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Opinión

El asedio de Van Der Does a Las Palmas

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Como todos los años se ha celebrado en Las Palmas de Gran Canaria el pasado día 26 de junio el bárbaro asalto a la ciudad, aún denominada de Real de Las Palmas, ejecutada por el pirata Van Der Does en el señalado día del año 1599. Auspiciado y rememorado el nefando hecho histórico –entre otros estamentos oficiales–, por el ente centenario La Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria. Al amanecer de aquel señalado día fondearon en el refugio de Las Isletas 74 naves con 8.000 soldados infantes y 4.000 marinos de navegación, equipados con modernas y poderosas artillerías bélicas. 

Sin duda, era la flota militar, y de salteadores, más poderosa que había recalado por aguas Canarias. La ciudad de El Real de Las Palmas contaba con una población censada de 5.000 habitantes, unas débiles murallas (hoy apenas queda unos históricos muros) y una pobre y ridícula cuantía armamentística que protegía a la urbe de los precisos ataques filibusteros, que hasta siglos posteriores se sucedieron (sobremanera, para requisar a los barcos españoles que traían oro y otras riquezas desde el recién descubierto Nuevo mundo). 

En el amanecer del fatídico día 26, los vigías de La Isleta avisaron al Castillo de La Luz, para que dispararan sus cañones de advertencia a la población laspalmeña y poner en acción y salvaguarda la seguridad de la ciudad e isla. El gobernador Alonso Alvarado dio las órdenes para impedir el desembarco en los litorales del este de la ciudad, en los arenales de entonces (como mismamente se hizo contra el ataque de Francis Drake en 1995). Soldados, población y curia intentan defender la urbe capitalina. Se sumaron a la defensa las compañías de la Vega, Teror, Arucas, Telde y Agüimes. Las milicias de la ciudad estaban al mando del teniente Pamochamoso, quien se dirige al refugio de Las Isletas con todo su armamento disponible para contrarrestar el desembarco holandés. El gobernador Alvarado dispuso de nueve armas de artillería en la zona vulnerable de la ribera, la caleta de Santa Catalina. 

Gran parte de las 74 naves invasoras viran en derroteros lentamente hacia la costa en lento bogar. Lo hacen con dos armadas de buques en posición de ataque. La fortaleza de La Luz les dispara cañonazos cuando estuvieron en su radio de acción, franguándose una batalla de dos horas de tardanza, entre las naos agresoras y el castillo, en defensa de su tierra y de sus gentes. La primera batalla fue más fructífera para los canarios (solo perdieron dos hombres); en la refriega se incendió una de las naves e hizo destrozos a otras, perdiendo la vida varios soldados neerlandeses. 

Sin embargo, la estrategia militar del alcaide de La Luz Antonio Joven fue inexplicablemente nefasta, dejando de disparar los cañones. Ese fue el momento que aprovecharon los invasores neerlandeses que, con 150 barcas pudieron orillar la costa de la ciudad, aunque hubieron de retirarse, por la respuesta de la fortaleza, con un último disparo que hundió dos lanchas, lo mismo que hicieron los cañones apostados en la playa. 

La escuadra holandesa navegó hacia el sur de la isla, intentando de nuevo –y en varias acometidas–, desembarcar por el arenal de Santa Catalina, donde también fueron repelidos desde las trincheras. En otro de los intentos de abordaje a la isla, Van Der Does fue herido por el arma certera del capitán Cipriano de Torres, siendo este tiroteado y dado muerte por los milicianos holandeses. Los enfrentamientos hirieron a varios de los combatientes defensores de La Real, lo que hizo, que se fueran retirando paulatinamente de las trincheras protectoras. Los ancianos, mujeres y niños partían evacuando la ciudad. 

