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García Márquez, de nuevo

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Una de sus abuelas era gallega, o de ascendencia gallega. Eso decía él, eso se dice. De ahí a extraer conclusiones parodóticas sobre la magia en la literatura del colombiano, un abismo. Vuelve a la actualidad con su última novela que no quiso publicar en vida. Se la editan en ausencia: tampoco está Carmen Balcells, pero sí sus herederos que siguen con la máquina recaudadora de picar literatura en marcha, las veinticuatro horas, todos los días del año. Ahora todos quieren a Carmen, como es lógico, y patafísico, la efusión va en proporción a los números de las cuentas corrientes, de quien escribe y de la agencia literaria. Hoy parece una ilusión que todo se montara a partir de un supuesto rechazo de Carlos Barral a Cien años de soledad. No hubo tal. Solamente pareció una novela más de las muchas que circulaban entonces de editorial barcelonesa en editorial barcelonesa. Acabaron viviendo casi todos en el barrio de Sarrià a costa de millonarios anticipos de derechos de autor. Las copas en Boccacio también estaban incluidas. Las estrepitosas comidas no tanto. Se cuenta en muchos libros de desmemoria.

Tal y como circulan las cosas en este país, y en los otros en los que también se habla en español, yo esperaba más polémica con la publicación de En agosto nos vemos. Ya llegará, me dicen los que saben, cuando aparezcan las primeras reseñas y críticas en los suplementos literarios que sobreviven en los periódicos supervivientes de sí mismos. Me lo dice Malashierbas, un narrador frustrado en lontananza y avezado en sinsabores varios: “Le escribo los discursos a Tellado y las comparecencias a Gamarra”. “¿Pero eso hay que escribirlo?”, le respondo ingenuo. Se va sin despedirse. Estos días tiene mucho trabajo. Olvida un sobre con un folio dentro: “Una novela despiadada con una aparente pátina de cariño y fruslería propias del aire caribeño contaminado. Prescindible pero triunfará”. Imposible saber a qué obra se refiere, aunque Malashierbas no da puntada sin hilo.

Manuela, más finisecular que literata, está contenta con el hallazgo: “Calmará el ambiente político. García Márquez siempre es un bálsamo para las fieras. Hasta se le consintió su apego a Fidel Castro sin mermar sus ventas”. Puede que Balcells viajara mucho a Cuba, pienso pero no digo, estoy harto de aviesas interpretaciones. A Cuba hemos viajado casi todos, con sentimiento y con afinidad, a veces, con nostalgia de lo que pudo haber sido, siempre. La penúltima colonia, la más española, la de menos afanes de independencia y a la que le dieron más patadas. Ahí se hicieron ricos los ricos coruñeses del primer tercio del siglo XX, hay testimonios varios y empresas potentes que llegan hasta nuestros días: no es posible citar nombres. A Canarias y a Asturias llegaron más mermadas esas riquezas, pero un pescador conejero puede presumir de ser el protagonista de El viejo y el mar: recuerdo sus ojos azules en el hogar canario de La Habana, mayo de 2000.

Perdurará esta póstuma novela, se aferrará a las ventas y muchas personas presumirán de haberla leído. Ya se preparan adaptaciones cinematográficas varias. Siempre sin descanso.

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