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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Animalitos

4 de abril de 2024 09:29 h

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En los tiempos que corren, tiempos de crisis y decadencia, es recomendable desarrollar ciertas habilidades necesarias para disfrutar de una vida tranquila, provechosa y sin grandes inconvenientes.

Resulta muy necesario salir a la calle bien pertrechados con altas dosis de prudencia y prevención. Alcanzar el éxito de una plácida existencia en estos tiempos convulsos dependerá en gran medida de la coraza que cada uno pueda agenciarse así como del desarrollo de ciertas aptitudes no incluidas en los currículum académicos. Ni doctores en derecho, ni cátedras de antropología, ni maestros de carpintería han sido prevenidos en el arte de la distinción entre seres sintientes y animalitos de dos patas. De ahí la grave confusión que está perjudicando al normal desarrollo de las relaciones sociales, llegando a afectar a la salud mental de aquellos que tienen mente.

Podría empezar esta humilde disertación con la distinción entre una vaca lechera y un cerdo empinao. Aunque tal comparación pudiera causar estupor entre el respetable, lo cierto es que la vaca lechera está en riesgo cierto de fenecer por haber sido confundida reiteradamente con el cerdo empinado. La controversia es de plena actualidad. 

El vicepresidente de Ashotel, don Gabriel Wolgeschaffen calificaba de tormenta perfecta la ola de convocatorias de manifestaciones a favor de las islas y en contra de la masificación turística en Canarias y, para fundamentar el motivo de su preocupación, el célebre señor Gabriel añadió una frase que debe quedar en los anales de la historia por elocuente y certera: “La vaca que da leche hay que dejarla tranquilita”. 

Efectivamente, a la vaca que pasta pacíficamente, genera leche, carne y contribuye al mantenimiento de prados y montes hay que dejarla tranquila. Una industria turística que se hubiese desarrollado en términos de calidad, sosteniblidad y preservación del medio podría haberse calificado como vaca lechera. Sin embargo, la vaca ya ha sido exprimida y agoniza de sobreexplotación, mientras que en el sector lo que abunda es el ejemplar conocido popularmente como cerdo empinado (dícese del gorrino que, por azares del destino, se levantó sobre sus dos patas y así se quedó, creyéndose el cerdo más elegante, estirado y majestuoso de la piara). Es importante resolver la controversia entre la vaca y el cerdo empinao, pues este, a pesar de su empinamiento, sigue comportándose como un guarro y es capaz de comerse a sus semejantes mientras goza feliz en el lodazal.

Es evidente que, en su momento, tuvimos al alcance de la mano una vaca lechera, pero no la dejaron en paz como acertadamente reclama el señor Wolgeschaffen. Ahora ya es tarde para vestir a la vaca de seda pues de famélica no admite ni una triste capa. No se detectó a tiempo al cerdo empinado y ya ha convertido el prado en un chiquero. 

Habrá quien se conforme con seguir exprimiendo la vaca, algo de leche le llegará, pero lo que no es de recibo es que el que mama se moleste por el hecho de que una parte de la sociedad quiera advertir que hemos confundido vaca lechera con cerdo empinado y señalar al cerdo. 

Al cerdo hay que darle un suave pero atinado golpito en el cogote para que recupere su posición y vuelva a la piara a retozar con los suyos en sus propios desechos. No en vano, ahora somos nosotros los que nos bañamos en aguas fecales, después de que cerdos empinados dejaran sus urbanizaciones sin terminar, sus canalizaciones sin enganchar, sus emisarios sin mantener y sus aguas sin depurar. Como consecuencia de la animalada, producto de confundirse creyéndose seres humanos siendo cerdos de dos patas, se vierten aguas fecales a diario en las costas de Canarias.

Dado que han contaminado la vaca lechera con mierda de cerdo empinado, legítima será cualquier manifestación, acción o reivindicación que se realice con el fin último de limpiar nuestra casa y alejar al cerdo empinado de la vaca que da de mamar.

Junto al cerdo empinado, muy juntitos, se distingue al rumiante con orejeras. El que rumia. Cuidado con este. El rumiante digiere insaciablemente con orejeras bien encajadas que le impiden ver a su derecha e izquierda. El rumiante con orejeras dispone de siete estómagos y come todo aquello que se le ponga por delante sin ascos ni remilgos. Las orejeras le impiden ver lo que ocurre en su entorno, por lo que no percibe el campo yermo que deja a su paso. Por allí donde el rumiante con orejeras dirige sus pasos no vuelve a crecer la hierba. Expulsa metano. 

El rumiante es capaz de comer tanto y con tal voracidad que acaba rápidamente con el pasto mientras las orejeras le impiden sentir los efectos que su hambre insaciable provoca en el entorno. Ante semejante impermeabilidad con la realidad no es extraño que esta respuesta social masiva contra el turismo extractivo, agotador de recursos, contaminante, generador de pobreza, precariedad, mercado negro, esclavitud y desigualdad coja por sorpresa al rumante con orejeras. No lo vio venir. Comía con las orejeras puestas, se alimentaba bien, tenía la barriga llena y el corazón contento, ¿cómo iba el rumiante a percibir el destrozo que dejaba a su paso su hambre desmedida? Si comiendo no vio el trabajo precario, los índices de pobreza, la explotación laboral, el mercado negro, la esclavitud y por no ver, ni vio ni el dolor de las Kellys es lógico que ahora se pregunte ¿cómo es que se nos rebela la tropa? 

