¿Cómo pensamos en la igualdad de género? Nuevas palabras para el día después

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El 25 de Noviembre hicimos todos juntos una travesía tan significativa humanamente como difícil socialmente. Nos unimos en el barco resquebrajado de la desigualdad y la violencia de género para cruzar juntos uno de los peores océanos de la vida de hoy. ¿O uno de los mejores océanos en el más inhumano de los navíos? Quizás. Un día después, a nadie se nos escapa que esta travesía no dura un sólo día, y que nos con/mueve a todos por igual. En mi caso distintas mareas de sinsentidos me iban lanzando a lo largo del día contra un amplio espectro de emociones, de tristeza, de solidaridad, sí; pero sobre todo de dolor intenso, de incredulidad, de esperanza casi siempre sin luz al final de la ola.  

En uno de mis ahogos, se me encendió la luz de las palabras con las que nombramos una relación de pareja. Me llevó un buen rato averiguarlas y la sorpresa fue triste cuando descubrí que usamos fundamentalmente léxico referido a la caza, a la cacería, como decimos en Canarias. Enseguida me surgió una pregunta desde la que quiero darles la mano como compañeras y compañeros de travesía: Si nunca hablaríamos de libertad en términos de caza, ¿por qué lo hacemos cuando hablamos de las relaciones amorosas, del amor, y de la convivencia entre una mujer y un hombre? Por qué activamos nuestro marco de conocimiento sobre esta actividad de cacería, acoso, acecho, trampa, etc., para dar sentido a, y estructurar socioculturalmente, la más atractiva y seductora de las relaciones humanas, la del amor y el sexo? Si nunca despreciaríamos los órganos humanos de la fertilidad, ni la experiencia de formación de una nueva vida, de un nuevo ser humano; si nunca despreciaríamos el amor como la experiencia más próspera que hemos conocido todos, ¿por qué y para qué lo hacemos cuando creamos desigualdades despreciables que conducen a la violencia y a la muerte? En otras palabras, ¿por qué lo hacemos cuando nos referimos a todo lo malo que nos pasa como coñazo? ¿o a cualquier persona que nos resulte inconveniente para nuestros propios intereses como hija o hijo de puta? Éstas preguntas aún no respondidas por la Antropología, la Sociología, o la Medicina, entre muchas otras disciplinas de conocimiento, son hoy enigmáticamente identificables desde la nueva ciencia de la Semiótica Cognitiva, y en particular desde la Lingüística Cognitiva, que analiza nuestros usos del lenguaje, nuestra lengua activada en vivo, para saber cómo pensamos/sentimos/valoramos realmente los conceptos más eficientes, estimulantes y valiosos para la salud, la prosperidad y el bienestar del grupo.

Los procesos de pensamiento humano no son algo que está ahí afuera, fuera de nuestros cuerpos, y que activamos por arte de magia. Los procesos cognitivos, afectivos y axiológicos que creamos para construir nuestras comunidades culturales en forma de conceptos o significados, emociones, y valores sociales, es algo de lo que a día de hoy sabemos mucho gracias a las Ciencias Cognitivas que han empezado a unir grandes esfuerzos investigadores de las nuevas Humanidades, Ciencias y Tecnologías para progresar y prosperar como sociedad. La nueva alianza en el marco del conocimiento más avanzado hoy dirigido a resolver grandes problemas sociales empieza a ser real por primera vez en la historia cultural de nuestro mundo. Los espectaculares descubrimientos sobre cómo actuamos, sobre cómo pensamos en lo que afecta a nuestra supervivencia, y sobre cómo nos comportamos socialmente las personas en el día a día de cada comunidad cultural son ya visibles desde las Neurohumanidades, la Neurociencia Cognitiva o las Tecnologías de Neuroimagen.

Una pregunta dispara mi pensamiento sobre cómo pienso la vida, y al pensar ahora en por qué he dicho dispara me veo atrapada en la misma trampa. Estas palabras me persiguen inconscientemente y acorralan mi discurso. Y pasa de nuevo. No quiero usarlas pero me surgen así de modo automático. ¿Qué estoy hablando/sintiendo/valorando entonces? Inmediatamente me sobreviene desde las profundidades una nueva pregunta ¿Por qué decimos que el tema de la desigualdad es embarazoso? ¿Embarazoso? ¿No es éste un significado peyorativo para algo tan maravilloso como el embarazo? ¿Por qué se nos ocurre inconscientemente? ¿En qué situación se originó este significado?... Y paro, porque me descubro verbalizando algo que no siento así.

La explicación a la que llego es que las injusticias también existen en los niveles biológico y puramente físico del pensamiento sociocultural, es decir, en los niveles cognitivos que no vemos; nada menos que un 98% del proceso hasta materializarse lingüísticamente en el último 2%. Lo esperanzador, por paradójico que parezca, es que en estos niveles biofísicos de enganche cognitivo es mucho más sencillo resolverlas; pero no hemos empezado aún a hacerlo desde las instituciones del conocimiento. Como en cualquier otro trastorno de la salud, es la ciencia y las personas que a diario trabajan en ella las que podrían hacerlo. Empecemos por sacar estas injusticias a la luz de las palabras que las construyen; y desde ellas, como fósiles léxicos de nuestros errores humanos demos a luz, configuremos una nueva forma de pensar para actuar y hablar de las relaciones vitales humanas. Un primer gran paso en esta nueva travesía compartida en la diversidad pasa por recomponerle los espacios mentales, los dominios conceptuales, los marcos semánticos y sus palabras a este rancio barco que hace aguas por todas partes. Cambiémosle las velas desgarradas de la caza por las de la casa; con todas las excelencias de nuestras experiencia de la casa como el lugar de la mejor forma de existencia en la evolución humana. Y naveguemos en igualdad y salud cultural por la más delicada de la mareas de la vida, la del género.

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