El hábito del tirano

Hay, a lo que se ve, reliquias políticas como hay reliquias religiosas. El escéptico tiende a dudar de los poderes taumatúrgicos de unas y de otras. Quien compre la vieja ropa del militar golpista que tuvo en un puño a su país entre 1973 y 1990 y fue el primer y máximo responsable de la muerte o de la desaparición de más de 3.000 personas, no lo hará por la calidad de la tela, por las características del corte o por la elegancia de la caída (Pinochet era más bien gordito y no podía presumir de tipo ni cuando vestía uniforme con capa incluida). No. Se gastará la mentada pasta en un recuerdo, en el hábito civil –no hay ropa castrense en la colección- de un tirano añorado con histórica admiración por el adquiriente. Los compradores fascistas también tienen su corazoncito. Y sus chequeras.Quizás quienes suspiran por el viejo régimen represor y se hagan con uno de esos trajes pinochetianos lleguen a enfundárselos en la intimidad de sus hogares que imagino palacetes o grandes pisos de lujo y se miren satisfechos al espejo, fantaseando con la posibilidad de emular al irrecuperable sátrapa. Dice el dicho que el hábito no hace al monje, pero la literatura de ficción, los relatos góticos, los cuentos de terror y de misterio, siempre han narrado historias de prendas mágicas que trasmitían las características –vicios o virtudes- de sus antiguos propietarios a quienes las usaban después de mucho tiempo. Yelmos que infundían valor a los cobardes o mantos que transformaban en libertinos criminales a los hombres más pacíficos y honestos que volvían a vestirlos. Y ya saben ustedes el cuento del gitano que se puso un día el tricornio de un guardia civil y, rápidamente, se lo quitó, asustado, porque al pronto le entró una mala leche...(Valga la broma)Mejor que esos antiguos trajes de don Augusto Pinochet, aunque cambien de dueño, se queden en los armarios. Por el bien de Chile, mayormente, y aunque a uno puedan tacharle, al decir esto, de supersticioso. Que lo soy.

José H. Chela