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¿Conferencia de paz o farsa?
Tras meses de gestiones, Condoleezza Rice estuvo a punto de suspender el encuentro previsto para el próximo 27 de noviembre (por desavenencias entre israelíes y palestinos, dicen), con la participación de decenas de países invitados, España incluida, y organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI). Según la ministra israelí de Exteriores, el documento básico pactado entre Olmert y Mazen, bajo presión de la secretaria de Estado, consiste en algunas concesiones mutuas de muy difícil “implementación”, en palabras de Henry Kissinger, basado en algunos puntos del Plan Taba del año 2000. Pero no aclara a qué puntos de Taba hace referencia el texto casi acordado. Anápolis indicará otra impotente Hoja de Ruta, cuya meta declarada será la fundación de un Estado palestino, sin aclarar fecha de llegada.
Más de lo mismo. Volver otra vez al principio de las negociaciones para que Israel gane tiempo, viole los acuerdos internacionales impunemente, machaque a los palestinos de los territorios ocupados, bajo una u otra disculpa, robe agua y espacios ajenos, realice incursiones militares cuando lo estime conveniente o multiplique ejemplos como el de Gaza, convertida ya en una réplica del gueto de Varsovia. Esta tendencia a burlar resoluciones internacionales no ha dejado de crecer ante la pasividad de la llamada comunidad internacional. Una comunidad que, hasta ahora, ni obliga ni amenaza con sanciones a Israel por su política de lento genocidio en los territorios ocupados.
Olmert trabaja para impedir el nacimiento de un Estado palestino digno de ese nombre. Importa poco sus concesiones verbales. Mientras las cosas discurran de este modo, cualquier acuerdo formal cumplirá la función del papel mojado. La paz en la región seguirá alejándose si no se pone en marcha, al menos, la retirada israelí a las fronteras de 1967, el desmantelamiento de las colonias, el reconocimiento del derecho al retorno de los refugiados y aceptar Jerusalén como capital del Estado palestino. Con plazos inamovibles y sin concesiones a los aplazamientos permanentes, forzados por los torpedos políticos israelíes lanzados contra cualquier proceso y acuerdos de paz.
El objetivo de la cumbre de Anápolis, sin embargo, se encuentra en otro lugar. La diplomacia estadounidense quiere formalizar su liderazgo en la región, apoyándose no sólo en Israel o en la debilitada dirección de Mazen, sino además en los países árabes moderados. Ganar influencia a toda costa, amarrar alianzas tras la catástrofe iraquí y el desastre de Israel en Líbano. A esa tarea dedicó sus viajes Condoleezza Rice, dentro y fuera de la región, durante los últimos meses. Washington se presenta en Anápolis como el paraguas militar de sus aliados ante la extensión del “radicalismo” interno y, naturalmente, el “peligro” iraní. Vende una gran resolución para permanecer en Oriente Medio asegurando la estabilidad (y armado hasta los dientes), aunque con la finalidad real de explotar sus recursos. Quien rechace su liderazgo pasará a la categoría de enemigo. Habrá que neutralizar a quien muestre dudas. Quien se pliegue recibirá algún premio. Supongo que Moratinos entrará al trapo. ¿O quizá me equivoco? Tantas operaciones diplomáticas, cosas que pasan, tampoco modificarán el costoso fracaso del Gran Oriente Medio estadounidense.
Rafael Morales
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