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La náusea

Camy Domínguez

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Tengo la sensación de que la raza humana se está degenerando poco a poco pero a pasos de gigante. Después de todo los inteligentes, aplicados y respetuosos que en otro tiempo fuimos los humanos, no sé por qué en los últimos tiempos hemos derivado en esta involución tan insana. Bueno, en realidad sí que lo sé, pero, como decía un buen amigo mío, “me hago la pendeja” hasta ver en qué para todo esto.

Por poner algunos ejemplos, empezaré por el cultivo del conocimiento, ese que nos hace libres para pensar y opinar. Cuando yo era pequeña, apenas aprendí a juntar las letras y a poder entender palabras y oraciones, empecé a interesarme por lo que decían los libros. Y no solo yo sino varios de mis compañeritos nos aficionamos a manosear, curiosear y luego leer todos los cuentitos que nuestro maestro atesoraba en una estantería como esas básicas de noventa centímetros de ancho por un metro ochenta de alto de Ikea que él llamaba orgullosamente “la biblioteca”. Allí no había grandes cosas tampoco, pero había lo justo para que unos pequeños de seis y siete años se interesaran por el germen de la libertad, la lectura. Nunca le agradeceré tanto a ese maestro que aparte de enseñarme a leer me enseñó el amor y el cuidado de los libros, pero señaló a dedo a dos de mis compañeritas que él consideró las más idóneas y las nombró bibliotecarias, o sea, encargadas de desempolvar la estantería y su contenido y por ello manosear los libros un poco más que el resto de los mortales. Ese día conocí también lo que era la envidia y nunca desdeñaré a un maestro como desdeñé a este por tal motivo.

Hoy por hoy, más de cuarenta años después, suelo preguntar a menudo en mis clases a los alumnos, cuyas edades van de los doce a los dieciséis aproximadamente, qué literatura han leído y la mandíbula inferior me roza el suelo cuando oigo cosas como Futbolísimos o semejantes. Y no puedo por menos que alegrarme porque al menos leen y ahí hay una oportunidad, un terreno abonado para sembrar algo.

Sin embargo y curiosamente, desde nuestro sistema educativo se nos impone impartir en clase asuntos tan atractivos como el Poema de Mio Cid, La Celestina, Don Quijote de la Mancha o el Lazarillo de Tormes. Digo “atractivos” porque obras como estas no dejan de tener un argumento atractivo por ser antiguas. De hecho, a mí me producían mucha curiosidad y recuerdo una vez que, con trece años, después de algún apasionante comentario de un profesor, me fui a la biblioteca de mi colegio, que por entonces era una sala con un gran surtido de obras, y pedí El conde Lucanor. Para disgusto mío al castellano medieval no había cómo hincarle el diente, por lo que al día siguiente fui a devolverlo. Hoy a muchachos de dieciséis años les preguntas por estas obras y poco saben decir de su existencia si es que las conocen de algo. Y no seré yo quien peque de valiente poniendo como texto obligatorio un clásico de esta envergadura como hicieron nuestros maestros antiguos. No quiero que esos pocos alumnos que aún leen, aunque sea el Futbolísimos salgan huyendo despavoridos y diciendo adiós para siempre al gusto por leer.

¿Y qué me dice, doñita, del respeto por lo ajeno? ¿Hay algo que echemos más en falta que dejar la puerta de nuestras casas abierta y que no entré nadie a robar como se hacía antes, que, como me dijo un informante de mi tesis, pueda usted estar ahí tirado en el suelo con una borrachera y un millón de pesetas en el bolsillo y que nadie se atreva a robárselas? Hoy en día hay que blindar todo de tal manera que nadie pueda acceder a lo tuyo porque los amigos de lo ajeno campan a sus anchas por donde menos te lo esperas y suelen robar lo más inverosímil, desde el dinero que se embolsan algunos políticos corruptos hasta los coches, las casas, las cuentas y los perfiles de Facebooklos niños, incluso… pero… ¿a dónde vamos a parar?

El otro día, estando en un pasillo de mi colegio, vi un mural oculto detrás de unos carteles, que bien podía ser del último 8 de marzo, que enumeraba año por año las cifras de mujeres asesinadas por motivos de violencia machista y culminaba con un texto destacado que decía algo así como “en 2018 van diez. Ni una menos”. Pues todavía faltan un par de meses para que acabe este fatídico año 2018 y la cifra está en torno a cincuenta víctimas… ¿Qué nos está pasando? ¿Qué le está pasando al género humano para que cada día que pasa aparezcan en la prensa a toda velocidad casos y más casos de asesinatos machistas, casos espeluznantes de violaciones de niños y niñas, de bebés con apenas días de nacidos? ¿Qué sucede cuando los que nos tienen que dar lecciones de respeto, como los cargos eclesiásticos, los encargados de nuestra seguridad y protección o de guiar nuestros destinos son quienes cometen estas aberraciones?

¿No tienen ustedes miedo de que esto se degenere un poco más? Yo de verdad siento unas náuseas y un profundo asco solo de imaginar lo que será el después…

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