La 'sinfonicidad' de Sting, un invento con altibajos

Me fastidia un poco reconocerlo, pero la idea que ha tenido Sting de hacer versiones orquestales de sus grandes éxitos funciona bastante bien. En términos generales.

El ex cantante de Police (¡qué tiempos aquellos!) dio este miércoles un satisfactorio concierto en el Estadio de Gran Canaria ante unas 12.000 personas, que costó lo suyo que entraran todas al recinto y por eso hubo retraso hasta las 22.00 horas. Sonó entonces en un comienzo prometedor “Every Little Thing She Does Is Magic”, seguida de “If I Ever Lose My Faith in You”, “Englishman In New York” (con una estupenda parte para clarinete) y una “Roxanne” algo anémica por su reconversión en balada.

Porque seamos francos: con esta gira Symphonicity, Sting culmina su distanciamiento, más que mascado desde hace años, respecto a los planteamientos iniciales de su antiguo grupo. Lo cual es una pena, por muy respetable que resulte. Y ni siquiera estamos ante un problema de meter una orquesta o ralentizar la melodía, sino ante un problema de actitud. Por eso “Roxanne” sonó así, como la sombra de la gran canción que sin duda es.

Quede claro que a la Filarmónica de Gran Canaria nada se le puede criticar, e incluso que en “Russians” aprovechó la oportunidad de lucirse que le prestaba el arreglo. Ése fue el mejor ejemplo de la noche (aunque no el único) de compenetración entre la orquesta y las canciones de Sting, mostrando que la sinfonicidad puede ser una vía válida para revitalizar el repertorio del artista inglés.

Pero del mismo modo hubo que aguantar un puñado de baladones (“Straight To My Heart” , “When We Dance”, “Hung My Head”, “Why Shoud I Cry For You”...) donde los intérpretes de la Filarmónica poco podían hacer para disipar el tufillo a música ligera. Con eso se rompió el ritmo en la primera parte del concierto, hasta tal punto que escuchar la vieja “Next To You” fue un auténtico soplo de aire fresco, si bien a esa canción de rock no le pegaba el acompañamiento orquestal.

Luego había también una banda que incluía a un guitarrista que con la eléctrica apenas disfrutó de un par de amagos de solo que no duraban más de quince segundos, y una cantante que pese a su verdadero vozarrón únicamente cobró protagonismo en el dúo que Sting le permitió hacer en “Whenever I Say Your Name”... demasiado talento, no diré que desperdiciado, pero al que se le podría haber dado más o mejor uso.

Y hasta aquí la parte aguafiestas de esta crónica. Para compensar, diré que tras el descanso el concierto al menos ganó en variedad, con una “Moon Over Bourbon Street” que pareció sacada directamente de un musical de Broadway, y el toque latino de la trompeta en “All Would Envy”. Ah, y “Every Breath You Take” sonó tan bien como siempre. Y no olvidemos apuntar como punto a favor de Sting su generosidad con los bises: después de las tres canciones que tenía preparadas, interpretó en solitario “Message In A Bottle”. Una inmejorable y paradójicamente sencilla manera de cerrar la actuación, que el público agradeció.

Conclusión: muchas de las canciones seleccionadas siguen manteniendo el tipo en este formato, la gente se fue contenta a casa tras dos horas de concierto y Sting hizo gala de su innegable carisma sobre el escenario. Todo muy bonito, aunque apuesto a que las numerosas autoridades que se sentaban en las primeras filas (entre otros, Paulino Rivero, Fernando Bañolas, Marco Aurelio Pérez y Jerónimo Saavedra) se lo pasaron mejor que yo.

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