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El huevo o la gallina

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Una sociedad con un alto poder adquisitivo conlleva una serie de implicaciones económicas que abarcan diversos aspectos que van desde el consumo hasta la inversión y la distribución de la riqueza donde la propia capacidad financiera para adquirir bienes y servicios de mayor calidad y cantidad impulsa la demanda y estimula la producción. Este ciclo virtuoso puede generar un crecimiento económico sostenido, ya que el tejido empresarial responde a la demanda creciente aumentando la producción y generando empleo. Además, en términos de inversión, una sociedad de estas características atrae inversiones porque aparecen oportunidades en mercados hasta ahora invisibles, lo que fomenta el desarrollo de nuevos sectores económicos. 

Sin embargo, este escenario no está exento de desafíos. La alta demanda puede llevar a presiones inflacionarias, especialmente si la oferta no puede mantenerse al ritmo del consumo. Además, la desigualdad económica puede persistir o incluso aumentar, ya que aquellos que ya poseen recursos pueden beneficiarse más rápidamente del crecimiento económico, mientras que la otra parte puede quedar rezagada. Además, una sociedad de alto poder adquisitivo puede enfrentar escasez de mano de obra en determinados sectores, lo que podría resultar en salarios más altos para atraer y retener talento. Esto, a su vez, podría aumentar los costes laborales para las empresas y tener impactos en la competitividad, si todo esto no va acompasado con la evolución de la productividad.

Por esa razón, sería de persona desagradecida el no alegrarse por un incremento sostenido de los salarios. Ahora bien, dicho crecimiento debe estar sustentado en algo, como bien podría ser la productividad. De hecho, mientras que en 2019 el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) ascendía a 900 euros al mes, lo que significó un incremento del 22,30% respecto al año anterior, la economía española experimentó una variación positiva de su Producto Interior Bruto (PIB) del 2%. Si datamos ambos porcentajes para los años siguientes, estos se movieron respectivamente en el 5,56%, 1,58%, 3,63% y 8,0% para el SMI, donde el PIB lo hizo en un -11,2%, 6,4%, 5,8% y un 2,4% para 2023 según las expectativas. ¿Cuál es el resumen? Que, si únicamente se crece en salarios, pero no en productividad se corre el riesgo de que el coste estructural de la economía se incremente, con la consiguiente pérdida de competitividad. Ahora bien, también puede suceder que el incremento del poder adquisitivo sea de tal magnitud que, al otro lado del mostrador, la demanda haga que la cartera de pedidos de las empresas suba, con la consiguiente reactivación del ciclo consumo + inversión + empleo.

No obstante, sea como sea por esa razón aquí hay que dilucidar si primero ha de ser el huevo o la gallina en el sentido si se apuesta por dotar de más dinero en el consumo o por incrementar la productividad de los recursos laborales para ser acreedores del tan ansiado incremento salarial donde, incluso, podría ser una combinación de ambos. Según creo yo, primero fue el huevo. Ahora solo falta por decidir quién es quién en el diálogo social siendo seguro que el gobierno es el que alimenta la gallina y recoge los huevos por lo que adoptar medidas unilaterales o bilaterales no debe ser la mejor de las opciones. O hay consenso o hay juegos de suma cero, donde si uno gana, tengan la seguridad que la otra parte pierde y claro, en el ojo por ojo, todos tuertos a riesgo de repetirnos como hemos dicho en más de una ocasión.

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