería y el comercio y, tras ellos, las familias trabajadoras, según el artículo Turismo, decisiones políticas y cambio social en un pueblo de pescadores de la antropóloga Gloria Cabrera. De acuerdo con algunos visitantes, esta división se mantiene aún hoy.
En esta última escala está María, que no para de limpiar las mesas de su pequeño bar El Mesón de la Tierra y de disculparse ante los visitantes que esperan impacientes para sentarse a comer: ''Esto es un agobio''. Según la hostelera, hacía años que no vivían un verano tan intenso en cuanto a visitantes.
Al otro lado de la pirámide está Federico Romero, uno de los empresarios que vive del turismo. Su familia, de La Graciosa “de toda la vida”, fundó Líneas Romero, la compañía de barcos que conecta el norte de Lanzarote con esta isla y que ahora dirige él junto a sus tres hermanos. En este negocio, los Romero compiten con otra entidad: Biosfera Express. Sentado en la cubierta de uno de sus veleros, Romero lamenta las pérdidas del 80% que sufrió durante el confinamiento de 2020 decretado para frenar la COVID-19. ''Lo que pierdes nunca lo vas a recuperar''. Pero este verano, sus ferrys, con capacidades de entre 300 y 400 pasajeros, realizan hasta 20 trayectos al día.
Según los datos ofrecidos por el Cabildo de Lanzarote a esta redacción, en 2020 el puerto de Caleta de Sebo movió 330.886 pasajeros. De ellos, 313.495 a través de línea marítima regular. En 2019, antes de la pandemia, el dato ascendía a 502.490 pasajeros, 446.454 a través de línea marítima. Preguntado por la capacidad de La Graciosa para asumir esta cifra, el empresario reconoce que en agosto “todos los destinos turísticos” tienen carencias en infraestructura y compara a la isla con Benidorm: “Allí también habrá colas para comer en un restaurante”, asevera.
Para Romero, sería “ideal” que la isla recibiera todos los meses del año la misma afluencia de visitantes que en agosto. Mientras, supervisa cómo sus empleados preparan la comida y las bebidas y habilitan el velero para la llegada de los turistas. Como todos los días, más de cien personas bordearán la isla en una embarcación y bajarán a la Playa de la Francesa en kayak. Una experiencia que al visitante le cuesta 59 euros, pero que según algunos visitantes termina “privatizando la cala”.
Otra forma de desplazarse por La Graciosa es en jeep. 25 vehículos funcionan como taxis que conectan el puerto de Caleta de Sebo con las diferentes calas de la isla por un precio de diez euros por persona ida y vuelta. El coste está fijado por el Cabildo insular y por el Ayuntamiento, según explica uno de estos conductores. Sin embargo, asegura que en muchos casos algunos taxistas suben el precio. En otros, residentes sin licencia para transportar pasajeros utilizan sus coches particulares para sacar un dinero extra. “En un mes bueno, puedes ganar más de 1.600 euros. En otros, con suerte llegas a los 500”.
Para poder llevar a turistas, según este mismo chófer, deben darse de alta como autónomos y obtener la autorización del Ayuntamiento de Teguise, cuyo término municipal incluye a la mayor y a todas las islas del Archipiélago Chinijo, por ser la Villa de Teguise la antigua capital de Lanzarote. Prefiere no dar su nombre, ya que el colectivo se ha visto envuelto en distintas polémicas en las últimas semanas. Entre ellas, la protesta por el corte en los accesos a la Playa de Las Conchas, una de las más reclamadas por los turistas. “No entiendo por qué hacen obras en pleno agosto”, apunta uno de los taxistas.
También tienen un conflicto abierto con Puertos Canarios, que ordenó que los jeep dejaran de usar su suelo como parada “por seguridad”, ante la avalancha de visitantes prevista para este mes. Según algunos visitantes, esta forma de transportar a los turistas tampoco es de calidad ni respetuosa con el entorno. “Podrían poner alguna línea de guagua”, proponen.
