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Bravuras, ma non toppo

José A. Alemán / José A. Alemán

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La encharcó Bravo al enmarcar su discurso en una visión digamos liberal de la relaciones interinsulares: Gran Canaria y Tenerife son “islas en competencia”, pero bajo una rivalidad “que nos estimula”, dijo. Lo que me autoriza a volverle la oración por pasiva porque, en efecto, así nos va como nos va con semejantes concepciones.

Dejaré estar la ranciedad del isloteñismo porque no entiendo de fechas de caducidad. Me interesa más subrayar su extrapolación a un sistema de organización política y administrativa de la competencia entre empresas privadas. Debió saltarse alguna clase para hablar del “equilibrio autonómico” resultante de esa “sana” rivalidad. Eso no lo mejora ni FAES, oye.

Que yo sepa, la competencia entre empresas busca la derrota y la extinción del rival. Son objetivos considerados legítimos en la batalla competitiva que acepta como lícito el aprovechamiento por las partes de los medios a su alcance para llevarse el gato al agua; es decir, para procurar el máximo desequilibrio posible en su beneficio y en perjuicio del contrincante.

En el caso canario, el desequilibrio lo consagra el Estatuto de Autonomía al diseñar un Gobierno que responde al modelo centralizador provincial, contra el que reaccionó la ley de Cabildos de 1912 que mantiene a mi entender, cien años después, un espíritu más avanzado que esta triste autonomía. Habrá de recordarse que cuando la redacción del Estatuto hubo quienes ?los psocialistas, por ejemplo- que quisieron cargarse los cabildos, que no se atrevieron por último aunque procuraron desnaturalizarlos.

Si Bravo maneja los datos de que presume, habrá advertido que, como ya ocurría con la Provincia única, son los poderosos y mandamases cercanos al centro de poder decisorio (ayer la capitalidad santacrucera, hoy el Gobierno) quienes tienen las ventajas y las aprovechan. No sería del género tonto sino contra natura que no barrieran para casa. Así ha sido durante lustros sin que el PP rechistara y ver ahora a Bravo, uno de los responsables del Estatuto, agarrarse de cuestiones anecdóticas casa sospechosamente con la actual estrategia anti-Paulino de Soria y demuestra no haber entendido nada.

Sentado que en una lucha competitiva ninguna de las partes da tregua de motu proprio al rival, debería obrar Bravo como cabría esperar de un liberal. O sea, luchar para virar las tornas y conseguir que sean los magnates grancanarios quienes pasen a cortar el bacalao y a leerle la cartilla a sus competidores tinerfeños. Con lo que solo se conseguiría reproducir el mismo desequilibrio, pero en la otra dirección. Nada ganaríamos en eso tan rimbonbante de la “construcción de Canarias”, pero al menos sería consecuente.

En cuanto a la solemne declaración de intenciones de que “nadie nos hará abdicar de esa defensa” (de la isla, insisto) me remito a la soriasis ya mencionada. Con el añadido de que si, en el mejor de los casos, está dispuesto al al martirio antes que abdicar, su sacrificio sería inútil porque no hay la seguridad, más bien lo contrario, de que quien le suceda en su día abdique si al PP le conviene volver a las anteriores complicidades.

Quiero decir, en definitiva, que el buen funcionamiento de una organización político-administrativa no puede depender de la voluntad de quien esté al frente de ella en cada momento; mucho menos confiar en que la competencia “estimulante” arregle las cosas con sus mágicos poderes. El equilibrio solo puede proporcionarlo una organización político-administrativa que funcione objetivamente y se articule a partir de la idea de cada uno en su casa y Dios en la de todos; que los mandamases de una isla no metan las narices en los asuntos de la otra. Que no haya en una isla manifestaciones multitudinarias para impedir que la otra consiga sus aspiraciones, pongo por caso.

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