Es muy difícil superar el grado de incapacidad política que presenta el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana. Los miembros del pacto que sustentan en la alcaldía a María del Pino Torres, de Nueva Canarias, se han contagiado -al parecer encantados- de ese vergonzoso mal de la ineficacia, el clientelismo, el regate pueblerino y zafio para apañar unos votos de más a costa del interés de la generalidad. Lejos de formalizar un acuerdo político sólido e inaplazable que conduzca a sacar a la principal ciudad turística de Canarias del foso en que anda metida desde hace décadas, cada una de las fuerzas políticas en presencia se dedica a poner zancadillas a la de al lado a ver si así en lugar de cinco o siete son seis u ocho los concejales, a ver si tal asociación de vecinos o aquella de petanca nos invita a su anual chocolatada. Y si por delante hay que llevarse la mayor operación de inversiones de la historia del municipio, da lo mismo, el caso es llegar por la noche a casa con esa gratificante sensación de haber puteado al contrincante (joder, de aquí, a ministro, qué güevos). Tienen delante de sus narices la posibilidad de relanzar aquello gracias al Consorcio para la Rehabilitación Turística del Sur y se han detenido en la figura de su gerente, José Fernández, que no les gusta porque es un tipo serio, de los que no se presta a martingalas ni a componendas, y mucho menos a maletines, tan frecuentes en ese municipio.