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La eterna opositora

Camy Domínguez

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En esta semana se ha oído mucho ruido en relación con lo sucedido con las oposiciones en varias comunidades españolas. Tanto sindicatos como plataformas que agrupan a opositores de las diferentes especialidades han manifestado su descontento con los procesos y sobre todo con los resultados. A nadie le ha gustado cómo ha terminado porque más parece una cruenta batalla de la Edad Media que un proceso inteligente de este siglo XXI en que vivimos.

De partida el procedimiento se hizo esperar larguísimos años debido a la crisis. En nuestro caso, el de los especialistas en Lengua Castellana y Literatura de Canarias, solamente nos tuvieron seis años esperando, desde 2010 hasta 2016, cuando anteriormente estábamos acostumbrados a opositar en los años pares y solo para permanecer en las listas de interinos y sustitutos. Presentarse, aunque solo fuera a firmar y salir corriendo. Ya en 2010 nos permitieron hacer también la segunda prueba e incluso reordenaron la lista. Y ahí empezó mi caída en picado, porque antes de esa fecha nunca se reordenaban las listas y siempre podías conservar tu puesto. Pero en aquel desdichado para mí verano de 2010, en que yo andaba confiada sirviendo a mi pueblo en un cargo político que más me daba pérdidas y complicaciones vitales que ganancias, salvo por el cariño de la gente, perdí ciento sesenta y cuatro puestos. En 2016, después de pasar los peores años de mi vida, en paro, malviviendo, sola con mis niñas a mi único cuidado, aun habiendo aprobado una de las pruebas, volví a perder casi cien puestos más mientras la gente que quedó en los puestos de cabeza fue aquella que tenía mil años trabajados y mil horas en cursos homologables. Para tener todo eso hay que estar en un buen puesto y eso para mí empezaba a estar vetado desde el momento en que retrocedí: ya no tienes trabajo y por tanto tampoco dinero. Ya nada estaba garantizado como antes. Cada vez que hubiera oposiciones parecía que reordenarían las listas y volvería a bajar mi posición dada la desventaja tan difícil de remontar.

Pero este año, desde un principio se dijo que no se reordenarían las listas porque el gobierno de Canarias le había sacado no sé qué compromisos a Rajoy con el presupuesto del estado. Yo me dije que parecía que no quedaba nada claro. ¿Y si luego van y cambian de opinión?

Pero yo siempre he sido muy cauta y, una vez que salió la convocatoria, que se hizo esperar hasta el infinito y más allá, decidí, a mal de mis pesares, tirar a la basura los setentipico euros de la matrícula y hacer el chorro de gestiones correspondientes para poderla tramitar telemáticamente: que si el DNI electrónico, que si la clave permanente, que si el certificado digital, que si colas y citas previas para obtener esos requisitos, que si pedir permiso a mis superiores para que me dejaran ir a las administraciones en horas de trabajo, que son las mismas horas de oficina en esos despachos… Y entretanto, leyendo en los foros de Facebook cada incidencia que sufrían mis compañeros de calvario, algunos de los más de once mil opositores que nos hemos presentado a esta convocatoria en Canarias. La web de la Consejería, único medio para matricularse, pasaba la mayor parte del tiempo inoperativa por no decir inoperante. No sé si fue mi estrella, pero después de un fin de semana fuera de servicio, llegué yo de curiosa un domingo por la tarde y vi que la web avanzaba y en menos de quince minutos ya estaba matriculada. “Y que sea lo que Dios quiera”, me dije. “Ya veré cuándo estudio”. Porque pasándome la vida en la carretera, corrigiendo los exámenes finales, preparando clases y demás burocracia profesoril, a ver cuándo atendía yo mi casa y mi familia y que encima me quedaran ganas y aliento para estudiar, siendo ya mediados de mayo.

Pasaron los días asfixiantes y fue por el último fin de semana de mayo que decidí escoger un tema de literatura, de los setenta y dos que contiene el temario de la especialidad, que me resultara unitario. No me gustaba, pero escogí la novela realista de Pérez Galdós y empecé a estudiar, a hacer esquema, a ampliar el tema con datos anecdóticos, a ver películas en youtube sobre la vida del autor y adaptaciones de algunas de sus novelas y, aunque tediosa me resultara, comencé a leer una de estas novelas… Por ahí hilvané otros autores, otros temas de modo muchísimo más superficial, con lo que más o menos conocía por la práctica durante el curso y, mirando un par de leyes y echándole imaginación, podría al menos no dejar el primer examen en blanco.

Para mi sorpresa, el día D, cuando el presidente del tribunal había puesto ya tres temas en la pizarra, a mí no me sonaban ni remotamente, pero al cuarto ¡puso mi tema, Galdós, el 65! Casi lloro de la emoción. Y me lancé. No llegué a sacar ni para un aprobado, pero la imaginación que le eché al supuesto práctico hizo el resto y me vi aprobada y pasando a la segunda prueba. ¡Cómo son! Hacen que uno se entusiasme para luego hacerle sentir la humillación… En la segunda parte saqué la penúltima nota de los casi cien que hicimos la prueba. Una para saber y otra para aprender. Nadie me manda a hacerme ilusiones. Me duelen mis setentipico euros tirados por la borda.

Pero hubo muchísima gente que llevaba esperando mucho más tiempo tan solo para catar de lejos la sombra de un par de miserables plazas, aun a pesar de haber anunciado al principio una oleada de ellas. Por ellos sí me duele este proceso. Porque a mí, como siempre, estas cosas me pillan muy ocupada y todas las veces me he presentado ha sido in extremis, sin estudiar ni un solo tema de forma decente, cuanto menos pensar en asistir a clases regularmente con alguna academia o preparador particular. Y claro, así lo único que he hecho es retroceder. Pero esos que estudiaron, pagaron clases, temarios, academias, preparadores y dejaron de lado diversiones, familia y amigos. esos sí se merecen al menos una explicación que para eso han pagado ya bastante, ¿no creen?

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