Como estoy hablando de un lugar pequeño y recóndito de fuera de Canarias, el ejemplo no está contaminado: gracias a Juana Dorado, una apartada ciudad peninsular de la periferia ha podido disfrutar de Tamara Rojo, Igor Yebra, Antonio Canales, Eva Yerbabuena, Joaquín Cortés... Y además de disfrutar de sus sacrificios, he podido conocer -porque ella me los ha presentado- a figuras de la danza española y mundial, desde los astros del American Ballet, con Angel Corella a la cabeza... hasta los ballets rusos, flamencos, cubanos... Otra vez participé en un documental con el ínclito bailarín Rafael Amargo, algo que en un principio me llenó de orgullo pero que después he tenido que esconder en mi currículum desde aquel aciago día en que la soberbia y la necedad le llevó a incluir a una friki del cuore entre las “estrellas” del carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Quiere esto decir que ser una autoridad en ballet no imprime carácter ni otorga infalibilidad como el Papa: los seres humanos estamos plagados de errores y hasta el más inteligente de los mortales no está libre de la imbecilidad en sus actos. Si Antonio Gades levantara la cabeza...He leído con detenimiento las opiniones que se han vertido en torno al aborto del Gran Canaria Ballet (pues de un no nasciturus se habla, ya que se improvisó a última hora electoral y ni siquiera actuó una sola vez), desde Pepe Alemán a Luis Socorro, Gelu Barbu y Anatol Yanowsky, Jerónimo Saavedra o Luz Caballero. Me consta la solvencia de todos ellos en la cultura y en el arte, aunque posean diferentes puntos de vista al respecto. Y la danza y el ballet les deberían estar agradecidos a estas sensatas irrupciones en la más incomprendida de las artes escénicas, que pugna por elevar sus estudios a la dignidad académica y a la que siempre le ha tocado bailar con la más fea en materia de apoyo mediático, pese a la hermosura y éxito de sus puestas en escena y a la popularidad de sus primeras figuras.Terciar en la controversia con argumentos irrefutables parece difícil, pero sí existen razonamientos que al menos no suenan demasiado contemporáneos. Descalificar al Gran Canaria Ballet porque no posea bailarines canarios empobrece mucho la discusión: lo importante no es la fecha ni el lugar de nacimiento de los integrantes, sino su calidad. Y si el mundo del fútbol, el cine o la literatura no se guía por baremos tan ombliguistas no sé porqué han de exigirselos a la danza. Tampoco me parece acertado descalificar a Luz Caballero por un asunto que, guste o no, le ha venido heredado y plagado de improvisaciones, dispendios y opacidades. Llega Coalición Canaria y sus apéndices populares (o viceversa) y no pasa ni una semana sin que cambien los responsables del Puerto de la Luz, causen estropicios en la educación para la ciudadanía y campen por sus fueros en el Presupuesto, pero ganan los socialistas aliados a Nueva Canarias y no pueden tocar nada porque entonces son unos bellacos desalmados que todo lo rompen y corrompen. Doy fe de la pasión y eficacia de Luz Caballero por la cultura, de su entrega en favor de la lectura desde una modesta asociación, de su interés por el Arte, con los adultos o con los niños, y por la reflexión y el buen criterio a la hora de consumar sus decisiones. Los que -con escaso predicamento- han pretendido llevarla a la hoguera o antes la insultaron, vejaron y presionaron según testimonian esas imágenes fotográficas que ruborizan hasta a la más bravucona, mal educada y agresiva de las bailarinas afectadas, me confirma que la suya fue una actitud valiente pues si con esa sensibilidad de coz y rebuzno defendieron sus argumentos no me extraña que al final lo hayan cerrado. A Luz Caballero también le tocó bailar con la más fea y lo fácil para ella hubiese sido pasar página y mirar para otro lado. Incluso tiene, a mi discreto juicio, sus razones Jerónimo Saavedra, cuando reclama desagravios para los afectados por el maquiavelismo de aquellos que tuvieron escaso interés por la cultura, salvo para sus proyectos megalómanos, y sólo quisieron pagar favores políticos y pasarle una “papa” caliente a los que posiblemente iban a sucederles. Lo importante hoy es que se habla de danza, se debate con racionalidad sobre la danza, y eso vaticina que las próximas representaciones producirán llenos multitudinarios. Y aunque se encardinen en programaciones públicas, no es obligatorio que se encadenen a la sopa boba de la subvención permanente y el erario común. Con que exista un sólo funcionario diligente y con conocimiento que programe a compañías privadas de calidad, con canarios, bostonianos o búlgaros, y el público se emocione por su belleza, el objetivo estará cumplido. Así que ¡luz, caballeros y señoras! ... y que pronto comience el espectáculo. Federico Utrera