Espacio de opinión de Canarias Ahora
Receta contra la vejez
En 1941, apenas dos años después de terminar la Guerra Civil, el Gobierno de Franco, empeñado en una política de incentivos a la natalidad común a la mayor parte de los regímenes totalitarios de la época- decidió poner en marcha un registro centralizado del número de nacimientos y defunciones que se producían en cada uno de los municipios españoles. La cuenta demográfica del país, tiene pues 74 años, y registró en sus primeros años un incremento extraordinario de los nacimientos, quebrado a partir de la década de 1980 por una tendencia general a que la pirámide poblacional se convierta primero en una columna rechoncha en su centro, y –si la cosa sigue como va- en algunos años parezca una seta. Canarias había escapado a esa tendencia hasta que –hace apenas dos décadas- comenzó a imitar el modelo general del país, llegando a superarlo en los últimos tiempos. Hoy Canarias está por debajo de la media española en nacimientos. Los hábitos reproductivos de los isleños son ya los de una sociedad madura, tirando a pocha. En 2013 Canarias registró la cifra de nacimientos más baja de nacimientos desde que Franco creó el registro. En más de la mitad de los municipios canarios, en las dos capitales y en las islas menores de la provincia de Tenerife, nacen hoy menos personas de las que mueren. La población envejece irremediablemente, conformando un paisaje de incertidumbre sobre el sostenimiento de sistemas imprescindibles como la seguridad social o las pensiones.
Durante los últimos años del siglo XX y primeros del XXI, los años previos a la crisis, la tendencia a la decadencia demográfica se vio frenada por la llegada masiva de inmigrantes, con una tasa de reproducción bastante superior a la nacional. Fue un tiempo en el que prosperó en el país y en Canarias el discurso contrario a la inmigración, con distintos matices. Los inmigrantes venían a quitarnos los puestos de trabajo, a consumir los recursos de nuestra sanidad universal y a cambiar nuestras costumbres. Ocurría justo lo contrario: ocupaban puestos de trabajo excedentes que los nacionales (y canarios) no querían, aportaban su cotización a la seguridad social con un índice de uso de sus servicios muy escasos y compartían rápidamente los hábitos y costumbres occidentales que hoy definen a la sociedad española y canaria. Ahora no están. La crisis expulsó de España a casi cinco millones de inmigrantes. Y el futuro se nos presenta cargado de vejez. Aunque fuera por cochino egoísmo, si queremos que alguien pague nuestras pensiones, quizá sería cuestión de revisar los discursos xenófobos y contrarios a la emigración. Eso es lo que apunta la lógica. Aunque la lógica no sea hoy la principal seña de identidad del discurso político.
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