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Dos payasos

Román

Román Delgado

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Este fin de semana me ha perseguido con apretada insistencia el vocablo payaso, que a veces actúa como sustantivo y otras como adjetivo. La primera acepción me gusta; la segunda la detesto. Esa palabra la he visto y además escuchado, siempre sin reclamar tal interacción, en prácticamente todos los lugares y soportes. Ha ocurrido estos últimos días. Por cierto, también se hallaba incrustada, casualidades de la vida, en algún grafiti convertido en herida de pared recién adecentada en la ciudad.

Me encantan los payasos y odio a los payasos. Quiero decir que hay payasos y payasos, y la semana pasada, que se finiquitó con domingo de catacumbas y la compañía de gélidas temperaturas, sacó a relucir, desnudó al completo, a muchos payasos, casi todos payasos con el significado que siempre concede el adjetivo. Sin duda, fueron más de la cuenta, y con dominio de los que no tienen funciones en el circo, el de verdad, aunque a algunos les va muchísimo el otro, que ahora no merece la pena calificarlo y así evito hundirme en lo más lesivo, burdo o tosco. No hay por qué.

Dejando a un lado las pintadas que se agarran a paredes y muros en el barrio imposible de quedar limpio; obviando el también uso del adjetivo payaso que el poco cómico Francisco Marhuenda dedicó este fin de semana al cabecilla de la Gürtel, Francisco Correa; aparcando las vergüenzas y venganzas de un tal H que camina de medio local semipatrocinado a medio local semipatrocinado para decir que esta tierra está llena de (al menos dos) periodistas desinformados; no queriendo hacer más sangre del golpe de mano, purga, vendetta o el ahora te las cobro… del jefe de la patronal de patronales tinerfeña, y menos aún del que mueve los calderos en la cocina de esa misma casa; arrimando en una esquina las cobardías interminables de la política local; obstaculizando el acceso a otras calamidades y sinrazones, que ahora nada de eso toca..., quiero decir y digo, señoras y señores, que esta semana que nos acaba de abandonar me he vuelto a acordar de manera muy especial de dos payasos, payasos que esta vez son sustantivos. Se trata de los payasos que aquel día fueron titular de primera en la prensa local. Decía así: “Dos payasos en La Laguna”, en negrita y sobre la imagen de dos payasos de verdad cogiendo frío en la calle de la Carrera.

La culpa de que esa famosa portada ahora haya rebrotado en mi mente la tuvo una persona recién salida del Gobierno de Canarias, que, contando algunas cosas off the record que él pilló en el núcleo del Ejecutivo regional, describió a la perfección los mismos procesos (¿o eran presiones?) que se desencadenaron en aquel medio escrito cuando ese titular de primera arribó a los quioscos y de camino a más de un despacho oficial. Fue tal el cabreo de algunos que hasta cabezas quisieron cortar, pero no lo consiguieron. Era muy difícil de explicar que frase tan inofensiva llevara tanto veneno dentro. Solo se decía: “Dos payasos en La Laguna”. Igual eran más, pero en la foto solo había dos, los dos payasos, con la acepción del sustantivo, que aquel frío día colonizaron el empedrado de la Carrera; eso sí, justo en un tramo muy cercano a las casas consistoriales, que debió ser lo que creó tal confusión. Solo querían dar cuenta, pobres payasos, de que el circo, el de verdad, se había instalado en la ciudad, en el municipio de La Laguna.

Con esos recuerdos tan agridulces de aquellos dos payasos, he rematado la semana, lo que no voy a agradecer a ese amigo pues, queriendo ofrecerme la realidad de las cosas en la cocina de los que mandan, al final solo logró obsesionarme con payasos de verdad y payasos de mentiras, los que no hacen reír o tienen la gracia donde se imaginan.

Tal jaleo metido de lleno en la cabeza, con payaso va y payaso viene, solo se esfumó de mi cerebro cuando entré en el huerto y vi el primer frutal, el de la esquina, con un buen puñado de naranjas maduras, cítricos que pedían manos, corte y conversión rápida en zumo. Así lo hice y así limpié, al menos por ahora, la ansiedad que se había instalado en mi interior a cuenta de tanto payaso en sus diferentes acepciones, las más buenas y nobles, las menos buenas pero que escapan, las malas y las muy maliciosas, las horribles e infumables.

En fin, que el mundo está lleno de payasos y uno no siempre se ríe con ellos.

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