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Desear la muerte

Camy Domínguez

Santa Cruz de Tenerife —

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El otro día iba yo a trabajar y me encontré como cada día metida en medio del atasco matutino de la TF-5. Estaba muy concentrada en adelantar pasito a pasito, pues al final para la tortuga cualquier adelanto es significativo, cuando de pronto me impactó lo que estaban diciendo en la radio; algo en lo que yo particularmente nunca me había parado a pensar.

Y es que estaban entrevistando a don Fernando Marín, el presidente de la Asociación por el Derecho a Morir Dignamente, y mencionaban que se iban a debatir en el pleno del Congreso ese mismo día dos iniciativas, relacionadas ambas con esta cuestión del derecho a morir con dignidad. Una de ellas partía del Parlamento de Cataluña y se focalizaba en que no fuera considerado delito proporcionar ayuda para morir, como sí se recoge en el artículo 143 del Código Penal, mientras que la otra era una proposición socialista para que se regulara la eutanasia como un derecho individual, que además debería, según ellos, ser costeado por la sanidad pública. Parece ser que también hubo propuesta de Unidos Podemos el año pasado y que hay leyes de varias comunidades autónomas que siguen sin ser suficientes para dar respuesta a toda esta situación.

Debe ser que me paso la vida en la inopia, simplemente viviendo a raudales sin preguntarme por estas cosas. ¿O sí es necesario pensar en ello? Ya una tiene una edad y a lo mejor, por si acaso, debería empezar a mirar al futuro. Pero siempre hablar de la eutanasia y el suicidio asistido ha sido un tema tabú, incluso en otros tiempos era pecado y aun hoy, en la época en que más se han destabuizado las cosas y en la que cada vez se usan menos los eufemismos, todavía sigue siendo como si se nombrara lo innombrable, aunque la muerte por sí misma es una importante parte de la vida, el final, al que van a dar todos los ríos, como decía Jorge Manrique.

Pues estos últimos días, aparte de esas iniciativas legislativas, daba la sensación de que la muerte está de moda, pues incluso uno de los mayores defensores del derecho a una muerte digna, Luis Montes, murió el mes pasado, curiosamente. Y de la muerte asistida podemos ver el triste caso de un pequeño luchador como Alfie Evans, quien sufría una terrible enfermedad degenerativa que duró más de lo que habían previsto los médicos una vez lo desconectaron.

En el caso de la muerte voluntaria asistida, por mucho que esté prohibida, se han visto recursos. Así el científico australiano David Godall, a sus ciento cuatro años, tuvo que viajar a Suiza, donde no es delito colaborar en un suicidio asistido. Otros prefirieron no gastarse ese dineral en un viaje tan infructuoso. De este modo, pudimos contemplar atónitos la grabación del meticuloso proyecto de suicido con carta al juez incluida que llevó a cabo José Antonio Arrabal, quien con todo su sano juicio explicaba que es un acto legal si lo ejecutaba solo, mientras que si le ayuda alguien este alguien hubiera sido acusado de cometer un delito y él no deseaba eso para sus allegados.

Me pregunto yo, que nunca antes me lo había planteado: ¿qué tanto rollo con la muerte? Dicen quienes defienden estas iniciativas que dar la muerte es un acto de amor, como dar vida. Y sin embargo como tal acto de amor, está castigado.

Y está claro que el PP, si bien admitió a trámite la propuesta de los catalanes, aunque solo sea por fobias, no le va a dar largo recorrido a esas revisiones legislativas, más que nada porque ya han dicho que se carece de una demanda social. Teniendo en cuenta que se calcula que en España para el 2050 se duplicará la población mayor de 65 años y que es lo más normal que nuestro final viene a la vejez, ya deberían estos ponerse a esa tarea y no esperar a que pase la legislatura haciéndose el pendejo, habida cuenta de con qué interés tratan temas como el aborto, la violencia de género que tantas víctimas se cobra cada año, el esclarecimiento de casos de asesinatos provocados durante el franquismo que tanto sonrojo nos producen cuando vemos imágenes de fosas inhumadas y nos imaginamos lo que pudo haber sucedido…

En algunos casos da la sensación de que nuestra vida no nos pertenece, que nuestro destino está en manos de lo que ellos decidan. ¡La que faltaba! ¡Espabilen, hombre, que hay gente que quiere morir!

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