A pie por una ruta de 650 kilómetros en Canarias con dos euros al día: una historia de amistad y fuerza

Pablo García Pérez, autor del libro 'Entre océanos y volcanes'. (EFE/ Domenech Castelló)

Marta Rojo (Efe)

Valencia —

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A pie por una ruta de 650 kilómetros, durmiendo al raso, comiendo solo arroz, atún, avena y galletas y con un presupuesto de dos euros al día fue como Pablo García Pérez y su amigo Martín Milanesio recorrieron las Islas Canarias tras el confinamiento por la pandemia de covid.

Aquello fue toda una experiencia que el primero relató en su diario de viaje, ahora publicado bajo la forma del libro Entre océanos y volcanes, que edita Punto Rojo y del que habla con EFE mientras rememora los momentos más inolvidables y duros de un viaje donde la amistad y el silencio fueron tan importantes como el aguante físico y la imaginación.

Los dos amigos se conocieron andando pero lejos de Canarias, concretamente en Serbia, donde en 2017 ambos participaron en un proyecto de ayuda humanitaria a personas refugiadas, y más adelante quedaron para continuar a pie, esta vez por el Camino de Santiago.

Cuando García Pérez se mudó a Canarias para terminar la carrera de Educación Física y su amigo fue a visitarle ya hablaban, en largas caminatas por las Islas, de “inventar viajes que empezasen antes de que uno montase en el avión, que fueran un proceso desde que lo decides hasta que lo terminas”.

En concreto, se plantearon hacer la ruta GR-131, que conecta todo el Archipiélago, aunque García Pérez, natural de Castellón, no sabe “qué vino antes, si el huevo o la gallina”: “No sé si nuestro tipo de vida nos llevó a este tipo de viaje o si plantear un viaje así es lo que nos cambió la vida”.

“Negociar” con el propio cuerpo

Una vez tomada la decisión, ambos dejaron sus trabajos para viajar, lo que determinó el reto de ajustar el presupuesto para gastos del viaje a solo dos euros al día, ya que, señala García Pérez, “como es de suponer, dos personas que pasan la vida dejando trabajos para emprender viajes largos no disponen de una fuente de dinero ilimitada”.

Con la limitación presupuestaria comenzó el proceso de transformar el viaje en una aventura: aunque no incluyeron en los 2 euros diarios los desplazamientos entre islas, sí se marcaron ese límite de presupuesto para comida, bebida y alojamiento, lo que implicó que “ni siquiera hubiera tienda de campaña” y que decidieran pasar las noches “al raso, en sacos de dormir”.

Aunque admite que las temperaturas suaves durante la noche en las Canarias ayudaron, el autor reconoce que la incomodidad de dormir en el suelo “a veces al aire, a veces en una cueva” le obligó a “negociar” con su cuerpo: “Me di cuenta de que así no iba a dormir y empecé a hablar con mi cuerpo, a tranquilizarle diciéndole que, aunque no iba a poder dormir, al menos sí que iba a poder descansar”.

Para comer, se plantearon una dieta “económicamente accesible”, según el castellonense, que sin embargo no habría validado ningún dietista: “Mi hermana, que es nutricionista, me dijo que no flipásemos”.

Con una despensa que se limitaba a avena, café en polvo, arroz, atún, tomate y galletas María, y un camping gas, se planificaron las etapas del viaje de modo que desayunaban en el lugar donde habían dormido y por el camino se limitaban a “picar” hasta que llegaban al siguiente punto de descanso, de forma que “la comida era el premio”.

García Pérez asegura que, a pesar de caminar entre 25 y 35 kilómetros al día, no echaban de menos una alimentación más variada: “Es comida de estudiante, y nosotros siempre hemos vivido de esa forma humilde, e incluso seguimos comiendo así durante casi un mes después del viaje”.

“Había días en los que no gastábamos nada, porque no pasábamos por ningún pueblo, y otros porque lo poco que había en las localidades estaba cerrado por los efectos de la pandemia”, recuerda.

¿Escalar por la cola de un dragón?

El viaje fue después de un verano “relativamente normal” pero antes de los rebrotes navideños de la pandemia y el cierre de comercios llevó a los viajeros a tener que caminar un día por el desierto sin más que un litro de agua.

El autor lo recuerda como una de las fases más complicadas del viaje, junto con el frío, la humedad y la lluvia en Tenerife y la ruta por La Palma, que rememora como “una isla con un paraje hostil” y en la que caminaron “18 kilómetros al día, todos de subida”.

“Íbamos por una carretera complicada que me agobiaba y, para abstraerme de la realidad, me inventé una historia: imaginé que subíamos por la cola de un dragón, que llegábamos a su espalda, a los pulmones, a la lengua”, recuerda Pablo García Pérez, que cree que la imaginación le permitió dejarse llevar “y aprender la importancia de mirar hacia dentro además de hacia fuera”.

Este y otros aprendizajes los han contado en sus perfiles en redes sociales, en las que publican bajo el nombre We Just Travel (simplemente viajamos), si bien Pablo García Pérez admite que fue más bien su amigo Martín quien se encargó de la parte fotográfica del viaje, mientras él escribía el diario que ha sido la base del libro.

Sobre su acompañante, que estudia montar un pequeño documental con las imágenes del viaje en un futuro, el castellonense agradece especialmente su habilidad para “respetar el silencio”, algo que se vuelve especialmente importante “cuando llevas siete días caminando, te duele todo y necesitas un rato a solas”.

“Tener al lado a una persona que no te esté exigiendo, que lea lo que necesitas sin pensar que te pasa algo o que estás enfadado es fundamental”, considera, y agradece no haberse equivocado de compañero de viaje: “A veces nos lanzamos a viajes relativamente importantes con gente con la que nos falta comunicación”.

Para el autor, haber podido hacer una ruta a pie con dos euros al día demuestra “que se puede hacer casi todo con casi nada”, el mismo espíritu que le llevó a recorrer el Camino de Santiago durante veintiún días en chanclas por una tendinitis que le impedía ponerse unas botas, o que le llevará, de nuevo junto a su compañero, a París en Vespino próximamente.

“Llegamos a la conclusión de que si podíamos viajar de esta manera, ya casi ningún lugar se nos iba a poder escapar”, destaca para concluir que “viajar no es caro”. “Solo hay que aceptar una serie de limitaciones y hacerse las preguntas adecuadas”. 

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