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El Guiniguada o el tamaño de una ambición
Alfredo Herrera Piqué en el capítulo final de su imprescindible libro La Ciudad de Las Palmas apunta, a forma de síntesis o de corolario, la necesidad que tiene una ciudad de hacerse inteligible, o lo que es lo mismo, de ofrecerse a un lenguaje de fácil comprensión que nos facilite de forma clara la expresión de su paisaje urbano.
Afirma que cabe interpretar nuestra vieja ciudad como la expresión de una taumaturgia marina e identifica a esta nuestra ciudad con su histórico ensimismamiento. Una vez explicado su desarrollo a ambos lados del padre Guiniguada, reta al futuro para la tarea de lograr un paisaje urbano habitable y enteramente comprensible y apela para ello a la participación de sus ciudadanos y de los sectores más dinámicos de la ciudad. No debemos desoír a Alfredo y a esas que son sus ideas fuerza, la ciudad marina y ensimismada madre de un paisaje urbano de difícil comprensión.
El tamaño de mi esperanza. Lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse, ese ensayo es la esperanza. Confió en el tamaño del porvenir y en que no será menos amplio que mi esperanza. Desde esta forma habla Borges de su Buenos Aires. Y continúa diciendo que no hay leyendas en esa tierra y ni un solo fantasma camina por sus calles. Este es nuestro baldón, concluye. Yo no quiero ignorar a Borges, su voz me orienta mejor que muchos documentos.
Pero dice más: “dos realidades de segura eficacia reverencial que la sola enunciación de sus nombres basta para levantar el corazón, el arrabal y la pampa”. El tiempo anula la caterva intermedia de tanteadores, precursores y demás gente promisoria del supuesto genial. ¿Podemos leer esto sin pensar en esas dos realidades que son Vegueta y Triana?
Ninguna duda cabe, la alcaldesa ha señalado con acierto a un proyecto principal para que nuestra ciudad se encuentre con ella misma. Con independencia del nombre, pensemos que se trata de un bulevar o acaso alameda de la cultura. Afortunada elección de una tarea ambiciosa que requiere en una primera aproximación: dimensionar el alcance, el tamaño de la operación. Queda por pensar el tamaño de la ambición.
Descreo ahora del concurso de ideas. Y no por una innata repulsión, alguna vez me presenté a alguno e incluso gané. Creo en el torrente barajador de ideas. Creo mejor en un concurso de canto, los maestros cantores de Las Palmas de Gran Canaria donde se escuchen muchas voces. Un concurso de ideas no es lo más participativo, aspirar a convencer a un jurado no me parece que sea el esfuerzo que realizar. En cualquier caso, la incredulidad no me desanima, el descreimiento si es intenso puede ser fuente de grandes logros.
Pensemos a forma de premisa y como cosa previa que hemos de asumir cómo hace cincuenta años se le hizo tan grande daño a la ciudad invocando al progreso. Es dogmático que hay que creer en el progreso si esta conmovido por la ética, pero parafraseando de forma muy libre al doctor Johnson, apelar al progreso mal entendido es uno de los últimos recursos del canalla. O del ignorante.
La segunda idea que hemos de asumir es que se trata fundamentalmente de un episodio natural que solo puede tener una solución técnica. Un barranco de amplia cuenca desemboca en el mar, pero antes se encuentra con una autovía que ha alterado la geografía y el clima del mar en el sitio. Ya no es igual la forma de comportarse del mar. Puede la desembocadura ser una o puede quedar desdoblada, puede pasar por encima o por debajo de la autovía que puede estar a nivel o quedar deprimida. Mucho por decidir y el presupuesto escuchando la conversación. Puede hacerlo ese desagüe de forma simple o en una amplia plataforma costera como ya alguien propuso hace veinte años. Estamos siempre ante una obra de ingeniería cuyo alcance determina el tamaño de la ambición y con ello el tamaño de la esperanza.
Quiero con esto decir que un solitario urbanista puede proponer al jurado una solución que tenga por consecuencia que un golpe del mar ponga las piedras de escollera que allí nos defienden del mar en el Salón Saint Saëns, en el centro del Teatro Pérez Galdós.
Estamos entonces ante un asunto que interesa de arquitectos, de ingenieros, de historiadores, y tutti quanti. Y de voces sin título académico, pero dotados de una fina sensibilidad que no pueden estar ajena al asunto.
El primer escollo que ha aparecido en escena y que no debemos hurtar a la ciudadanía para coadyuvar al mejor criterio es el tráfico. Hoy hay simulaciones del tráfico que, a forma de video juego, muestran ante cualquier interesado el tráfico, las colas y los atascos que puede generar cada solución en cada sitio y a cualquier hora del día. Esto lo digo a forma de ejemplo para no hacer esotérico lo exotérico y para afirmar que cualquier ciudadano puede incorporarse al proceso de gestación de la decisión.
Se habla de reconstruir el puente de palo y el puente de piedra, historicismo de segunda mano, tanto como revivir el Faro de Alejandría o más cerca, en Agaete, el Dedo de Dios. No es eso, no es eso. Por eso cuando se interrogan a técnicos especialistas muy capacitados yo releo a Borges y busco las leyendas y fantasmas de esa ciudad y me evoca dos realidades de segura eficacia reverencial Triana y Vegueta. A la búsqueda del alma del alma de la ciudad.
No debo terminar sin recordar que en la desembocadura del barranco está el Teatro Pérez Galdós que será siempre santo y seña de ese equipamiento cultural. Galdós llamó patriota vándalo al que pensó en ubicar allí ese teatro, al que llamó acuático junto a las pesquerías y junto al mar. Este proyecto puede decirle al fantasma bueno que debe habitar la ciudad, a don Benito, que hemos arreglado el asunto, que el teatro está en el mejor sitio.
Ni quiero pensar que esta operación sufra en su ambición por el presupuesto. Produciría tristeza. Ni puedo imaginar que no triunfe una buena idea. Cuando con motivo de las olimpiadas en Barcelona hubo que hincarle el diente a la remodelación del Moll de la Fusta, el primer puerto de la ciudad, ya el debate estaba cerrado y todo discutido. El progreso enseñó su cara más ética.
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