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La 'viajadera' de los planetas

Tenía 26 años y unos estudios de Biología a punto de terminar cuando decidió convertirse en viajera como modo de vida. El miedo a ser infeliz por una vida que no deseaba le dio alas para atreverse a dar este giro radical a su existencia. Han pasado 19 años desde entonces, ahora tiene 45 y ha visitado unos 60 países. Hoy se encuentra en Malasia con destino a su capital, Kuala Lumpur, para sacarse un nuevo pasaporte, ya que el anterior se ha vuelto a quedar sin espacio. “No puedo entender otro modo de vida”, asegura la grancanaria Emma Herrera.

Desde el comienzo de esta aventura le quedó claro que iba a resultarle imposible encontrar su lugar en el mundo. Fue en su primer gran viaje, cuando recorrió Australia en una vieja furgoneta Volkswagen con su pareja de entonces. Por eso muchos años después, su sobrino, uno de sus tesoros, la imaginó sobre un planeta en un dibujo para el colegio, y de ocupación, viajadera. “Fue una historia que me conmovió, porque ese pequeñajo me describió como yo misma me sentía. Me siento muy orgullosa de ser eso, tal y como él me veía, ”la viajadera de los planetas“. Y así es como Emma firma todos sus correos electrónicos.

“El miedo a romper con lo establecido me paró durante algún tiempo. Lo que terminó con esto fue aceptar que lo que hacía con mi vida estaba siendo más importante para los demás que para mí misma”, comenta. “No terminé la carrera, jamás olvidaré las palabras de muchos diciéndome que estaba loca si no esperaba. No lo hice y decidí comenzar mi propio camino, darme la oportunidad de vivir mi vida”.

La muerte de su abuela contribuyó a disipar las dudas. Era alguien entrañable para ella, la persona que le enseñó que “solo el amor es real”. Emma recuerda que vivió su muerte, su degeneración física, su agonía. “Unos pocos meses después me encontré con mi mochila en la espalda, asustada pero sintiéndome por primera vez dueña de mi misma”.

Para mantenerse, Emma trabaja medio año y viaja otros seis meses. No pisa España desde el 2007, y siempre tuvo claro cómo viajar: “Mucho autoestop, mucho arroz y banana, y tantísimos trucos para sobrevivir”. Ahora comparte su vida con otro viajero, y entre los dos ingresan 340 euros al mes más lo que sacan trabajando, para cubrir un gasto de 240 euros por persona al mes. “A veces se puede trabajar por comida y cama, lo que te hace ahorrar para cuando lo necesitas. Mi experiencia por el mundo ha sido positiva siempre en ese aspecto, estar moviéndome sin contar con más de un par de dólares, y ofreciéndome en los alojamientos para ayudar a cambio de una cama. Jamás tuve problemas”.

A la hora de contar sus experiencias, más que de cultura o lugares, Emma habla de personas. “Con el tiempo el mundo te llega a sorprender en conjunto, como un todo. No importa si estás en New York o con una tribu en Filipinas. Lo que siempre me hace vibrar está en las miradas, en las sonrisas”. Y sobre las sociedades: “Lo alucinante es que lo que nos enseñan como lo bueno o correcto, puede ser totalmente lo contrario en otro lugar. El cielo es el cielo en todos los lugares del mundo, pero tanta diversidad es algo que me emociona y me recuerda que no comprendo nada, y lo mejor, que tampoco quiero hacerlo”, explica.

Emma confiesa haber sido robada, estafada y agredida en estos años, pero nada le afecta más que las desigualdades. “Me sobrecoge saber que 25.000 niños mueren cada día en nuestro planeta, por falta de alimentación, y el mundo parece no recordarlo o darse por enterado...”.

