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¿Por qué emigran los jóvenes africanos? (II)

Imagen de la exposición 'A la sombra de las acacias', de Marta Moreiras, que puede visitarse desde este viernes en Casa África

José Segura Clavell

20 de octubre de 2023 19:14 h

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La semana pasada les hablé de los factores sociales, incluso familiares, que inducen y empujan a muchos jóvenes a subirse a una patera o un cayuco. Lo que persigo a través de esta serie de artículos es que los lectores, y por extensión nuestra sociedad, interioricen que estamos frente a un fenómeno que va para largo y que constituirá parte de nuestro día a día durante los próximos años, incluso décadas.  

Las migraciones por nuestra ‘ruta canaria’ constituirán algo a lo que debemos habituarnos, pero lo que también siempre debería ser recomendable, además, es que aprendamos a ponerle contexto para poder cuestionar el hecho de que la africana sea, sin duda, la migración más mediática de todas las que entran a nuestro país.  

Nicolás Castellano, reconocido periodista canario especializado en migraciones y derechos humanos, siempre recuerda que, si sumamos todas las personas que han migrado a España desde el año 1988, año en que llegó la primera patera a nuestro país, solo el 1% son africanos. ¡Uno de cada cien! Y este pequeño porcentaje (desde que llegan pateras a España en total no llegamos ni a 500.000 personas, gran parte de las cuales siguieron su camino hacia otros países europeos) acumula prácticamente todos los minutos de televisión y debates públicos sobre el fenómeno. El 99% restante, recuerda, llega en avión, hasta el punto de que en la actualidad tenemos unos 6 millones de extranjeros viviendo en España, un país que reconoce y aplaude la necesaria aportación de los migrantes a la economía y crecimiento de nuestro país. Castellano siempre concluye, y con razón, que quizás la diferencia radica en el color de la piel.  

Al margen de este arranque, hoy quiero hablarles de otro factor, el climático, que está empezando a tomar una grandísima relevancia para explicar la decisión final que empuja a los jóvenes africanos a subirse a la patera.  

En los últimos meses he escrito mucho de cambio climático y del impacto estremecedor que tiene en África, de las consecuencias que tiene para la vida diaria, y del coste incluso que tiene para su economía. Según un informe de la ONU, el cambio climático podría reducir el PIB de África entre un 2% y un 4% para el año 2040, y entre un 10% y un 25% para el año 2100, si no se toman medidas de adaptación y mitigación. 

En un contexto de elevado crecimiento demográfico e inseguridad alimentaria crónica, solo en el sector agrícola se estima que el cambio climático podría reducir entre un 10% y hasta un 50% para el año 2050 los rendimientos agrícolas, con un impacto directo tanto en la seguridad alimentaria como en los ingresos de los agricultores, factores ambos responsables de provocar migraciones y refugiados climáticos.  

La influencia negativa de la emergencia climática es también directa en aspectos como la salud (a más temperatura más riesgo de desarrollar enfermedades como la malaria, el dengue o la fiebre amarilla), o provoca que los ecosistemas se degraden, afectando a los medios de vida de comunidades locales e hiriendo de muerte cualquier posibilidad de un desarrollo sostenible.  

En el Sahel, las temperaturas aumentan una vez y media más más deprisa que la media mundial, lo que agrava fenómenos ya en marcha, como la sequía, la desertificación y la erosión. Los pastores nómadas sufren una creciente escasez de agua, teniendo que buscar nuevos pastos, y los agricultores ven mermada su productividad. Esta realidad también aumenta el riesgo de conflicto entre estos dos grupos al inicio de la temporada agrícola.  

Sólo en Nigeria, hay estimaciones de que nueve millones de personas podrían verse obligadas a huir de algunas de las regiones más expuestas al calor extremo y la desertificación si las autoridades no reaccionan con rapidez. Grandes ciudades como Dakar y Lagos ya viven bajo la amenaza de la subida del nivel del mar, las mareas tormentosas y la desertización. Los cambios en la temperatura del mar (sumados a que las flotas arrastreras extranjeras, europeas y asiáticas, han dejado a zonas antaño riquísimas en pescado sin casi capturas) han forzado a que muchísimos pescadores de África occidental hayan visto en el cayuco el único medio que les saque de la situación en la que se encuentran.  

En este punto, me gustaría invitar a todos los lectores a que pasen por la sede de Casa África, en Las Palmas de Gran Canaria, a ver la exposición ‘A la sombra de las acacias’, de la fotógrafa Marta Moreiras, que hemos inaugurado este viernes 20 de octubre. Esta maravillosa y excepcional fotógrafa documental nos habla del cambio climático en el Sahel desde una fantástica perspectiva en positivo.  

Lo fácil para Moreiras hubiese sido mostrar imágenes de sequía, de animales muertos y del desierto que crece sin piedad por toda la franja saheliana, pero ella ha ido a lo difícil, a mostrarnos que aún hay esperanza: una remota aldea del norte de Senegal, la más árida y saheliana de todo el país, a través de un enorme esfuerzo colectivo del pueblo peul, ha conseguido convertir un área cada vez más desértica en el laboratorio de pruebas del proyecto de la Gran Muralla Verde, donde con inversión, extracción de agua a gran profundidad, trabajo comunitario y mucha fuerza de voluntad, se ha demostrado que puede hacerse habitable y sostenible un área por la que nadie hubiese apostado un céntimo.  

La exposición de Marta Moreiras aúna todo a lo que aspiramos a través de la diplomacia pública: denunciar y sensibilizar alrededor de un fenómeno terrible y preocupante (el cambio climático), pero a la vez mostrar la enorme resiliencia de un pueblo, en este caso el pueblo peul, que se comporta como una acacia, un árbol capaz de dar sombra y resistir once meses y medio de duro sol y ausencia de lluvias. Resistencia y resiliencia a través del trabajo en común que surge de este cuasi utópico, por momentos inalcanzable, pero precioso y si se plantea como un mosaico de actuaciones, magnífico y ejemplar proyecto, al que deberían prestar atención todas las empresas y universidades, canarias, españolas y de todo el mundo que investiguen la resiliencia de cultivos al cambio climático. 

Por razones como estas vale la pena insistir e intuir de que hay migraciones para muchos años. Y que la solución a los problemas que tenemos enfrente requieren un esfuerzo titánico, compartido entre africanos, europeos y todo el mundo en cooperar con África y contribuir a que nuestros países vecinos tengan estabilidad, buena gobernanza y que sus sistemas administrativos y políticos puedan fomentar la emprendeduría, la educación y la meritocracia. Se trata de conseguir que se generen ambientes cómodos y posibles, que justifiquen el esfuerzo de un joven a emprender en su propio país un proyecto de vida. Se trata de demostrar que se puede prosperar.  

Porque, de no ser así, ni con soluciones securitarias, ni con externalización de fronteras pagadas con millones de euros, conseguiremos evitar que jóvenes que huyen de la pobreza, de la falta de oportunidades y de un cada vez más complicado clima en el que desenvolverse, decidan arriesgar la vida en el cayuco. No lograremos ni convencerlos, de hecho, de que la travesía es peligrosa. Para cerrar, un dato: una encuesta que hizo Naciones Unidas en 2019 a casi 2.000 migrantes de 39 países africanos diferentes que habían empleado rutas irregulares concluyó que un 93% de los migrantes repetiría la experiencia de la travesía. ¿Entienden, con un dato tan demoledor, que nadie se sube a una patera por capricho? 

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