Espacio de opinión de Canarias Ahora
Estado de guerra
Meses llevamos viendo a diario, como una película repetida una y otra vez, imágenes de guerra, escenas repletas de dolor, bombardeos de ciudades, niñas y niños indefensos, hambrientos, heridos, asesinados… pero no es una película, son niños y niñas de verdad, madres rotas por el dolor envueltas en el espectáculo audiovisual, mientras nuestros máximos representantes políticos nos piden que nos acostumbremos, que lo envolvamos todo en esa distancia de la pantalla, que acojamos el estado de guerra ─donde todo vale y no hay derechos, ni empatía ni verdad─, ese que nos dictan aquellos cuyos hijos nunca mueren en las batallas, los que nos animan a morir y a matar por sus negocios, sus banderas, su petróleo, su geopolítica o su divinidad.
Siempre ha sido así: guerra es lo que organizan los padres de los que nunca mueren en ellas, y guerra es la palabra que ya están empleando también en nuestras islas. Lo hemos oído esta semana en Canarias en boca de nuestros representantes políticos. Primero con timidez, luego más y más, hasta hacerla habitual. Estado de guerra, donde hay un enemigo sin derechos, donde todo vale, mentir, encarcelar, violar y matar, “estado de guerra” … Si, como decía Aristóteles, la idea condiciona la acción, si la despersonalización del “enemigo” y la excepción de los derechos se hace habitual en boca de nuestros representantes, bien podemos empezar a preocuparnos.
Porque a los que estamos en las instituciones, los que, mucho o poco, tenemos que gestionar el bien común, se nos debe exigir un mínimo de responsabilidad. ¿Qué quiere decir que estamos “en guerra”? ¿Qué sólo rige el derecho de guerra, las leyes del enemigo, el fin de los derechos y el todo vale para “solucionar” la excepcionalidad? Hoy, como siempre, pero hoy mucho más, en medio de una guerra interpuesta en Europa, en medio de un genocidio en Palestina, lo último que tenemos que hacer es llamar a la guerra.
Lo que debemos hacer es trabajar duro y hablar de soluciones, de derechos, de diálogo, de buscar la paz, de defender la democracia como método de solución de conflictos y poner al frente ese logro colectivo de los pueblos que es la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Carta de las Naciones Unidas que declaró, después de dos guerras mundiales que arrasaron la vida de millones de seres humanos, que ninguna guerra es justa, que toda guerra es ilegal.
¿Qué pretende decirnos la consejera de Bienestar Social, Igualdad, Juventud, Infancia y Familias del Gobierno de Canarias cuando publica este domingo que Canarias está “en guerra”? Que los niños que salvan su vida en los cayucos no son “sus niños”, ¿su infancia, su juventud, su bienestar social? ¿Qué entiende ─o se desentiende─ la consejera de Igualdad por igualdad? La frase la repitió de inmediato el señor vicepresidente de nuestro Gobierno, el señor Domínguez, cuyo partido gobierna gran parte de las comunidades autónomas que se han negado a recibir menores, mientras reciben con honores a la motosierra de Milei y miran para el otro lado del genocidio en Gaza.
Es una indecencia… Debería estar prohibido conjugar en la misma frase la palabra niño con la palabra guerra. Hablar de guerra es hablar de hambre, de muerte, de dolor, de violencia, de racismo, de xenofobia. Del mensaje que los poderosos de la tierra, de los que venden armas y compran vidas, de los que nunca mueren en un campo de batalla, ni en un bombardeo, ni un cayuco en medio del mar… mientras nos repiten los mantras de la ultraderecha mundial sobre los enemigos, las amenazas y los estados de guerra… esos que permiten a los matones entrar en tu casa a medianoche, porque eres extranjero, rojo, negro, mujer, moro, pobre o simplemente no les gusta tu acento.
¿Esto es lo que quieren traernos a Canarias nuestros representantes gubernamentales? ¿El miedo, el odio, la ausencia de derechos? ¿El mensaje de la ultraderecha de que estamos siendo invadidos? Nosotros, que acogemos cada mes más de un millón de turistas, ¿estamos en guerra por once mil menores?
Vivimos tiempos de tragedia y de iniquidad. Un río revuelto de destrucción global, guerras, genocidios y mentiras para fomentar el odio y la despersonalización, la pérdida de la empatía, los derechos y la democracia en la que los amos del mundo puedan dirigir nuestro miedo y nuestras pasiones en su beneficio, pequeños peones de su juego global, donde los niños y las niñas ya no son el futuro de la humanidad sino peligrosos niños que hay que combatir como enemigos en un estado de guerra global.
¿Es eso lo que este Gobierno quiere traer a nuestras islas? ¿El “estado de guerra”, el odio, el miedo, la vergüenza? ¿A qué nos quieren acostumbrar?
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