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Gracias, Luna

"Gracias Luna", la imagen de un abrazo que recorre el mundo.

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El abrazo de una voluntaria a un migrante recién llegado a las costas de Ceuta que desató el odio de los malos 

Era como si, de repente, hubieran puesto al planeta en un tablero de ajedrez, con fichas buenas y malas a punto de reventarse unas a otras en un jaque mate pero este cuento no puede empezar de otra manera que empezando así:

Había una vez un lugar terrible. Un sitio raro que hace mucho tiempo había sido un lugar hermoso. Un sitio de esos en donde se soñaba; en donde se bailaba, en donde se abrazaba, en donde se quería. En donde la buena gente era más de la mitad de los millones de personas que habitaban el planeta. Un sitio en donde el agua era cristalina y la mayor parte de sus rincones eran verdes del color de las botellas. Era un sitio que se había transformado como esos reyes amargados de los cuentos en los que te dicen que un día fueron príncipes hermosos y añorables. Es decir, era un sitio-recuerdo, un sitio del que esperabas que volviera a ser como antes. 

Un día, en aquel sitio terrible empiezan a ocurrir cosas terribles y ya no había música rozando el cielo sino que éste vomitaba bombas desde lo alto, vomitaba metralla, vomitaba malos gobiernos, vomitaba odio. En aquel sitio terrible no se escuchaban voces gritar «te quiero» a lo alto, con la música, con el cántico, con la risa. Lo susurraban bajito, en últimos alientos, entre humaceras de polvo, entre ojos tristes, entre lágrimas glotonas, entre miedo, entre secretos para, antes de subir a una balsa, decir: pase lo que pase, te echaré de menos. Y es que este mundo terrible tenía la mala manía de hacerte creer que había una porción de tierra segura en la que volvieran las aguas cristalinas, los paisajes verdes, los sueños, el baile y los suspiros en alto. Los habitantes de este mundo terrible, por alguna extraña razón, seguían teniendo esperanza de que hubiera un lugar hermoso, en alguna parte, en alguna orilla en donde más de la mitad de los millones de personas que habitan el planeta Tierra fueran buena gente. 

Y la esperanza, en un mundo terrible, es un motor peligroso. Y la esperanza se lanza al océano y se abandona a la incertidumbre, al destino, a la deshidratación, al llenar los ojos de muertes en el Atlántico, al sentir en las entrañas la desaparición de un amigo, de un amor, de una hija que caen por la borda. Y aún así y aún rotos de dolor, los habitantes esperanzados llegan a una tierra, a una orilla a la que besan al tocarla, a la que lloran al sentirla pero ésta, aunque aún no lo sepan, está llena de odio, llena de racismo y tiranía y llena de los efectos secundarios de que la extrema derecha haya empapado a las instituciones europeas de oscuridad. Llegan a un sitio terrible. A otro. Aunque en medio de toda esa tierra y de todo ese llanto, quizá si es verdad que aún siguen existiendo lugares hermosos como aquellos reyes que un día fueron príncipes entrañables. Y quizá sí que existen lugares en los que mantener la esperanza, en los que se pueda soñar, en los que se pueda sentir a bocajarro, en los que se pueda vivir en calma. Sitios seguros. Y no hablo de La Luna, que también, hablo de los mejores lugares del mundo… a los que llaman «abrazos». 

*Gracias, Luna por abrazar a la Humanidad.

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