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La última jugada

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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La primera de ellas fue en el año 1997, en el sexto partido de la final. Los protagonistas, Jordan, me llamo Michael Jordan, y Steve Kerr Wyatt Earp ?raza blanca, ¡buen tirador!-, ambos jugadores de los Chicago Bulls. La jugada, una ¡enorme! canasta del frío tirador Steve Kerr, a pase de Jordan, la cual les daba a los Bulls su quinto anillo de campeones y cimentaba más aún, si cabe, la leyenda del club liderado por Jordan y dirigido por Phil Jackson.

La segunda fue una larga jugada protagonizada, primero, por ordenadores Stockton, la informática a su servicio, John Stockton, de los Utah Jazz. El sensacional base de los Jazz encestó una canasta de tres puntos, seguida de una larguísima ráfaga de ametralladora, para colocar a su equipo por delante, restando pocos segundos para la conclusión del sexto partido de la final. Luego, tras una rápida canasta de Jordan, Stockton y Malone, se dirigieron a la canasta de los Bulls, buscando certificar su pase al séptimo y último partido de la serie, justo cuando el vuelo número 23, de las aerolíneas Jordan, les robó el balón y terminó por aterrizar en la canasta de los Jazz. Aquellos dos puntos certificaban el sexto y último anillo del jugón por excelencia, Michael Jordan.

Dejando a un lado la trascendencia de ambas jugadas, pues las dos sirvieron para que un equipo de la NBA ?los Bulls de Chicago- ganara la competición, lo que más recuerdo son las palabras, puestas en cursivas, de uno de los dos comentaristas que han logrado que me sienta a ver un evento deportivo delante de la televisión. El primero fue Matías Pratt, hijo, en la etapa en la que retransmitía los torneos de tenis. El segundo, responsable de los comentarios con los que abro este artículo, fue Andrés Montes, cuando retransmitía los partidos de la NBA.

Pratt no sólo lograba apasionar a quienes se asomaban a un deporte todavía minoritario en España ?nada que ver con los tiempos que corren ahora- sino que, además, demostraba en sus comentarios que conocía bien de cerca el deporte del tenis y sus reglas.

El caso de Montes es similar, en especial su pasión por el baloncesto, aunque su valía iba mucho más allá. Montes logró una verdadera legión de seguidores ?entre los cuales me incluyo- retransmitiendo partidos que se celebraban a las dos, tres o cuatro de la mañana, hora del Archipiélago. Como comprenderán, a esas horas, salvo los insomnes, los búhos y los vigilantes nocturnos, el resto de los mortales suelen estar en los brazos de Morfeo o de sus respectivas parejas.

Montes logró, merced a sus divertidos comentarios, su alegría y sus tremendos conocimientos, no solamente de baloncesto sino de cine y música ?especialmente de la discográfica Motown y sus principales cantantes-, mantenernos pegados al sillón, sin dejarnos vencer por los bostezos de rigor.

Tampoco me quiero olvidar de sus compañeros de aventura nocturna, Antoni Daimiel y Santiago Segurola. Ambos, en especial Segurola ?más curtido y veterano que Daimiel, en aquellas lides- ejercieron de contrapunto ante muchos de los ocurrentes ?y a veces disparatados- comentarios de un Montes quien, a medida que se desarrollaban los partidos, desplegaba toda su artillería verbal, no dando tregua alguna al espectador.

Y es que nadie estaba libre de los apodos y coletillas que Montes iba desgranando a lo largo de un partido de la liga regular norteamericana, muchos de los cuales son dignos de recordar.

En las primeras líneas de este artículo ya han podido leer los apodos al incontestable Michael Jordan, al no menos genial John Stockton, o al sensacional tirador Steve Kerr, apodado por Montes, Wyatt Earp, -el mítico personaje del salvaje oeste americano y uno de los implicados en el duelo en OK Corral-.

Sin embargo, la inventiva de Montes no se acababa ahí. Por ejemplo, al mejor reboteador de la historia de la NBA, compañero de Jordan, Dennis Rodman, Montes lo apodó el Carpanta de los rebotes, dada el ansia reboteadora del jugador. Al enorme pivot Shaquille O?Neal, Montes lo nombró presidente del consejo de administración de Geppetto Brothers, dadas las malas estadísticas en tiros libres que el jugador arrastró durante buena parte de su carrera.

Podríamos seguir nombrando más y más ejemplos, pero de lo que no hay duda es que el interés del locutor era lograr que disfrutáramos de todas y cada una de las retrasmisiones y, por lo menos, esbozáramos una sonrisa, en vez de un bostezo.

Sobra decir que el personal estilo de Montes no gustaba a todos por igual ?algo que se agudizó cuando se hizo cargo de las retrasmisiones futbolísticas para la Sexta-. A partir de ese momento, los puristas montaron en cólera y acusaron a Andrés Montes de cualquier barrabasada, presente o pasada.

Con los puristas, ya se sabe lo que pasa. Al final, tal y como le sucedió a Anton Ego, el crítico culinario de la maravillosa película de animación Ratatouille, todos sus principios, reglas y premisas se desmoronaron al descubrir que el maravilloso plato que acababa de saborear estaba cocinado por? una ratita. Quien les quiera hacer caso ?me refiero a los puristas- asume su propia responsabilidad y que luego no se lleve a engaños sobre las opiniones que deberán soportar de ellos.

Personalmente, tengo una deuda de gratitud con Montes por recordarme que LA VIDA PUEDE SER MARAVILLOSA, tal y como recordaba cada día, justo cuando la mía no me lo parecía. Su pasión, entrega, profesionalidad y buen humor me ayudaron a comprender cuánta razón tenía y lo importante que era tomarse la vida como si, de verdad, fuera maravillosa.

Con su muerte, nos hemos quedado huérfanos quienes disfrutamos con la entrega personal y profesional de las personas, no importa el escenario.

Andrés Montes ya no está, pero el verbo altisonante y sus comentarios de Afilarmónica siempre permanecerán en la memoria de quienes compartimos tantos buenos momentos al escucharlos. Y eso, ni los puristas podrán evitarlo, faltaría más.

Eduardo Serradilla Sanchis

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