Espacio de opinión de Canarias Ahora
'Déjame entrar'
Estas premisas y una sobresaliente forma de hacerlo bien pudieran explicar trabajos como los acometidos por el escritor sueco John Ajvide Lindqvist. Títulos como Déjame entrar y Descansa en paz han demostrado que mitos como el del vampirismo y los muertos vivientes pueden dejar a un lado su poso terrorífico y sangriento para adentrarse en terrenos poco transitados por otros escritores de género.
Con Déjame entrar, John Ajvide Lindqvist nos habla de la extraña simbiosis entre la infancia y el no-muerto, sediento de sangre pero dotado de sentimientos, y la necesidad de interactuar con otros seres humanos, a pesar de su condición vampírica.
A su alrededor, el escritor sueco nos presenta la realidad de los suburbios de Estocolmo a principios de los años ochenta y acosados, éstos, por la peor cara de la humanidad. Temas como las drogas, la prostitución, la pedofilia, el acoso escolar y el abandono al que se ven sometidos muchos menores por parte de sus progenitores son tratados por el escritor sueco con franqueza, algo que suele distinguir a buena parte de los escritores nórdicos.
En el año 2008, la historia entre Oskar y Eli fue llevada a la gran pantalla por el director Tomas Alfredson, protagonizada por los actores Kåre Hedebrant y Lina Leandersson. La película respetaba buena parte de la trama original, aunque suavizaban algunos elementos tales como la atracción pedófila de Hakan hacia Eli, quien en realidad es un niño que fue castrado hace doscientos años.
No obstante el éxito de la película, galardona con el Méliès d'Or 2008 concedido a la mejor película europea de cine de género, propició que casi al mismo tiempo de su estreno se estuviera firmando un acuerdo para una versión anglosajona de la historia escrita por John Ajvide Lindqvist.
Let me in ?o Let the Right One In- (Déjame entrar en nuestro país) traslada la acción de la novela original hasta una pequeña localidad americana, una de tantas que jalonan la geografía del país. El protagonista principal, Owen, es un niño apocado e inteligente, el cual vive acobardado por los continuos acosos y abusos a los que le someten los matones del instituto. Owen, hijo de un matrimonio separado, sólo tiene el consuelo que le aporta ver la vida de sus vecinos, a través de un telescopio, e imaginar, escondido tras una máscara y portando un pequeño cuchillo, cómo se lograría vengar de quienes lo maltratan cada día.
Sin embargo, su tremenda soledad y aislamiento personal -algo que tiñe toda la película rodada por el director Matt Reeves- cambian de la noche a la mañana cuando conoce a Abby, una niña igual de solitaria y desvalida que él. Abby se acaba de mudar al mismo edificio donde vive Owen. Abby vive acompañada por un adulto que parece ser su padre, pero ésta no se comporta como una niña cualquiera. Para empezar solamente sale por las noches, va siempre descalza y no parece tener frío, a pesar de toda la nieve caída durante el invierno.
Owen encuentra en aquella niña pálida y melancólica el anclaje necesario para recuperar las ganas de vivir y encarar su situación de otra forma. Gracias a Abby, Owen hablará con su profesor de gimnasia para que éste le ayude a mejorar su enclenque forma física. Además, la niña lo animará a vengarse de quienes abusan de él, algo que Owen no dudará en hacer cuando se le presente la oportunidad.
Mientras tanto, una serie de extraños asesinaros se suceden en la pequeña comunidad, asesinatos que podrán en jaque a la policía del lugar, especialmente al detective interpretado por el actor Elias Koteas.
Al final, Abby le confiesa a Owen que ella es un vampiro y que lejos de ser una niña es un ser que lleva doscientos años en este mundo.
En un principio, el niño se asusta, pero no tanto como debiera. Para Owen, Abby es la única amiga que ha tenido en el mundo, de ahí que -siguiendo la tradición más clásica, en cuanto al mito del vampiro se refiere- la deje entrar en su casa, sin importarle qué pueda pasar.
Let me in es una de las películas más melancólicas, hermosas y turbadoras de cuántas se han estrenado en los últimos tiempos. El poso de soledad, de desazón que impregna las vidas de ambos personajes -magníficamente interpretados por los actores Kodi Smit-McPhee y Chloë Grace Moretz- te hacen olvidar la historia del vampiro que necesita de sangre humana para vivir, llevándote hasta la tragedia personal de los protagonistas.
Viendo cómo tratan los matones de la escuela a Owen, uno llega a entender los deseos de venganza del infante y el destino al que luego serán sometidos por Abby, cuando están a punto de matar a Owen.
Además, la vida que lleva Owen, siempre solo, es un fiel reflejo de la vida que llevan muchos niños y niñas de todo el mundo, abandonados por unos padres demasiado ocupados como para ocuparse ellos. De ahí que los momentos en los que Owen y Abby están juntos, jugando en el parque que hay delante de su edificio o comunicándose por medio del código Morse a través de las paredes son del mismo sentimiento agridulce que destila toda la película.
No obstante, Déjame entrar está dotada de una estética realmente hermosa, casi gótica, al estar rodada siempre en sombras, algo que potencia la viabilidad del mito vampírico, siempre condenado a vagar en la oscuridad de la noche. Esa oscuridad es la misma que ha envuelto la vida de Owen, hasta el mismo momento en el que su amiga entró a iluminar su vida, por mucho que con Abby venga aparejada una historia de amor tan intensa como destructiva. En esto, como en otros muchos elementos, la película de Reeves es más cauta y evita, siquiera, insinuar temas que Alfredson sí que toca en la primera adaptación cinematográfica ya comentada.
Para Reeves lo importante son las vidas de ambos personajes y como éstas terminarán por entrelazarse, de la misma manera que Abby y su protector, el hombre que Owen pensaba que era el padre de la niña, llegaron a convivir juntos durante décadas, detalle que conoceremos gracias a una antigua instantánea conservada por Abby.
Sea como fuere, Déjame entrar es un canto a la inocencia y todo lo que ésta lleva aparejada, sobre todo la falta de intransigencia que luego desarrollan los seres humanos para perjuicio propio. A pesar del aspecto grotesco y amenazador que presenta Abby cuando se transforma en un vampiro, Owen sabe que su vida sin ella sería mucho peor y que su realidad, lejos de cambiar, solamente podía ir a peor, por mucho que intentara cambiarla. El acto de “justicia poética” con el que termina la película no es sino la consecuencia de un sistema que parece proteger a quienes abusan, en vez de defender a las personas que son víctimas de dichos abusos.
Al final, el alma que, según la leyenda, se dice que Abby perdió al ser transformada en vampiro está más presente que en cualquiera de los gallitos que se divierten torturando a Owen.
Estrenada en el pasado festival de Sitges, al igual que ocurriera con la primera de las adaptaciones, Déjame entrar se nos presenta como una de las propuestas más atractivas, originales y recomendables de cuántas han llegado a las pantallas, siempre que se habla de cine de género.
Sus preciosas y melancólicas imágenes, y el buen hacer de sus actores, la convierten en una película que está abierta a cualquier espectador que quiera disfrutar con una historia tan bien contada como ésta, sin tener que reparar en si se trata de una historia de vampiros o no. Eso es algo que viene incluido, pero no lo más importante.
Eduardo Serradilla SanchÃs
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