Matías González, profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, defiende que Canarias ha suspendido en todas las dimensiones del turismo sostenible. En el ámbito económico, las Islas “no han sido capaces de dar valor a sus recursos naturales”. En lo social, el turismo no ha distribuido sus beneficios de forma equitativa y ha concentrado la renta de este sector en los promotores. Mientras, los empleos son de baja remuneración y con un nivel de precariedad muy alto. En la dimensión ambiental, “el desarrollo del turismo se ha producido de espaldas” al medio ambiente. “Su mala planificación fagocita los recursos naturales que componen su atractivo principal. Es una terrible paradoja”, señala el docente. En cuanto a la gobernanza, para González “la gestión de lo turístico se ha dado a golpe de las demandas de los grupos de interés”. “Se ha jugado al oscurantismo, a las operaciones encubiertas que benefician a unos y a otros”.
Plantear en La Graciosa este modelo “fracasado” de resort, fundamentado en crear hoteles para llenarlos de personas, sería “una barbaridad”, de acuerdo con González. Para él, esta pequeña isla está a tiempo de convertirse en un pequeño laboratorio de estrategias para el turismo sostenible. “En esta isla difícilmente sería justificable que puedan entrar plásticos de un solo uso, o materiales que no tienen garantizada su recuperación”. Aún así, en los dos supermercados del lugar aún se ofertan bolsas plásticas.
Doris es artesana y acaba de estrenar su ecotienda en el núcleo del principal puerto graciosero. Instalar un comercio respetuoso con el medio ambiente en plena explosión turística de la isla es para ella “una forma de conectar y respetar a la naturaleza”. “No podemos negarnos al turismo, pero todos debemos poner de nuestra parte para que sea bueno para todos”.
Según Matías González, en La Graciosa “no debería favorecerse un incremento adicional de visitantes antes de contar con soluciones para la gestión de los residuos sólidos y con las aguas residuales”. Por las calles de la isla aún pueden verse las obras de la prometida depuradora, que daría respuesta a una demanda histórica de los vecinos. En 2017, el Gobierno de Canarias aseguró que el proyecto estaba en su última fase y que la infraestructura estaría concluida antes de que finalizara el primer semestre de ese año. Los residentes y los visitantes asiduos aseguran que lleva tiempo sin funcionar, pese a que “levantaron toda la isla e instalaron grandes tuberías”.
Por el contrario, el Cabildo de Lanzarote asegura que la Estación Depuradora de Aguas Residuales (EDAR) mixta sí está activa. “La mayor parte de la gente tiene fosa séptica y parte de esas aguas residuales acaban en el mar”, cuenta el profesor de la ULPGC. Por el momento, “la cantidad de agua que llega al océano” no es tan grande “como para producir afecciones importantes”, ya que la población que reside todo el año en el territorio no supera las 700 personas.
La gestión de los residuos también es un problema que ha pasado desapercibido. Una familia canaria que visita La Graciosa cada año invita a observar las vistas que tiene desde el balcón de su apartamento. Por un lado, un solar repleto de escombros de construcción. Al frente, otro descampado vallado lleno de colchones, bañeras, plásticos e incluso los restos de un coche. “No cuesta nada sacar esto de aquí, un lugar protegido no debería estar así”, lamenta uno de los hombres que, de nuevo, rechaza dar su nombre. “Me conoce mucha gente aquí”.
Canarias Ahora ha intentado en varias ocasiones hablar con Alicia Páez (CC), la concejala delegada del Ayuntamiento de Teguise en La Graciosa, pero no ha sido posible. Por su parte, el Cabildo de Lanzarote ha respondido que la corporación insular adjudicó en 2015 la gestión de la Planta de Transferencia de Residuos de La Graciosa a la misma empresa que gestiona el Complejo Ambiental de Zonzamas, en Lanzarote. Esta compañía es la encargada de tratar los residuos antes de que sean trasladados a la isla vecina.
“La isla es un paraíso, claro que lo es. Pero cada año viene más gente y las infraestructuras no están preparadas”, relata un visitante canario. A las 19.30 parte el último barco rumbo a Lanzarote. Los turistas se marchan embelesados y regalan unos minutos de calma y silencio a La Graciosa, que descansa y se prepara para atender de nuevo al día siguiente a cientos de personas más.
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