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Día de la Tierra y el inconsciente deterioro medioambiental
En pasados días (22 de abril) se ha celebrado, promovido por la ONU, el Día Internacional de la Madre Tierra. Es un día -como otras tantas celebraciones- que la entidad de naciones de todo el mundo dedica a conmemorar un especial recuerdo al planeta que nos hace posible la vida y nos sustenta en la inmensidad infinita de nuestra galaxia. Y allende de los confines de nuestro inabarcable, incomprensible, enigmático e infinito sistema sideral que no logramos (ni lograremos jamás otear con los telescopios, su inmensidad) en su eterna noche de los tiempos, y de las demás galaxias de otros sistemas desconocidos.
Esta es una apoteosis promovida por el ente internacional en la Declaración de Río del año 1992. En ella se planteó la necesidad de crear una conciencia en todos los seres humanos del planeta, y en vista al deterioro creciente que se estaba produciendo (especialmente en la Amazonia brasileña -pulmón del planeta-, por las deforestaciones de la insaciable avaricia de las enloquecidas multinacionales). Su conclusión era crear una conciencia ecológica, para la sensata armonía en la naturaleza con la Madre Tierra, y obtener el equilibrio necesario para la existencia de una vida saludable en todos los seres vivos.
Muy bien está que se haga un responsable recuerdo a todos los mortales que habitamos este solar y nuestra diminuta zona que ocupamos, para hacernos reflexionar sobre la finitud y efímeras vidas que de prestado, tenemos en el planeta Tierra. Todo por mor nuestro astro rey, que hace permisible la biología para que se generen las condiciones necesarias para la existencia de vida sobre el planeta. Pero en ese día elegido de la primavera, y un día tras otro, habrá que concienciar a todos los ¿inteligentes? seres humanos, únicos responsables del deterioro del medio ambiente del planeta, que hemos producido el cambio climático que soportamos y que irá in crescendo, en desgracia, por la torpeza y la mezquindad por vivir de forma irresponsable en el desequilibrado con el medio ambiente.
La ONU define esta inconsciencia, generada por la estúpida codicia de una gran parte de la humanidad, como Analfabetismo medioambiental y climático. Es un comprometido deber y una obligación de todos los que habitamos este planeta: cuidarlo, amarlo y gozar de sus prebendas, que hacen posible la vida y gozar espiritualmente de las inconmensurables bellezas, que en cada minuto nos regala la naturaleza a nuestra íntima sensibilidad, por las variaciones atmosféricas, celestes y paisajísticas, a través de su contemplación visual y física en nuestro regalado organismo viviente.
Para este inexcusable propósito el Organismo internacional debe dictar leyes de protección al medioambiente, para que sean cumplidas inexcusable y obligatoriamente por toda la comunidad de naciones, sin ningún tipo de pretextos ni declinaciones legislativas por cada Estado, y al margen de sus leyes medioambientales internas. El penoso cambio climático al que hemos llegado no admite más dilaciones ni las falaces argumentaciones de empleos, por la quema de energías de fósiles combustibles de efectos invernaderos, imprescindibles -alegan-, para el desarrollo de las economías; ni de las tecnologías por parte de la industria, que vayan contra del desarrollo sostenible en todo el planeta.
Este Día Internacional, sirve según la ONU, para “crear conciencia sobre los problemas de superpoblación, contaminación, conservación de la biodiversidad, y otras preocupaciones ambientales”. De nada vale, o de muy poco sirve, que esa conmemoración se celebre en un solo día, de los 365 que tiene el año. La concienciación debe estar incluso, presente en las aulas de los niños y jóvenes, como una materia imprescindible y actualmente de primera necesidad. Y esa educación medioambiental debe ser continuada en el presente y en todos los momentos del futuro. Porque en ello nos jugamos la vida.
Unifec ha manifestado en uno de sus informes oficiales de investigación sobre los muy negativos efectos del calentamiento global, cuya incidencia será más perjudicial en la población infantil del planeta. Especialmente, en las zonas de mayores pobrezas agrícolas, por las sequías, hambrunas y fuertes calores, que no podrán soportar en sus debilitados físicos, carentes de la salud necesaria por la falta de alimentación y protección a los calores.
En el análisis difundido por el citado ente de protección a la infancia, señala que la falta de agua generada por calentamiento global, en las zonas más deprimidas, será primordial en los niños, quienes necesitan más cantidad del líquido elemento, que los adultos. A esta necesidad perentoria se unirá las altas temperaturas calóricas que se producirán, que sobremanera afectará a los niños de menos de cuatro años y los bebés. Y asimismo, serán frágiles presas de las enfermedades infecciosas, como la malaria, dengue, alergias, dificultades respiratorias, etc.
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