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La Catedral como Antimonumento

Vegueta, 1932.
23 de mayo de 2024 11:53 h

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“Al costado de la piedra, ahondada ya en más de tres metros, leo con asombro:

Navigare necesse est

vivere non est necesse

Memoria de una excavación urbana. P.34. Manolo Millares

El solar de la inconclusa iglesia de El Sagrario, anejo a la Catedral de Santa Ana, representa un espacio intersticial enigmático, que en su indefinición representa en cierto modo, casi como una sinécdoque, la intrínseca condición abierta de esa arquitectura, la catedral, y por ende, dada su implicación en su proceso de formación, de la ciudad histórica.

Sabemos que la ciudad histórica del Real de Las Palmas, hoy Vegueta, comenzó en el entorno de San Antonio Abad y su primitiva ermita construida en 1478 (posteriormente destruida y reedificada en el S. XVII).

En el transcurso del desarrollo posterior del Real, en centro del mismo se desplaza a lo que hoy llamamos plaza del Pilar Nuevo, donde se levantaría la “Iglesia Vieja” primera sede catedralicia emplazada en el lugar en el que se levanta el ábside la catedral actual.

Ese desplazamiento espacial posteriormente se vería continuado por el desplazamiento y giro de 180 grados de la siguiente fase de construcción del templo, con la obra de la catedral gótica, orientada hacia poniente para facilitar el uso de la Iglesia vieja durante las obras y dando así lugar a una nueva centralidad y al origen de la Plaza de Santa Ana.

La jerarquía espacial de la ciudad se vería modificada en esta progresión: San Antonio Abad-Pilar Nuevo-Santa Ana, generando la trama urbana de la Vegueta antigua que actualmente conocemos.

Culminando ese proceso, ya en el S.XVIII, se acomete por Diego Nicolás Eduardo la construcción de la obra neoclásica, que dejaría inconclusa, obra continuada por Luján Pérez, que aportó la erección de la torre norte.

La Iglesia del Sagrario, prevista en el proyecto de Eduardo, adyacente a dicha torre en el costado norte de la catedral, sobre el anterior emplazamiento de primer Hospital de San Martín, no llegó a erigirse, llegando su solar hasta nuestros días como un vacío dentro el complejo catedralicio.

Este espacio, suspendido en el tiempo desde entonces, ha sufrido diferentes vicisitudes ya en el S.XX, incluyendo una tentativa de intervención según proyecto de Secundino Suazo ejecutado por Andrés Boyer (autor del notable Club Altavista), obra parcial, interrumpida y luego demolida.

En la actualidad, en la abandonada expectativa de su terminación sobre la base de un proyecto historicista que habría consolidado una solución en mi opinión anacrónica y reduccionista del papel de ese espacio para la ciudad,  el hallazgo de un denso estrato arqueológico en su subsuelo, correspondiente a restos arquitectónicos y enterramientos del primitivo Hospital de San Martín, ha vuelto a situar a ese espacio, a ese recinto, en un intervalo temporal suspendido, manteniéndolo en su eternamente provisional condición de espacio libre casi en el interior de la catedral. Esa circunstancia de inconclusión y apertura hace visible desde el exterior la sección constructiva del templo en su medianera norte, lo que permite la legibilidad directa del propio proceso histórico de formación del mismo a través de sus diferentes sucesivas superposiciones y adiciones, mostrando así claramente en sus partes la complejidad del palimpsesto, dotando al conjunto de una condición inacabada y abierta y, por ello, de algún modo viva.

Esta realidad permite contemplar esa arquitectura en la tensión entre dos condiciones: la condición de monumento que se afirma desde su proceso histórico de formación, frente a otra que emerge que es su dimensión como antimonumento.

Un monumento en arquitectura es un hecho construido que viene referido a la conmemoración de un pasado histórico más o menos lejano que se recuerda en el presente para su consolidación en la memoria colectiva. Normalmente conmemora situaciones o hechos históricos ocurridos socialmente importantes, de carácter civil, religioso, etc., que se busca materializar en el presente manifestando sus raíces y su significado para su apropiación en el presente.

Cuando, en cambio, se habla de antimonumento, no se trata de establecer una categoría antagónica con el monumento, sino distinta, que hace referencia a otras dimensiones del artefacto arquitectónico.

El antimonumento, en la óptica de diferentes autores (*), se refiere más bien a un conjunto heterogéneo de realidades espaciales, como estructuras abandonadas o en desuso, no necesariamente en ruinas, pero sí en un proceso entrópico de obsolescencia cuya función ha quedado detenida de forma abrupta en el tiempo, generando espacios incógnitos mostrando la intersección entre el pasado y el presente y acaso el futuro latente.

La condición abierta del antimonumento trasciende de una atribución funcional concreta, pues la incertidumbre de su estado permite múltiples lecturas no unívocas ni finalistas. Este hecho, lejos de constituir una merma de su interés, representa por el contrario la manifestación del devenir, confrontando en su percepción la curiosidad con la melancolía, la incertidumbre con la oportunidad, abriéndose a un debate no sólo sobre el pasado histórico sino también sobre sus posibles, incluso teóricos, futuros. El atimonumento no se reduce por tanto a ser un contenedor inerte de recuerdos o historias, sino que se ofrece como catalizador de nuevos acontecimientos culturales materiales o virtuales.

En el caso del solar del Sagrario, solar y yacimiento arqueológico (que debe preservarse y serle otorgado un contenido social y cultural accesible manteniendo su carácter de espacio libre), no la iglesia que nunca fue, se aplica nítidamente el planteamiento anterior, pero aún más allá de él, es la propia catedral en su indivisible totalidad como organismo complejo, una inacabada máquina del tiempo, la que encarna la condición de antimonumento, una condición que trasciende a su destino de uso principal, una dimensión cultural y urbana, una condición abierta y compleja. Materia de tiempo.

“Contemplar unas ruinas no es hacer un viaje en la historia, sino vivir la experiencia del tiempo, del tiempo puro”(**).

* Por nuestra parte hemos desarrollado el concepto en Lacruz Alvira, E. y Ramírez Guedes, J. en: Anti-monumentos. Recordando el futuro a través de los lugares abandonados./Anti-Monuments. Remembering futures through abandoned places.RITA. Revista Indexada de Textos Académicos. 2017. También en: Lacruz Alvira, E. y Ramírez Guedes, J.: The Anti-monument. The Deconstruction of Time and Memory in New Ruins and Abandoned Places, en AA.VV. Projecting Memory. IRF Press. Interdisciplinary Research Foundation. Warsaw. Poland, 2017.

** Augé, Marc. El tiempo en ruinas. Barcelona,  Gedisa, 2003, p. 45.

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