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Gaza, una masacre consentida

Román Rodríguez / Román Rodríguez

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Lo ha señalado de forma rotunda el propio relator especial de la ONU para los Derechos Humanos en los Territorios Palestinos Ocupados, Richard Falk, que acusó a los dirigentes de Israel de cometer “un crimen contra la Humanidad en Gaza, y deben ser castigados por ello”. Falk, que criticó no sólo los bombardeos de estas semanas sino el bloqueo israelí del último año y medio a Gaza, impidiendo el acceso a medicinas y alimentos, entiende que el asunto podría derivar en un juicio contra sus responsables, como ocurrió en el caso de Ruanda.

Los sucesos de estos días constituyen una dramática vuelta de tuerca más en un conflicto que pervive desde hace muchas décadas causando un enorme sufrimiento humano y en el que Israel ha incumplido sistemáticamente las resoluciones de la ONU; las que fueron aprobadas, claro está, porque Estados Unidos se encargó de vetar otras muchas que condenaban las acciones de su mayor aliado en ese área del Planeta. Consecuencia de intereses geoestratégicos y, asimismo, de la enorme fortaleza de los lobbys judíos en la política estadounidense.

Convivencia

El derecho de Palestina a constituir un estado propio y la imprescindible convivencia en paz de los dos pueblos aparece hoy mucho más lejos en el tiempo por las atrocidades de Israel que no se pueden justificar en una respuesta a las acciones armadas de Hamás (que van desde el lanzamiento de misiles al uso de población civil como escudos humanos pasando por la utilización de niños-suicidas para sus acciones terroristas), completamente rechazables e inmorales, sin duda, pero que no pueden servir de excusa para esta tarea de auténtico exterminio y terror, de similar bajeza ética.

Se trata, como en la guerra de Irak, de una acción ilegal, inmoral y absolutamente desproporcionada que siembra de muerte, dolor y odio a Oriente Próximo. Y que no sólo destruye el presente de centenares de miles de personas, sino que cuestiona la esperanza en un futuro distinto.

Mientras esto sucede, los máximos dirigentes del mundo miran de manera hipócrita para otro lado, convirtiéndose en cómplices de los desmanes. La ONU demuestra, una vez más, su incapacidad de intervención pacificadora y su supeditación a los intereses de las grandes potencias, que siguen contando con derecho a veto en el Consejo de Seguridad. La tímida resolución aprobada, con la abstención de EEUU, no tiene ningún viso de significar algo en la práctica.

La Unión Europea, por su parte, carece de una verdadera política exterior común y se debate entre las posiciones de los halcones, especialmente Reino Unido y Alemania, y las más prudentes y sensatas de Francia y España, que han abogado por un alto el fuego y han mostrado su rechazo a la solución militar al conflicto, desarrollando un papel activo en la búsqueda de una salida que logre silenciar las armas.

Preocupante es, asimismo, no sólo que la Administración Bush aplauda la bárbara agresión israelí, algo que no sorprende en modo alguno, sino que el futuro inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, se pronuncie de forma medidamente ambigua, lo que obliga a pensar que va a ser muy difícil que en el inmediato futuro se produzcan cambios en la actitud de Estados Unidos ante el conflicto.

Cultura de paz

Un conflicto que precisa de la supremacía de la acción diplomática sobre la militar; y de un trabajo arduo, seguramente durante generaciones, en el impulso de una cultura de paz que posibilite una convivencia en libertad de dos pueblos y dos estados, Israel y Palestina, y una situación de verdadera justicia en Oriente Próximo.

Por ello, considero imprescindible un papel claro de la comunidad internacional a favor de la legalidad y de apuesta decidida por la paz en la zona, iniciando un proceso de diálogo y distensión que posibilite la creación de un Estado Palestino independiente y la sustancial mejora socioeconómica de los ciudadanos palestinos, así como la generación de condiciones para abrir espacios para la convivencia y la cooperación entre los pueblos palestino e israelí.

* Presidente de Nueva Canarias. Román Rodríguez*

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