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El guiso fatídico
Cuando en Santiago no había Xacobeos, aunque sí Jacobeos, estudiantes novatos y veteranos buscábamos el mejor menú, el más económico. En el Rodríguez, creo que ya en la Argalia, tenían hasta cabrales pero también, un día a la semana, guiso fatídico. No había cartel ni anuncio. El guiso te atrapaba sentado y no había manera de zafarse. Por eso Valentín, José Carlos, Asís, José Manuel, Miguel, Andrés y otros, nos agazapábamos en la puerta y uno de nosotros entraba valiente a ver la oferta y escapar si había guiso. Hoy hay guiso casi todos los días en la Europa de las energías, de las dudas, de las ayudas, de lo poco que se puede esperar como presente y anhelar como futuro. El tufo del guiso es el olor malhadado de hace casi cien años, del periodo de entreguerras, que se reproduce como una mala fotocopia en los veintes del siglo XXI. Las novelas de Christopher Isherwood, Adiós a Berlín, y de Arthur R.G. Solmssen, Una princesa en Berlín, se recrean bastante bien en aquellos años, y estremecen en nuestros tiempos.
Este verano descubrí otra, Los Effinger. Una saga berlinesa, de Gabriele Tergit, publicada en los cincuentas pero casi olvidada hasta ahora. Las tres pueden ser una explicación de cómo se cocinó aquel guiso y, con distancias, cómo se está cocinando el actual. No sé si el presidente del Gobierno de España las ha leído. Tampoco creo que lo haya hecho el líder de la oposición opositora, poco tiempo en los madriles. Les vendría bien, quizás, realizar una inmersión literaria a ambos, y en especial al segundo para saber qué fantasmas apocalípticos está aventando.
Mientras tanto, le animo a Valentín a que traspase la puerta del Rodríguez otra vez, y compruebe si hay guiso fatídico, o no. Comeremos.
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