Morir en diferido

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Cuando la derecha española insiste hasta la saciedad (y la pesadez) en que el gobierno debe bajar los impuestos porque donde mejor está el dinero es en los bolsillos de las familias, no sé si se refiere a la familia del Duque de Feria, a la familia real o a la de Rodrigo Rato. 

 Seguro que sus familias agradecerán muy mucho que el dinero de los impuestos esté en sus bolsillos y no en el bolsillo de la gente que más lo necesita. 

 El hijo del fallecido Duque de Feria y de Nati Abascal, que es a su vez marqués de no sé qué, se aprovecho de un buen contacto en el Ayuntamiento de Madrid, nada menos que un primo del alcalde, para conseguir un contrato fabuloso de aprovisionamiento de mascarillas por el que ganó en comisiones más de la mitad del total de la compraventa. 

 Ese dinero le vino tan bien a su bolsillo y al de su socio que nada más cobrar la millonaria comisión se compraron Rolex de oro, coches de lujo, un yate impecable y alguna que otra vivienda suntuosa, además de cinco noches de hotel que les costaron 60.000 euros. Había que celebrarlo por todo lo alto con caviar y champagne y en mala compañía. 

 Todo esto lo compraron gracias a sus contactos y aprovechando miserablemente una pandemia por la que morían cada día muchísimas personas. Hay que tener mucho cuajo para hacer negocios de la miseria y necesidades ajenas. 

 Sabemos que todos estos pelotazos se hacen todos los días y en todas las partes del mundo pero no deja de indignar cuando uno las conoce en vivo y en directo. Es como la guerra de Ucrania. Es una guerra tan injusta, descabellada y repugnante como todas las guerras que ha habido en la historia de la humanidad. Pero esta no la vemos en diferido. 

  Es una guerra que no es más cruel que otras que ya estaban desarrollándose en otros continentes. La diferencia, además de que la guerra por la invasión rusa está protagonizada por caucásicos blancos, rubios y de ojos azules, es que la vemos todos los días por televisión. Estamos ya familiarizados con ella. Es ya parte de nuestras vidas. 

 Hay otras tierras olvidadas como las de Siria o las de Yemen o las de Palestina o la del Sáhara, donde las guerras no son menos indignas y sanguinarias que la de Ucrania, aunque sí bastante más duraderas, pero la agresión rusa la tenemos presente desde hace un mes y medio porque se mete en nuestras casas sin avisar a través del televisor. Hasta en la muerte hay clases porque unos mueren en directo y otros en diferido. 

 Para el mundo occidental las vidas humanas y los refugiados valen más o menos dependiendo de la proximidad cultural o geoestratégica que tenemos con ellos. No es lo mismo un ucraniano que un sirio, un yemení, un palestino o un saharaui.

 Hipocritamente nos preocupa más la muerte de unos que de otros cuando todas las muertes son igual de sangrantes y lamentables. La vida de una persona debería valer lo mismo si es rica o pobre, si es africana o europea, si es islámica o cristiana o si es judía o atea.

 Siempre ha habido tratantes que comercian con la vida de los demás y que son insensibles con la muerte humana. Hay mucha gente abyecta que no solo es capaz de vender a un hermano por un plato de lentejas sino que también valora más un Lamborghini que la vida de cientos de miles de personas fallecidas en una fatal pandemia. 

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