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A mi madre le encantó

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En la chica del adiós, Richard Dreyfuss encarna a un actor de segunda fila que, en un momento de la historia, se ve obligado a aceptar el papel del Ricardo III de Shakespeare en la versión delirante de un director vanguardista. A lo largo de la obra, el público va abandonando la sala con abucheos hasta que queda vacía por completo. Al finalizar, el director, exultante, se abraza a Dreyfuss gritando como loco: «A mi madre le encantó».

Tras la larga noche del 28 de mayo no sé con quien se habrán abrazado, por ejemplo, Javier Navarro, Alberto Rodríguez o Laura Fuentes mostrando su satisfacción porque «a mi padre/madre/pareja/amiga/amigo (táchese lo que no proceda) le encantó», sin tener en cuenta en absoluto el abandono masivo del público y la frustración de aquellos más fieles que aguantaron hasta el final de la obra.

No sé, tampoco, si habrán pensado que la dramática pérdida de cuatro escaños en el Parlamento de Canarias coincide, para mayor escarnio, con esos otros cuatro que gana VOX o que el consejero que consiguió la ultraderecha en el Cabildo de Lanzarote hubiera sido de la izquierda alternativa si hubiera ido unida.

Para colmo, hay quien se satisface porque “las semillas del drago están plantadas”, sin caer en la cuenta de que una de las características del Dracaena Drago es su lento, lentísimo, crecimiento pues puede tardar una década en crecer un metro, que si nos ponemos con metáforas vamos a llevarlas hasta el final.

Al parecer, hubo quien no se dio cuenta de que si unidas podemos, separadas nos estallamos y que ya no es tiempo de pensar si podemos sumar porque nos acercamos al momento en el que habrá que reconocer, tristemente, que pudimos.

Reconozco mi enorme enfado y no precisamente porque al PSOE le puedan faltar aliados, que también. Tampoco porque se le esté abriendo paso a la ultraderecha, que también. Lo que me enfada y entristece profundamente es pensar en el desprecio que suponen estos resultados para toda esa gente que tras el 15M volvió a creer que la política tenía sentido.

Lo he sentido muy próximo. En mi entorno más cercano ha sido amplísima, por no decir mayoritaria, la confianza depositada en Podemos. En algún encuentro familiar me he sentido como el socialdemócrata tibio, rodeado por gente ilusionada que me preguntaba cómo era posible que siguiera siendo socialista.

Hoy los ojos de esa gente se habrán quedado sin ese brillo que por momentos les envidiaba. Hoy volverán a pensar que nadie les representa y que el sistema está trucado, que la democracia es perversa e imperfecta y que no deja hueco alguno para sus aspiraciones.

Hoy necesitan como nunca que quienes les prometieron tomar el cielo por asalto reconozcan que se equivocaron. Que estaban equivocados y que ya se han dado cuenta de que al cielo no se llega, que el cielo, o lo más parecido que podamos, se construye a base de mucho esfuerzo y no pocas frustraciones y que la herramienta no es el asalto sino el consenso.

Hoy tendrían que dar un paso al lado quienes pusieron sus egos por encima de la gente, porque la supuesta patada que condenó injustamente a alguno de ellos, se la han dado ahora entre todos a quienes les otorgaron su confianza.

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