La historia del final de Yulisa
Martes y trece. Día de malos presagios. A las nueve de la mañana, un perro olisqueaba algo inusual en uno de los bordes del camino que lleva hasta la escombrera de Argana Alta, un paraje polvoriento y semidesierto de las afueras de Arrecife, la capital de Lanzarote. Su dueño, extrañado, se acercó para comprobar que se trataba de un cadáver semienterrado. Pocos minutos después, las sirenas policiales inundaban el lugar mientras los agentes levantaban un estricto cordón policial.
Era el desenlace de cuatro días de angustia y esperanzas, pero también era la puerta al sufrimiento y la desesperación. Yulisa Antonia Pérez era alta, tenía la tez morena y una recién estrenada mayoría de edad. Desde la mañana del jueves, 8 de noviembre, nadie había vuelto a ver su sonrisa contagiosa. Según las declaraciones de sus familiares, la joven dominicana había salido de su casa para dirigirse a una entidad bancaria. Si hubiera sido otro jueves más, después habría acudido al domicilio donde ejercía de canguro, y por la tarde se habría acercado a la peluquería donde trabajaba.
Pero no era un jueves más. Era el jueves que quedará marcado por su desaparición. Según la investigación policial, Yulisa no llegó al banco, rompiendo así la rutina que indicaba que algo extraño estaba pasando. Desde el primer momento, familiares y amigos se volcaron en la búsqueda de la muchacha. Arrecife se tiñó del blanco de los carteles con el rostro de Yulisa y se llenó de voces que pedían la liberación de la joven. Pero no recibían ninguna respuesta a cambio.
Quizá por eso, Hilma Altagracia, madre de Yulisa, decidió trasladarse el martes hasta la isla vecina de Gran Canaria para acudir a un programa de televisión. Quizá albergaba la esperanza de que alguien viera el retrato de su hija en la pantalla y aportara algún dato nuevo a la investigación. Quizá por eso, ese mismo martes, Hilma Altagracia se dirigió al aeropuerto de Lanzarote y cogió un avión. Lo que no sabía es que apenas dos horas después, ya en tierra grancanaria, iba a recibir la peor noticia de su vida: la policía examinaba un cadáver que coincidía con la descripción de su hija.
Escenario uno: la escombrera
Mientras tanto, a las afueras de Arrecife, la escombrera de Argana Alta era testigo de escenas de tristeza, rabia e incomprensión. Poco a poco, amigos y familiares de la joven se iban acercando hasta el lugar del hallazgo. “Nosotras estuvimos ayer buscando por aquí, pero no llegamos hasta este lugar, aunque la verdad es que para haberlo encontrado yo, prefiero que lo haya encontrado otro”, explicaba una vecina de Yulisa, mientras las lágrimas asomaban bajo sus gafas de sol. “Era una niña buena, ¿por qué la han matado?”, gritaba la tía de la joven desaparecida, clamando al cielo justicia y explicaciones. Unas explicaciones que no recibían por parte de los agentes policiales, que tardaban en levantar el cordón y no llegaban a confirmar si el cadáver pertenecía a la joven desaparecida. “¿Por qué no me dejan pasar? ¡Quiero ver si es ella!”, pedía otra familiar, mientras luchaba por controlar su ansiedad.
Entre lágrimas y lamentaciones, también surgían testimonios de rabia. Desde primeras horas, algunos allegados de Yulisa hacían alusión a la ausencia de la pareja de su madre, tildándole así de sospechoso. Los primeros rumores iban creciendo con el paso de las horas, formando un cúmulo de reproches y acusaciones hacia este hombre de origen portugués que convivía con la madre de Yulisa desde hacía varios años. Un grupo de amigos y familiares decidía entonces ir en su búsqueda, y minutos después volvía alertando de su supuesta “desaparición”. Una desaparición que crispaba aún más el ambiente entre los conocidos de la joven dominicana.
Mientras vigilaban el precinto de la zona, la Policía Nacional era informada de las últimas “pesquisas” de los amigos y familiares de Yulisa. Al parecer, y según confirmaban, la pareja de su madre había acudido a la empresa constructora donde trabajaba para devolver un material y cobrar a cambio una cantidad de 500 euros. El temor entre los allegados era que pudiera abandonar la Isla.
Tras más de tres horas bajo un intenso sol de noviembre, finalmente el juez realizaba el levantamiento del cadáver, que era trasladado desde la escombrera hasta el centro anatómico forense de Arrecife. Y mientras el vehículo fúnebre se perdía a lo lejos entre nubes de polvo, el devenir de los acontecimientos se trasladaba a las puertas de la vivienda familiar de Yulisa, ubicada en el barrio capitalino de Los Geranios.
Escenario dos: la casa de Yulisa
Hasta allí habían ido llegando medios de comunicación, fuerzas de seguridad y un creciente número de personas dispuestas a tomarse la justicia por su mano. Buscaban a la pareja de la madre de Yulisa, del que desde el momento del hallazgo del cadáver, no se tenían noticias. Sobre las tres de la tarde, el hombre reapareció en su vivienda, y apenas un instante, una muchedumbre intentó abalanzarse sobre él, mientras la Policía trataba de impedir el “linchamiento”. Finalmente, el “padrastro” de Yulisa era introducido en un coche policial y trasladado a la comisaría, no en calidad de detenido, sino para tomarle una segunda declaración “para ampliar la información”, según la Policía.
Escenario tres: la comisaría
Declaración que no aportó ningún “indicio” que pudiera inculpar al hombre, tal y como confirmó poco después la Policía Nacional, que aconsejó a la pareja de la madre de Yulisa que permaneciera en las dependencias policiales para salvaguardar su integridad física.
La investigación policial se centraba entonces en varios ejes: Por una parte, el registro de la vivienda familiar de Yulisa, por otra, el rastreo del lugar donde apareció el cadáver, y por último, los resultados de la autopsia, que pocas horas después, y según fuentes cercanas al caso, confirmaban que no había signos de agresión física ni sexual, desviando las hipótesis hacia una posible asfixia como causa de la muerte.
Yulisa Antonia Pérez llegó a Lanzarote hace seis meses, procedente de República Dominicana. Era tranquila y buena. Solía sentarse a las puertas de su casa, según narran sus vecinos. Quién sabe si observaba entonces la vida a su alrededor. Quién sabe si soñaba con un futuro que alguien sin escrúpulos arrojó al borde de un camino polvoriento.