Van Der Does hizo que gran parte de su tropa desembarcara en la nocturnidad, cinco escuadrones holandeses, compuesto por 6.000 soldados bien pertrechados en armas, tomaron la capital y esta se rindió ante tal magnitud bélica. No, sin antes, el alcaide de la fortaleza Santa Ana, Alonso Venegas dispuso sus cañones contra la avanzadilla militar invasora, causándoles gran mortandad, haciendo replegar al resto de la milicia. Pamochamoso hizo que hubiera resistencia en defensa de la urbe capitalina, apostando sus tropas detrás de las quebrantables murallas que rodeaban El Real de Las Palmas (que ya tenía poco más de un siglo de fundación). 

Pese a la brava defensa, los holandeses atacaron la frágil muralla por dos de sus flancos. Van Der Does, la asaltó con 2.500 hombres. Por la dehesa de Tamaraceite, entraron los milicianos defensores, en la ya centenaria ciudad e impedir su claudicación. Teror, tres días después actuó en valerosa resistencia de los canarios, contra tan gigantesca tropa, muy bien guarnecida de materiales bélicos y preparación militar. Comenzó el saqueo de la diminuta urbe y de los bienes de la población, con el permiso del almirante pirata Van Der Does. Sin embargo, todo lo importante había sido evacuado a las afueras de la ciudad, como los archivos de la Inquisición y de la Audiencia. El navegante holandés, al día siguiente, ordenó fueran embarcados en la flota todo lo robado por los bandoleros piratas: 200 pipas de vino; 20 arrobas de azúcar; los cañones del castillo de La Luz.

Los canarios, rendidos, entre ellos Antonio Lorenzo y el canónigo (y poeta) Bartolomé Cairasco de Figueroa negociaron con el almirante. Este militar holandés concertó las condiciones del rescate de la ciudad: 400.000 ducados de oro; 10.000 ducados de tributos anuales, mientras fueran dueños de la isla o de todas las islas; y la libertad de todos los holandeses e ingleses presos. Durante dos días el filibustero almirante esperó la respuesta a estas inadmisibles condiciones. Y durante esta dilación ofreció una misa de acción de gracias en la catedral de Las Palmas, el pastor protestante que viaja con la expedición holandesa. Los referidos negociadores canarios no contestaron al susodicho almirante, y ante la infructuosa espera, envió a sus súbditos con otra nueva propuesta. Los canarios contestaron: “Que hiciese lo que hiciese, que la gente de la isla se defendería”. 

El día 3 de julio (en un caluroso día) las tropas holandesas con 4.000 invasores emprendieron el camino de la Vega, con el propósito de apoderarse de los objetos valiosos que escondieran los canarios. Los defensores isleños con 300 hombres armados les acecharon en El Monte Lentiscal. Allí mismo los emboscaron, a las órdenes del capitán Pedro de Torres, sumándose Pamochamoso a la hostigación contra los holandeses. Cayeron sin vida más de 250 usurpadores bárbaros huyendo de la emboscada.

Aquella misma tarde comenzaron el gran expolio e incendio a la ciudad de El Real. Dieron fuego a los conventos de San Francisco, Santo Domingo y San Bernardo; el Palacio Episcopal, iglesias, ermitas, casas de la Audiencia, Cabildo y de la Inquisición; casas particulares, la de Bartolomé Cairasco (donde se hospedó Van Der Does). Sustrajeron las campanas y el reloj de la catedral, y otras campanas de ermitas y conventos, que embarcaron en sus navíos, junto a los cañones del castillo de La Luz y de Santa Ana. 

Los canarios habían retomado la ciudad y pudieron sofocar parte de los incendios, excepto la iglesia de San Francisco, los conventos de Santo Domingo y San Bernardo, el palacio Episcopal y treinta nobles casas. Los canarios habían perdido un centenar de ciudadanos y militares defensores de la ciudad y la isla.

Hasta el día 8 de julio, la flota de velamen holandesa permaneció fondeada en la rada de El Refugio. Pedían y amenazaban con que fueran liberados sus soldados prisioneros, a lo que se negaron los isleños. Van Der Does, antes de zarpar, quemó un par de navíos que habían sido dañados en los primeros enfrentamientos. Navegó la escuadra neerlandesa hacia Maspalomas, para hacer aguadas y enterrar a los 1.440 muertos. Del sur grancanario se dirigió hacia la isla de La Gomera.

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