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Lo confieso

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Al final tenían razón algunos de los anónimos firmantes, los cuales me acusaban, abiertamente, de escorarme hacía una determinada ideología, la cual nublaba mi vista. No eran ellos los equivocados, sino yo, ciego ante la realidad que, a buen seguro, me ayudaría a vivir mucho más tranquilo.

Imagino que, borracho por el protagonismo que mi trabajo pudiera tener, fui sordo ante las proclamas de quienes trataban de adoctrinarme en el respeto por el líder carismático. Aquel que, ungido con la vista preclara y el buen juicio, nos ayudaría a todos a encontrar nuestro lugar en el mundo. Aquel que recuerda a otros líderes, igualmente ungidos por su visión de un futuro sin nadie que pudiera cuestionar sus designios, cual rey absoluto.

Tonto fui al pensar que el mundo se podría cambiar, con lo bien que éste discurre para todos aquellos que saben agachar la cabeza y comportarse como un fiel cachorro, de los que no le muerden la mano a quien les da de comer. El mundo, nuestra sociedad humana, está organizada en clases sociales y pretender asaltar el lugar de quienes han ostentado el poder, desde tiempos inmemoriales, resulta un trabajo del todo insensato.

Además, por mucho que me hayan podido pagar, durante estos años de insensatez, no supone nada comparado con las prebendas que hubiese podido obtener de los verdaderos dueños del mundo, solícitos a recompensar a quienes bien les sirven.

¡Mira que no hacerle caso a las lecciones que mis profesores me inculcaron sobre el funcionamiento de la sociedad en la Edad Media! Claro que quien más me influyo, es hoy un político que usurpó el puesto, el cual nunca debió dejar un omnipotente líder, razón por la cual, nos es de extrañar que mis conocimientos estén trufados por conceptos como la libertad y la igualdad entre las personas.

Tampoco puedo ocultar mi debilidad por aquellos que se comportan contra natura, ayudando a que la mujer tenga un papel en la sociedad y no sea un trapo con el que limpiar las miserias que desparraman sus parejas. Por aquellos que defienden el derecho de las personas a querer a quienes deseen, lejos de las etiquetas que sólo sirven para condicionar.

Y por aquellos que valoran el afán de los investigadores por encontrar soluciones a muchos de los males que aquejan ?y en algunos casos, asolan- a nuestro mundo, frente a los preceptos religiosos.

Incluso, he ido más lejos, y me he posicionado al lado de las mujeres que esgrimen su derecho a interrumpir un embarazo, no por capricho o por el calentón de una noche ?algo que sólo les pasa a las niñas de familias humildes y sin creencia alguna, por supuesto- sino por una serie de supuestos recogidos en las leyes. Seguro que he perdido una oportunidad de salvación. Si, a partir de ahora, me porto bien, puede que las cosas cambien.

De todas maneras, mi mayor pecado ha sido declarar públicamente que, con determinadas personas y/o cargos de una ideología, nunca trabajaría. En aquel momento era una cuestión de principios, apoyada en mis propias experiencias. Además, hay trabajos que terminan por no compensar, ni profesional ni personalmente.

Mi error llegó a bordear lo suicida, saludando a cargos electos de otros partidos, los cuales son considerados como los causantes del quebrantamiento del status quo que tan buenos resultados le ha acarreado a nuestras ínsulas. En aquellos aciagos momentos, muchos pensarían que mi afinidad estaba motivada porque, a buen seguro, yo perdía aceite como los susodichos cargos públicos. Y, como en su caso, mi supuesta relación con una mujer increíble era sólo una cortina de humo para esconder mis inclinaciones.

Por todo ello, y por mis desmanes, me confieso. Asumo mi parte de culpa, por no ser fiel a quienes sólo buscan el bien personal; a la salvaguarda de las tradiciones que posibilitan que unos pocos manejen el destino de una mayoría; y a perpetuarse en el poder a costa de cualquier exceso. Lo único que les pido es no tener que vestir de gris, fueron muchos años vistiendo de ese color y tener que saludar con el brazo en alto, dado que tengo una lesión de hombro que no me lo permite.

Por lo demás, busquen a otro, porque conmigo, no tienen nada que hacer. Y dicho esto, salve y que ustedes lo pasen bien.

Eduardo Serradilla Sanchis

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