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Aquel maldito tren blindado (I)

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Está claro que el Neorrealismo estuvo muy influenciado por el largo periodo dictatorial del Duce ?Benito Mussolini- y las desastrosas consecuencias que para Italia acarreó la Segunda Guerra Mundial. Con el estreno de Roma, città aperta, de Roberto Rossellini, los espectadores de todo el mundo fueron conscientes de un movimiento artístico que buscaba retratar los lugares y las gentes de su país, sin querer edulcorar la realidad. Como botón de muestra, sirvan las primeras imágenes de otra de las obras maestras del movimiento, Rocco i suoi fratelli, dirigida por Luchino Visconti, inmejorable ejemplo de lo que es el Neorrealismo.

Sin embargo, y frente a este cine tremendamente comprometido, la industria cinematográfica italiana alumbró una larga lista de títulos enmarcados en un cine en el que el divertimiento era la base de cualquier trama. A nadie se le olvidan las comedidas de situación, tantas como estrellas hay en los cielos, y los no menos numerosos Peplum, también conocidos como las películas de “sandalias y espadas”, repletos de hercúleos personajes y situaciones imposibles.

Fueron los años de las películas protagonizadas por personajes mitológicos o religiosos, tales como Hércules, Sansón, Goliat, Ursus, Jasón y el ya mítico Maciste. Además, el pasado romano y belicosos gladiadores también llenaron las pantallas de medio mundo, en especial tras el estreno de Spartacus del director Stanley Kubrick.

Aquellos fueron años en donde el pasado, real o imaginado, le robó cierto protagonismo al presente, mucho menos atractivo y glamuroso que cualquiera de los escenarios que se veían en aquellas películas.

Y justo a finales de la década de los sesenta irrumpió el llamado Spaghetti Western, también conocido como Italo-Western, denostado en sus comienzos y valorado con el paso de los años.

Uno de sus máximos representantes, el realizador Sergio Leone, sorprendió a propios y a extraños con A fistful of dollars (Un puñado de dólares), la primera de las tres películas protagonizadas por Man with no name, un casi desconocido Clint Eastwood.

Leone, secundado por una magnífica planificación y una meticulosa puesta en escena, adaptó una de las obras maestras del realizador japonés Akira Kurosawa, Yojimbo, trasladando la acción al lejano oeste.

La propuesta no solamente terminó por revolucionar el género tal y como se lo conocía hasta entonces, sino que contó con una aliado de excepción en la persona del compositor Ennio Morricone. Sus melodías terminaron por convertirse en tan protagonistas como todos aquellos ajados y sangrientos cowboys, cuyas muertes marcaban el tempo de la narración.

Al igual que en cualquier expresión artística hubo de todo, buenos, regulares y malos Spaghetti Western, pero sería de necios negar el soplo de aire fresco que aportaron al salvaje oeste -tan típicamente norteamericano- realizadores, tales como Sergio Leone, sus tocayos Sergio Sollima ?director a redescubrir por las nuevas generaciones- y Sergio Corbucci, Lucio Fulci o Enzo G. Castellari.

No me quiero olvidar de realizadores españoles, tales como los hermanos Joaquín Luis y Rafael Romero Marchent, Alfonso Balcázar, Jesús Franco o el argentino, afincado en España, León Klimovsky. Su aportación al “viejo oeste” y a la misma industria cinematográfica nacional no debería pasar desapercibida por los espectadores.

Volviendo a los directores italianos que reinventaron el western, mi intención es detenerme en la figura de Enzo G. Casterllari, artesano realizador, el cual vuelve a estar en boca de todos tras el estreno de Inglorious Basterds, la que hasta ahora es la última película del director americano Quentin Tarantino.

El destino cinematográfico, amante de cambiar los nombres de la películas dependiendo del país en el que se estrenen, quiso que una cinta como Quel maledetto treno blindato (traducida literalmente en nuestras fronteras como Aquel maldito tren blindado) se transformara, a su llegada al mercado anglosajón, en Inglorious Bastards. (1)

Castellari debutó en 1966 con la película Pochi dollari per Django, aunque quien en realidad figura como director es León Klimovsky (Castellari figura como asistente del director, aunque con el nombre de Enzo Girolami).

Un año después y ya acreditado como director, Castellari dirigió Vado... l'ammazzo e torno y Sette winchester per un massacro.

