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El momento más complejo para la infancia

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Creo que muchas veces no reparamos en el hecho de que cualquier crisis en el continente africano, cualquier hambruna, cualquier conflicto o cualquier suceso que golpee de lleno a la población siempre tiene un efecto enorme en la infancia. Solo con darles el dato de que en un país como Níger, en el corazón del Sahel, la media de edad de su población es de 14,7 años, entenderán que el número de niños y niñas es gigantesco y que, por tanto, el impacto en ellos debe ser algo central en cualquier respuesta en materia de asistencia humanitaria y desarrollo que se plantee.  

Les hago esta reflexión a cuenta de un informe que UNICEF, la agencia de Naciones Unidas para la infancia, presentó la semana pasada, y que tiene una frase demoledora para llamar nuestra atención y, si es posible, actuar desde la solidaridad y la empatía: desde la II Guerra Mundial nuestro mundo nunca ha tenido tantos niños y niñas en situación desesperada de ayuda humanitaria.  

El informe lleva implícito el lanzamiento de un SOS a nivel global: más de 110 millones de niños en 155 países del mundo necesitan ayuda urgente. En términos económicos, el llamado de Naciones Unidas es muy grande: casi 10.000 millones de euros para poder ofrecerles toda la asistencia humanitaria que hace falta. Si uno se pone a desglosar los datos del informe, aparecen datos especialmente hirientes: ocho millones de menores de cinco años están en estos momentos en riesgo de morir por desnutrición aguda grave en 15 países del mundo, gran parte de ellos en el continente africano. 

Y eso, creo, merece nuestra atención, especialmente en países como el nuestro, donde nos parece que sufrimos el peor de los males por unos datos de inflación disparados tras la guerra de Ucrania. Son preocupantes, sí, pero al lado de casa, justo en la otra orilla del continente africano, está muriendo gente de hambre en cifras nunca vistas en los últimos 70 años. 

Se trata de diversas crisis superpuestas, que nos ha hecho aprender términos que hasta ahora no habíamos usado. El primero es la “policrisis”, donde las crisis del COVID, los conflictos y el cambio climático han generado lo que la propia Naciones Unidas lleva meses llamando “la tormenta perfecta”. El segundo es la “permacrisis”, que es un periodo prolongado de inestabilidad e inseguridad, especialmente como resultado de una serie de acontecimientos catastróficos que se combinan: sequías, inundaciones, desnutrición y conflictos prolongados. Ante estos fenómenos, ante la “permacrisis”, una campaña de UNICEF llama a la permacción para movilizarse y actuar solidariamente por parte de los que más tenemos hacia aquellos que viven en este bucle permanente de situaciones adversas que les ha tocado vivir. 

Ya les he hablado en varias ocasiones de las situaciones extremas de hambruna que viven tanto en el Cuerno de África como en el Sahel.  

En el Cuerno de África, recordemos, están entrando en el quinto año consecutivo de sequía, la más grave de su reciente historia. Cuatro años consecutivos de temporadas de lluvia fallidas han generado una situación extrema en partes de Etiopía, Kenia y Somalia, con consecuencias directas que empeoran las opciones de mujeres y niños.  

La pobreza extrema que genera la falta de cosechas o la muerte de los animales, es decir, la ausencia de alimentos y la dependencia exclusiva de la ayuda humanitaria, provoca directamente que se incrementen la violencia de género, la explotación y los matrimonios forzados, o hace que cada vez más niños y niñas no vayan a la escuela porque sus padres no pueden pagar absolutamente nada.  

Las cifras de la situación de estos países del este de África son demoledoras, y crecen con una rapidez inusitada: 36 millones de personas directamente afectadas por la sequía, una cifra que se ha duplicado solo en cinco meses. De ellas, según Naciones Unidas, 16,2 millones de personas ya no tienen acceso directo a agua apta para el consumo.  

En África occidental, especialmente en el Sahel, los datos son también muy preocupantes. En el Chad, por ejemplo, las recientes lluvias torrenciales y las inundaciones que provocaron (las peores en 30 años) afectaron a más de un millón de personas (200.000 hogares). El país saheliano ocupa el segundo puesto en el mundo en el ranking que establece dónde ser niño y niña es más complicado. En Nigeria, las recientes inundaciones han dejado a 2,5 millones de personas en necesidad de ayuda humanitaria, de las que 1,5 millones (el 60%) son niños y niñas.  

En conjunto, en toda la región de África occidental y central, más de 35 millones de personas (entre ellos 6,7 millones de menores) pasan hambre, a causa de esta policrisis que combina cambio climático, inseguridad y la subida de precios de los alimentos.  

“El Sahel se tambalea al borde de una catástrofe en toda regla: estamos viendo una reducción de la disponibilidad de alimentos en la mayoría de los países y los precios de los fertilizantes están aumentando”. La frase la pronunció este pasado jueves en un comunicado conjunto de varias agencias de Naciones Unidas Robert Guei, coordinador subregional para África occidental de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Esta sospecha hace que, en la región africana que nos es más cercana, las perspectivas para 2023 sean de que los 35 millones que ahora pasan hambre pasen a ser ¡48! el año próximo. 

A nivel global, de hecho, la situación que se vive hoy hace que no haya prácticamente ningún indicio para ser optimista de cara a 2023. Las perspectivas que afronta Naciones Unidas hablan de hasta 339 millones de personas, 65 millones más que en 2022, necesitadas de ayuda humanitaria.   

La emergencia climática, no lo duden, es sin duda el mayor disparador de estas cifras tan inquietantes. Tras la década con más calor registrado que nunca hemos tenido, sequías e inundaciones se han ido combinando en diversos puntos del planeta para generar lo que UNICEF considera un impacto directo en los derechos de los niños, al haber hasta 400 millones de niños y niñas que carecen de agua suficiente para satisfacer sus necesidades diarias. Las inundaciones, por ejemplo, han disparado las enfermedades que más incremento producen en la muerte infantil: malaria, cólera, diarrea y obviamente la desnutrición. 

Los demoledores datos que nos están advirtiendo desde Naciones Unidas deberían despertar, insisto, alguna respuesta en todos nosotros. No solo desde los Estados y sus instituciones, a las que corresponde intentar incrementar la ayuda humanitaria y colaborar con los organismos internacionales, sino a nivel personal, si podemos, de echar una mano. UNICEF es una de esas instituciones que se ha ganado con trabajo duro, seriedad e integridad el hecho de que podamos contribuir y tener bien claro que sí, que ese dinero acaba llegando realmente a sus destinatarios.  

 

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