Sepa usted, señor lector, que quitarle las orejeras al rumiante es un acto delicado. La realidad choca tanto con su mundo de excesos y lujos que un atisbo de la desigualdad social que deja a su paso podría generar un colapso en el rumiante. Los seres humanos debemos ser delicados con el animalito pues este tiene incrustado en el cerebro que el pasto es infinito y si ya es difícil enseñarle algo al rumiante con orejeras ¡imagínese cuán difícil es pretender ahora que cuestione los dogmas del capitalismo salvaje! !Abajo la inteligencia!

El rumiante espera cortesanos en lugar de seres pensantes y resilientes pues cree que los que no comemos sin límite ni escrúpulos somos simple y llanamente tontos. Nunca podía esperar una rebelión en su granja.

Así se entiende perfectamente el despiste mostrado por Santiago Sesé, presidente de la Cámara de Comercio de Tenerife, cuando habla de grupos minoritarios que orquestan campañas de turismofobia. Tengo al señor Sesé por un ser capaz y me atrevo a afirmar que, como representante empresarial, no estará tan despistado con la trayectoria del sector turístico en Canarias y conocerá de primera mano a rumiantes con orejeras que se alimentan del dinero público con que el Gobierno de Canarias paga la promoción turística, o con los beneficios fiscales del sector gracias a las ventajas de la RIC, o con la utilización de los fondos europeos para la construcción de hoteles ilegales, o con mercado negro laboral tan propio del sector servicios, o del (im)pago de impuestos de grandes hoteles que llevan abiertos al público desde hace años... Muchos han engordado con la práctica habitual de declarar insolventes las empresas urbanizadoras tras garantizar el aprovechamiento privado del suelo sin haber afrontado los deberes de urbanización. Ya saben, beneficios privados, cargas públicas. La paguita del rumiante.

No sería para tanto la sorpresa si se hubieran apartado las orejeras un poquito para constatar que el abuso lleva, tarde o temprano, a la reacción. Y que defender con tu cuerpo el territorio en el que vives no es propio de grupos minoritarios exaltados sino de ciudadanos con capacidad crítica, conscientes de la precariedad ambiental y de la capacidad extractiva de los rumiantes con orejeras que campan a sus anchas en el hábitat común.

Ávidos de distinguir a los “animalitos” de dos patas que nos rodean, también llamados sociópatas por los estudiosos en la materia, debemos estar alerta sobre aquellos que a poquito que los empujes se quedan comiendo hierba. Son una especie distinta al cerdo empinado y del rumiante con orejeras.

El que se quedó comiendo hierba era tu vecino del segundo, el listillo del pueblo o el tímido del colegio. Caminaba a dos patas a tu lado, le viste crecer y desarrollarse. En un momento dado recibió un ligero empujoncito en la espalda y, ya en posición de “a cuatro patas”, decidió quedarse ahí y comer hierba. Con el culo en pompa que hubiese dicho mi abuela, la maestra. 

El empujoncito es determinante para detectar al animalito. En muchos casos el empujoncito que los deja en pompa es simplemente un carguito, la comisión, la participación en una inversión, o un negocio lleno de brilli-brilli purpurina. El efecto es tremendo: se quedan comiendo hierba. 

Recordaba al que se queda comiendo hierba porque hace unos días leía que el presidente canario pide “sentido común a quienes protestan contra el turismo, la principal fuente de empleo de las islas”. No me culpen por la conexión de ideas, no es nada personal. Sólo es pura crítica del sistema partidista que gangrena las instituciones públicas y alimenta a cerdos empinados y a rumiantes cortoplacistas. No hago distingos entre partidos en el poder, y partidos en el pasto. La mente humana es peligrosa y mi cabeza lleva años estudiando casos de corrupción en donde los empujoncitos de empresarios turísticos ponen a nuestros representantes políticos a cuatro patas, y ahí se quedan, comiendo hierba.

Creo haber ilustrado suficientemente lo importante que es dejar en evidencia las grandes diferencias entre los seres silientes, capaces de percibir las circunstancias de su entorno y vivir sin destrozar su hábitat, con este tipo de “animalitos” que, teniendo a su alcance la capacidad de razonar, aprender, comunicarse y avanzar intelectualmente con habilidades innatas al ser humano y herramientas tan útiles como la ciencia, la empatía o el conocimiento adquirido tras siglos de evolución, dedican su energía a destrozar el entorno en el que viven para hacer ostentación pública de una falta de sensibilidad  impropia de seres silientes. Ya no hablemos de la humanidad que distingue al ser humano del animal. Por motivos de seguridad pública al animalito no se le debe dejar salir del corral.

Moraleja: pongan la vida en el centro, protejan el lugar donde viven, no vaya a ser que, a poco que les empujen, se queden comiendo hierba.

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