Espacio de opinión de Canarias Ahora
La Ley del suelo, los zeppelines y la atribución de valor

Ahora que se han cumplido cinco años de la Ley del Suelo y de los Espacios Protegidos de Canarias, y que el repunte del turismo tras la pandemia ha vuelto a incrementar la presión sobre el territorio canario, conviene plantearse qué criterios usamos para asignar valor al suelo, y qué herramientas conceptuales usamos para imaginarnos cómo puede ser el mundo en unos años. En unas islas en que el turismo se ha convertido hace bastante en el motor de la economía se tiende a pensar que deberíamos de adaptarnos a lo que pidan los mercados turísticos. Esa era la lógica impulsó, a principios del siglo XXI, la ley de Moratoria Turística, que pretendió transformar un sector alojativo poco productivo (el extra hotelero) en otro mucho más productivo (hoteles de cuatro y cinco estrellas) que, en la medida en que prometían maximizar los ingresos generados por el turismo, parecían prometer una mayor eficiencia del sector.
¿Es conveniente favorecer, en sistemas dinámicos como los que vivimos, lo que en un determinado momento se considera “eficiencia” de acuerdo con un criterio único y claro? David Stark, director del “Center on Organizational Innovation” de la Universidad de Columbia plantea que no. Que en entornos altamente cambiantes funcionan mejor las organizaciones heterárquicas, en que conviven distintos criterios de valoración que las jerárquicas, porque centrarse en lo que en un momento parece ser lo más eficiente puede ser muy ineficiente en caso de que las condiciones cambien. En estos tiempos en que las condiciones del turismo han cambiado drásticamente como consecuencia de la pandemia, durante las “vacas flacas” lugares como Los Cristianos en Tenerife, o Las Canteras o San Agustín en Gran Canaria, capearon mejor el temporal que otros más centrados en el turismo de calidad, y supuestamente más eficientes, como Costa Adeje o Meloneras. Por un lado, fueron entornos que acogieron al turismo local, que se volcó en los lugares de veraneo tradicionales más que nunca. Por otro lado, al tratarse de entornos de bungalós y apartamentos que se adaptan bien a las largas estancias, se han adaptado mejor al sector de nómadas digitales que tras la pandemia parece haber llegado para quedarse. Por último, en los períodos más duros de la pandemia, y dado que el resto de los clientes les daban cierta vida a las localidades, era más fácil encontrar negocios y establecimientos abiertos en estos entornos que, por ejemplo, en las consideradas “Millas de oro” del turismo canario, zonas dedicadas a los hoteles de gran lujo que han sido en los peores momentos de la pandemia ciudades-fantasma. Sin embargo, ahora que hemos vuelto a condiciones prepandémicas parece que volvemos a pensar en lo que algunos llaman “turismo de calidad”: grandes instalaciones hoteleras que atraigan a turistas, más o menos tradicionales, de alto poder adquisitivo.
En su libro “El sentido de la disonancia: relatos sobre el valor en la vida económica” Stark recuerda que las sociedades están formadas por grupos con visiones contrapuestas de la realidad y que realizan atribuciones distintas de valor. Y es que, siguiendo a Stark, la disonancia no sólo es que no sea mala para la vida económica, sino que muy a menudo es tan sólo a partir de atribuciones de valor frecuentemente contradictorias que se crean las innovaciones. Por lo tanto, es posible plantear que la coordinación de las actividades económicas no tan sólo es que no requiera necesariamente de significados compartidos acerca de lo que es “el valor”. Sino que a menudo es justamente la diferencia entre el valor que distintos agentes otorgan a un mismo recurso lo que, generando innovaciones, crea valor. Al inicio del desarrollo turístico muchos terrenos áridos y soleados del sur eran vistos por la población local como “carentes de valor”, pues carecían de posibilidades para la explotación agrícola. Por el contrario, los promotores turístico- urbanísticos, que los veían como idóneos para el turismo, los veían “llenos de valor”.
¿Qué deberíamos hacer para gestionar el turismo y su engarce con el territorio en tiempos tan inciertos? Quizá lo mejor que podríamos hacer es intentar, en vez de imponer una “jerarquía del valor”, en que una determinada visión, sea técnico- economicista, empresarial o la que sea“ adjudique valores al suelo, permitir que la legislación refleje la diversidad de los valores que los distintos agentes le dan al territorio. Aunque no tengo propuestas concretas acerca de cómo hacer esto, podría decirse, usando los términos de Stark, que la cuestión clave en entornos tan dinámicos como los que nos toca vivir es preocuparse más por la adaptabilidad que por la adaptación. Es decir, en vez de preocuparnos tanto por conseguir un sector turístico lo más adaptado posible al mercado actual, la clave es cómo reformar la estructura del sector para responder a futuros cambios impredecibles en la actualidad. Pues, al fin y al cabo, no parece descabellado pensar que quizá en 20 años el turismo se parezca muy poco a lo que es ahora o hace 20 años. ¿Será la combinación entre viajes menos frecuentes, pero más largos, mayor peso del turismo de cercanía y un incremento de los nómadas digitales provocado por la aceleración del teletrabajo la alternativa al modelo turístico que en los últimos años ha generado tantos ingresos para Canarias? Pues no lo sé. Pero lo que sí sé es que, si creamos ciudades habitables en que puedan convivir turistas locales con teletrabajadores y otros usos del territorio estaremos más preparados para afrontar futuros e impredecibles cambios. Si, por el contrario, nos empeñamos en hiper especializarnos, y dedicar una parte aún mayor de nuestro territorio al turismo, tal y como ahora se entiende éste, lo que ahora parece la opción más eficaz y eficiente puede, en unos años, convertir muchas zonas turísticas isleñas en lo que se acabaron convirtiendo los zeppelines: mastodontes especializados que en su momento parecían la solución más eficaz y eficiente para viajar, pero no se pudieron adaptar a los cambios.
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