La maternidad es una opción a la que se enfrentó hace algún tiempo, pero como ella misma reconoce, decidirse por algo significa renunciar a otras. Y aunque se le pasó por la cabeza, finalmente lo descartó. “Muchas cosas me pararon, como el miedo a la responsabilidad que conlleva tener un hijo. Me resultaba antimoral traer un nuevo ser a este mundo cuando habían tantos niños a los que se les podía dar la oportunidad, con la adopción, de tener amor. Y la idea de que no podía imponer a otro ser humano lo que yo he decidido para mi vida dedicándola a un largo viaje para siempre y hacia ningún lugar”. En este sentido reconoce que sentiría terror de una vida estable. “Mi admiración hacia las personas con toda una responsabilidad familiar es inmensa”.

Para una viajera como ella, lo importante no son los grandes acontecimientos mundiales como los atentados del 11-S -“recuerdo lugares donde jamás escucharon nada sobre eso”-, sino las personas que se encuentra por el camino. Le sorprende el cambio de los individuos, más que el devenir general del mundo. “Noto un inmenso cambio en las personas, que olvidan rápidamente sus antiguas situaciones cuando mejoran en el aspecto que sea. La moneda se da la vuelta continuamente, y el egoísmo humano parece no tener limites. En cuanto a los jóvenes que encuentro viajando, sorprende la pérdida de comunicación, el no compartir experiencias, la individualidad exagerada... Trabajé en una guest house (casa de huéspedes) a la que llegaban casi en su mayoría extranjeros occidentales, armados todos con tecnología punta. Era increíble cómo pasaban las horas hablando con personas a las que no conocían o leyendo cosas sobre gentes que jamás vieron en la realidad, y sin embargo eran incapaces de mantenerse las miradas o tener conversaciones entre ellos. El problema más grave que podíamos tener era que la conexión a Internet se perdiera, único hecho que los hacía reaccionar con pasión”, recuerda.

Pero ni siquiera ella es ajena a la crisis de Europa, a través sobre todo de lo que le comenta su familia. Le sorprende mucho la incapacidad de la gente de ver algo más que problemas. “¿Es que no hay nada más que haga sentir felicidad? No quiero ofender a nadie, pero me da la sensación de que las vidas están tan vacías... Hay que solucionar los problemas, eso está claro, pero mientras tanto, sería necesario continuar disfrutando el resto de cosas hermosas que la vida nos regala. He pasado mucho tiempo en lugares y con personas que vivían situaciones terribles, y aún así pude sentir su afecto, escucharlos al reírse, y lo más increíble, aún conservaban las ganas de disfrutar. ¿Qué es lo que está pasando en nuestro primer mundo? El sol sale cada mañana y la luna cada noche, el simple placer de respirar, la amistad, el amor, la belleza... Quizás esta respuesta pueda parecer infantil, o muchos me acusarían de estar ajena al problema, por mi falta de responsabilidad”.

Qué busca en los viajes es una pregunta que se hace a menudo, pero reconoce que la respuesta no es ya nada importante. “Lo cierto es que no puedo entender otro modo de vida, dentro de todo el dolor que la vida en sí misma representa, vivirla como lo hago me provoca arrebatos de pasión y felicidad. Continúo en el trayecto queriendo sentirme una simple observadora, sin emitir juicios. Quiero aprovechar mi existencia, reírme, llorar, apasionarme, subir y bajar, pero sentirme viva, porque un instante cualquiera puede ser el final. La vida es corta, pasa rápido, hay tantas cosas que quería y quiero sentir...”

Otra pregunta recurrente que le hacen a Emma es si cree, si tiene alguna religión. “Siempre contesto lo mismo, creo y apuesto por el amor, llamándolo como se quiera. Las religiones, en sí mismas, las considero un engaño. He visto incansablemente usarlas para aprovecharse de la necesidad de esperanza de las personas, no he visto además diferencias entre una u otra. He conocido, eso sí, personas increíbles que sin importar las creencias que el mundo tenga, están dedicando su vida a los que lo necesitan, sin esperar nada a cambio. Esa es la idea que yo tengo de Dios, el amor”.

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