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Pasar olímpicamente

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No hay nada como seguir las olimpiadas en silencio. Es difícil porque en mi calle están en obras desde hace meses construyendo dos nuevos edificios y además no tengo suerte últimamente con los vecinos ocasionales del alquiler vacacional del piso de arriba. Me tienen frito rodando los muebles pesados a las dos de la mañana o hablando alto a las cuatro y media de la madrugada como si fueran las cinco de la tarde. 

De todas formas me refería al silencio que supone bajar todo el volumen al televisor mientras puedes ver los Juegos Olímpicos con total tranquilidad y sosiego. Yo no sé cómo serán los locutores deportivos en las televisiones de otros países pero los españoles, además de ser muy estridentes y estruendosos, parecen más hooligans que periodistas serios. Son tan insoportables como escuchar a los locutores partidistas de las televisiones oficiales del Real Madrid o del Barcelona. 

Yo puedo entender, como periodista, que los del gremio también seamos humanos de vez en cuando y nos emocionemos tanto con nuestros compatriotas que dejemos la pasión a rienda suelta y nos comportemos de vez en cuando como animalitos viscerales cuando una karateca grita como una descosida o un adolescente consigue la medalla de oro en una escalada como la que hacen los niños en los parques infantiles pero con mucha más dificultad. 

Yo también me alegro mucho cuando ganan los nuestros pero no dejo de entender que el deporte es solo un juego y no sirve para solucionar la vida a nadie, excepto a los propios profesionales que se dedican enteramente a su oficio. 

No distingo muy bien la diferencia que puede haber entre un locutor deportivo en las Olimpiadas y un político fanático. Los dos se comportan de manera similar y sectaria, anteponiendo las vísceras al raciocinio. 

De todas formas, los políticos ultras y extremistas son mucho peores que los locutores hooligans. Siempre será más tolerable un periodista deportivo que se comporte como un vulgar hincha que un político racista que, aunque se crea muy patriota, hace ascos de los éxitos de los españoles de otras razas o mestizos, como el gimnasta dominicano conejero o la atleta gallega de ascendencia africana.

Los políticos que echan pestes de los inmigrantes y luego se congratulan de sus éxitos deportivos cuando compiten bajo la bandera española son mucho más vomitivos que esos locutores rancios que no saben narrar los acontecimientos deportivos con equilibrio sino vociferando con muy mala educación y muy poco estilo.

El nivel deportivo español vuelve a ser mediocre en estas olimpiadas pero nunca los deportistas harán tanto el ridículo como los colegas viscerales o los políticos ultras y xenófobos. De estos últimos hay que pasar olímpicamente. 

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