Todavía resuenan en los salones del hotel Santa Catalina las palabras del presidente de la patronal de Las Palmas, Mario Rodríguez, que el miércoles hacía un encendido canto de alabanza a la Gran Marisma, con Cambalache de fondo, para gran regocijo de los poderes fácticos del puerto, que le obligaron a mojarse hasta donde la dignidad no permite. Nos imaginamos la cara de los representantes empresariales en el Consejo de Administración al comprobar que de nada han valido tantas presiones, tantos chantajes, tantos inconfesables mensajes. Sí, alcaldesa, las cosas las coloca el tiempo en su sitio. Más pronto que tarde, por lo que parece.