A partir de entonces, el realizador italiano ha tocado géneros tan dispares, además del western como el thriller policiaco (Il giorno del Cobra, La polizia incrimina la legge assolve); el cine de género (Gli occhi freddi della paura); las aventuras de capa y espada, (Le avventure e gli amori di Scaramouche, Sinbad of the Seven Seas); los hombres frente a las bestias del mar (Il cacciatore di squali, L'ultimo squalo); películas post-apocalípticas (I nuovi barbari, 1990: I guerrieri del Bronx, Fuga dal Bronx); míticos personajes literarios de aventuras (Il ritorno di Sandokan) o el género bélico, dentro del que se engloba una película como Quel maledetto treno blindato.

El guión original de la cinta bélica le llegó al director justo cuando Sam Peckinpah acababa de estrenar Iron Cross, cinta que se ha convertido en todo un manifiesto contra la insensatez de la guerra y como ésta pervierte el espíritu de los seres humanos.

De la crepuscular película del realizador americano, Castellari tomó prestado el uso del ralentí en las escenas del ataque al tren blindado alemán por parte de la resistencia francesa, en los momentos finales de su película.

Castellari también bebe de otros clásicos del cine bélico como The Great Scape, en especial de la largamente comentada y visionada carrera motociclista protagonizada por el inolvidable Steve McQueen. En la película de Castellari será el cleptómano y bohemio Nick quien desafíe a las tropas alemanas, a lomos de su motocicleta tal y como hiciera el capitán Hilts (McQueen), una década antes.

Sin embargo se ha escrito mucho de la influencia de la película de Robert Aldrich, The dirty dozen, en Quel maledetto treno blindato, similitudes que no lo son tanto, una vez vista la obra dirigida por Castellari, a partir de un guión de Sandro Continenza, Sergio Grieco, Laura Toscano, Romano Migliorini y Franco Marotta (2)

Los personajes principales, si bien son delincuentes, no son reclutados por el ejército para una misión suicida, tal y como sí lo son los personajes de la película de Aldrich. El que, al final, acaben aceptando participar en una misión de alto riesgo junto con un coronel del ejército americano termina por suponer un acto de redención frente a los cargos que pesan contra ellos.

Bien es cierto que el personaje interpretado por Bo Svenson, el teniente Robert Yeager, logra controlar al resto de los soldados con los que emprende una fuga, en busca de un territorio neutral como Suiza, pero, no es, ni mucho menos, un personaje como el que interpreta Lee Marvin en The dirty dozen. Svenson compone un personaje mucho más sereno y menos mal encarado que Marvin en su papel del mayor Reisman.

Ni que decir tiene que el resto de los personajes tampoco se parecen demasiado a los delincuentes con los que trata Marvin en la película de Aldrich. Quizás el personaje de Tony (Peter Hooter), guarda cierta similitud con que interpretara Donald Sutherland (Vernon Pinkley) más por cierto parecido físico entre ambos actores y por algunos modos, que por la necesidad en si de parecerse a un modelo previo.

Personajes como el disparatado Nick (Michael Pergolani), capaz de tapar un agujero de bala en el depósito de gasolina de su motocicleta gracias a un chicle, o el resolutivo Fred Canfield (Fred Williamson) no tienen demasiada relación con los personajes de The dirty dozen.

Cierto es que Williamson es afroamericano como Jim Brown (Robert Jefferson en la película de Aldrich), pero sus personajes no pueden ser más opuestos. Williamson es extremo, a veces histriónico, y mucho más “cool” que el personaje interpretado por Brown.

La única referencia clara a The dirty dozen se debe más a la utilización de un escenario como el castillo del que se acaban escapando el coronel Charles Buckner y Canfield, ayudados por el resto de sus compañeros, que por la trama en la que se basan ambas películas.

Ya lo he dicho anteriormente. Si unos buscan conmutar y/o buscar una salida más o menos honrosa a su situación a una condena que pesa sobre sus cabezas ?los personajes de Aldrich-, los personajes de la película de Castellari son héroes totalmente circunstanciales, que, al final, aceptan una misión, a cambio de una redención, más personal que oficial.

Hay, incluso, un puente que debe ser destruido, otra referencia más a películas bélicas como The Bridge on the River Kwai o For Whom the Bell Tolls, ésta última, cuya historia se desarrollaba en la Guerra Civil Española. Aunque son solamente referencias tan del gusto de los puristas y de los críticos.

Eduardo Serradilla Sanchis

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