A uno, y creo que repito por enésima vez el argumento, le parece estupendo que todavía existan gentes capaces de organizar este tipo de concentraciones y, lo que es más importante, capaces de creer en que, realmente, sirven para algo. Desde mi particular y pragmático punto de vista, quienes acuden a tales citas reivindicativas o así, pierden el tiempo, porque ni la exhibición de solidaridad, por cantidad de personal que reúna, ni los gritos ni los eslóganes ni las pancartas servirán para nada. Se trata de convocatorias altruistas y un tanto románticas absolutamente inútiles. Imagínense ustedes –si nos detenemos en ésta de la que les cuento- a un político corrupto o a un empresario que corrompe a los políticos, observando, desde la amplia cristalera de su despacho, el transcurrir de los manifestantes por la calle de abajo, el ondear de banderas y acusaciones, el oleaje sonoro de los gritos del gentío exigiendo honradez y transparencia en la cosa pública. ¿Alguien puede fantasear siquiera suponiendo que, ante tan cívico espectáculo, el especulador de turno vaya a arrepentirse, a hacer examen de conciencia y a replantearse su modus robandi?... Qué ingenuidad. Con una manifestación se puede luchar para que no se perpetre un desaguisado urbanístico –pongamos por caso-, para que se cambie una ley, para que se tengan en cuenta las necesidades de un colectivo, etcétera. Pero, ninguna protesta ciudadana, por masiva que sea, influirá jamás en la conciencia o en las actividades de un ladrón, de un asesino o de un secuestrador. Las concentraciones, a propósito, de solidarios vecinos de distintos municipios isleños en aras de la aparición de Yeremi Vargas, de quien nada se sabe desde hace ya más de un mes, pueden significar un positivo mensaje de apoyo para los familiares del niño, pero tampoco van a conmover a sus secuestradores. Desgraciadamente. José H. Chela