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El patio de mi recreo

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Hace unos años pregunté a un amigo por qué corría en un parque natural de la isla de Lanzarote pudiendo hacerlo por los caminos, avenidas y vías construidas para ello. Estábamos en la playa de La Caleta, en Famara, Teguise, Lanzarote y la carrera transcurría por el Risco de Famara, Parque Natural del Archipiélago Chinijo. Ya saben, la Famara Total, una carrera que transcurre por el lugar donde se encuentra el mayor número de endemismos de la isla.  

La respuesta me dejó sin aliento: porque es más divertido.  

Porque es más divertido correr por un espacio natural protegido las instituciones de la isla organizan con dinero público carreras (trail running, running challenge, race, rallyes...) por los espacios más vulnerables de la isla. Y esos espacios, que conforman nuestro paisaje, preservan las especies endémicas de la isla y protegen la biodiversidad necesaria para nuestra supervivencia, soportan la carga de entrenamientos diarios, eventos, público, visitas, excursiones, pruebas masivas, residuos, basuras.... por pura diversión. Por que es más divertido. 

La Geria no es sólo un lugar con gran riqueza natural, representa el sacrificio de generaciones de agricultores que, pasando hambre y sed, construyeron y preservaron el paisaje haciéndolo compatible con el cultivo de la vid. Los valores naturales del espacio más representativo de la isla ceden ahora en favor de la diversión. Por diversión, las instituciones de la isla organizan con dinero público conciertos masivos en el parque natural de La Geria, transformando el modelo del respeto al paisaje en botellones masivos. Las bodegas históricas han dado paso a las industrias vitivinícolas que se han construido cual complejos turísticos, dispuestas a poner música a todo volumen, luces a todo tren y ofrecer ron con coca-cola que, como todo el mundo sabe, es lo que produce la vid. 

La contaminación acústica no se mide, la contaminación lumínica no existe, de la contaminación ambiental no se sabe nada. Lo único que se tiene en cuenta es lo divertido del momento. La isla usada como patio de recreo. Sin respeto al pasado ni previsión de futuro ¿qué tipo de visitantes pretendemos tener si damos el peor ejemplo como anfitriones? 

Hace muchos años, ya peino canas, los pescadores de Famara subían sus barcos a la playa reuniendo a las personas que acudían a comprar el pescado o a bañarse en la playa chica del pueblo. El barco, de madera, pesaba lo suyo por lo que pescadores y veraneantes juntábamos fuerza para tirar del barco que se deslizaba sobre parales untados con grasa y se sostenía con puntales.  

Alguien debió pensar que era más divertido subir el barco tirando con un coche 4x4. Ese alguien, lo recuerdo bien, no tenía un barco de madera ni era pescador profesional. Era un veraneante que, para divertirse en sus vacaciones, compró un barquito de fibra. Pocos años después, los bañistas levantan obedientes sus toallas de la arena para que uno tras otro, los coches circulan libremente por la playa, metiendo sus ruedas y remolques en el agua para botar y sacar todo tipo de embarcaciones.  

Esto que les cuento ya no ocurre en verano, ocurre cada día del año en la pequeña playa de La Caleta. Tampoco ocurre con los veraneantes de la isla. Ocurre con todo aquél que tiene lo suficiente para comprarse un barquito o una moto de agua y quiere lanzarlo en la Reserva Marina para hacer todo tipo de actividades. Deportivas, pesqueras, turísticas....para divertirse. Ahora los residentes de Famara se quejan de la invasión de la playa, de la suciedad, del ruido, del tráfico, de la contaminación... de la saturación y de la pérdida de calidad de vida en la llamada de forma muy pretenciosa “milla de oro”. 

Por diversión invadimos los espacios más sensibles de la isla. Nos sentimos con derecho a recreo los descendientes de los señores de la tierra, ius sanguinis. Tienen derecho a ello a recreo los que han nacido aquí, ius solli. Y tienen derecho a ello aquellos a los que hemos conferido el ius primae noctis, el derecho de pernada sobre nuestro territorio. Unos pagan por su recreo, otros cobran por ello, al más puro estilo medieval. Al abusador lo llaman turismo premium, se divierten violando el espacio virgen. 

Podríamos pararnos a medir qué efecto tiene ese abuso sobre el territorio. Determinar la capacidad de carga de la isla, qué daño ambiental nos podemos permitir sin destrozar el paisaje que alimenta la industria turística. Se podría calcular los ingresos reales que se obtienen por ese tipo de actividades y el coste real de las mismas, es decir, no sólo el económico sino también el social, el ambiental, el de la biodiversidad, el coste a futuro.....en definitiva, poner en una balanza el interés público frente al beneficio privado. Incluso podríamos hacer un esfuerzo por acercarnos al siglo XXI y adoptar medidas que preserven dichos espacios, como oasis de supervivencia, haciendo compatible su preservación y cuidado con un uso responsable, controlado y vigilado del lugar donde vivimos.  

En definitiva, podríamos tomar medidas que protegieran el espacio común convirtiendo a nuestras instituciones públicas en precisamente eso, estructuras públicas dotadas de funcionarios públicos que, siendo gestionadas por representantes públicos, velen por el interés general preservando el espacio común para su supervivencia en aras al bien de la comunidad que lo habita. 

Podríamos haber aprendido algo de lo mucho que se ha planificado y escrito en la isla sobre cultura del territorio. Podríamos haber honrado el conocimiento. Pero no. Lo que hacemos es elegir el botellón como actuación de gobierno. La diversión como inversión de futuro.  

Ceniza, es que estoy hecha una ceniza. 

Posdata: terminando este escrito recibo el bando de Olivia Duque sobre la celebración de la Diabletes Race. Dejando al margen la horterada del nombre ¿alguien le podría decir a esta señora que aprenda a escribir? 

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