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Regalar el título de ESO

Regalar el título de ESO

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Ahora que estamos inmersos en el comienzo de un nuevo curso escolar, conviviendo aún con los efectos de la pandemia de la COVID19 y la progresiva vuelta a la normalidad, es buen momento para incidir sobre una cuestión crucial de nuestro sistema educativo público, que además se ha desarrollado con intensidad durante el pasado curso escolar por las circunstancias excepcionales de esa enfermedad y que pone en tela de juicio su eficacia.

Ese problema es la facilidad con la que el alumnado obtiene el título de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) y el papel que están jugando los docentes para contribuir a que haya estudiantes que aprueben y titulen bajo un rendimiento muy dudoso durante los cuatro años de ese ciclo escolar, gracias también a que ese sistema educativo ha quedado en manos de los políticos.

Esto no es un ataque a nuestro modelo de enseñanza, que presenta muchos defectos, que van más allá de las continuas reformas de las leyes que lo rigen en función del partido que gobierne. Se trata de comentario directo hacia un hecho que es conocido por todos y que banaliza una profesión que es crucial. Al mismo tiempo, sirve de advertencia para que comprendamos de una vez por todas que un título de formación reglada no es algo que se consigue en un mercadillo de segunda mano, sino tras demostrar una serie de conocimientos mínimos requeridos en un proceso de evaluación.

Hoy en día, el sistema educativo español está diseñado para beneficiar al alumnado y para garantizarle, bajo un régimen de acomodo, que con su gandulería puede aprobar sin ningún tipo de problemas en su trayecto hacia la obtención del título de la ESO. El listón de la exigencia ha ido descendiendo progresivamente, auspiciado por el enfrentamiento entre los partidos gobernantes, que están más interesados en imponer su reforma y modelo educativo que en la eficacia y beneficios que tendrán para la sociedad, y por los docentes, que ya solo son intermediarios entre ese alumnado y el Estado, hasta el punto que está en peligro el papel real que les corresponde.

Lo que antes implicaba un orgullo y una satisfacción personal por obtener el título del extinto Bachillerato Unificado Polivalente, por el componente de trabajo, horas de dedicación que conllevaba y los amplios conocimientos que aportaban, hoy en día es algo superficial, producto más de una obligación de permanecer en el aula que del beneficio de aprender.

No hay esfuerzo ni voluntad por adquirir cultura ni menos aun se valora la importancia de acceder a la enseñanza de manera gratuita, teniendo en cuenta que, en otros países, hay millones de jóvenes de su misma edad que trabajan explotados y que nunca han tenido esa posibilidad de estudiar.

Hemos instaurado una sociedad donde todo lo queremos al instante y de cualquier manera, pero mucho mejor si es regalado. Las capacidades quedan en un segundo plano. En los claustros, los profesores debaten si aprobar o no a alumnos que han suspendido de una manera evidente porque ni siquiera están interesados en la asignatura. Esta circunstancia la sé de primera mano por amigos que son profesores y que se encuentran desmotivados. Algunos no participan de ese circo, con la conflictividad que surge de por medio; otros, sí, precisamente porque no les importa nada su propia profesión, como tampoco aprobar a quien no se lo merece. Al final, a pesar de las voces detractoras que están en contra de esta última forma de proceder, muchos docentes aprueban a alumnos que no se lo merecían, con lo cual estos últimos no solo se benefician de su bajo o nulo rendimiento, al obtener esa titulación de manera injusta, sino que directamente imponen un modelo que prevalece para favorecer a otros alumnos que pasan por las mismas circunstancias. Ante esta situación, sientes que todo se puede comprar y vender.

La pregunta que debemos hacernos es en qué lugar queda ese sistema educativo y qué valor real tiene un título de la ESO cuando un alumno ha sacado una calificación de un nueve en una asignatura determinada, resultado de su trabajo durante todo el curso, y otro, que debería tener a lo sumo un uno porque no ha hecho nada en todo el año, aprueba a última hora con un cinco, gracias al consenso entre distintos docentes.

Simplemente, hemos dado un paso atrás de gigantes en lo que respecta a la importancia que juega la enseñanza en la construcción y la evolución de la sociedad. El resultado es que el propio profesorado se está sumando al desmantelamiento del sistema educativo como garante de una enseñanza fuerte y de calidad. Los adolescentes están acostumbrados a que sus progenitores les compren cualquier cosa a su antojo; para ellos, el dinero lo rige todo y no saben ni quieren saber lo que cuesta obtenerlo. Para eso están sus madres y padres, convertidos en su particular banco sin intereses. Esa misma actitud es la que han extrapolado a sus respectivos centros educativos, convencidos de que obtendrán su título de la ESO sin esforzarse lo más mínimo.

La pandemia por la COVID-19 les vino como anillo al dedo a muchos porque, en esa situación excepcional y en los meses previos a la finalización del curso escolar 2019-2020, se articularon todo tipo de medidas para aprobarlos por la cara. La demostración palpable de que el sistema educativo español no tenía los medios tecnológicos ni estaba preparado para la enseñanza online derivó en que era necesario empatizar con la realidad del momento. No se podía suspender al alumnado por la complejidad en la forma de afrontar la enseñanza durante los meses que faltaban para finalizar el curso escolar, circunstancia que además formaba parte del mensaje del Gobierno español en materia educativa, con lo cual existía un respaldo oficial que justificaba lo que todos ya nos aventurábamos a pensar y lo que defendían muchas familias: aprobar era como ir al mercadillo del barrio.

Hoy en día, una parte importante de esos estudiantes de la ESO no valora los conocimientos que tiene a su alcance ni tiene en cuenta su papel crucial en su desarrollo cultural y personal. Piensan que las respuestas a cualquier aspecto de la vida están dentro de los teléfonos móviles y que la información que figura en ellos es tan válida o más que las lecciones transmitidas por el profesorado. Todo lo quieren de forma fácil y gratis porque, encima, se creen con la capacidad de exigir a otros. Al final, solo puede calificárseles como vagos, que aluden constantemente a que deben disfrutar de su juventud y que repiten como un disco rayado que se les coarta su libertad y el disfrute de su tiempo libre con tantas obligaciones escolares.

Por último, en esta debacle no dejamos a un lado el papel crucial que siguen jugando las madres y los padres, en forma de juez y jurado, cuando sus hijos suspenden alguna asignatura. El gatillo que dispara la bala es su orgullo familiar, basado en creer que tienen la autoridad moral y física para imponerse en los centros educativos bajo cualquier pretexto, demandando que aprueben a quienes no han hecho nada durante todo el curso para que promocionen y hasta titulen en la ESO. La coacción, la amenaza e incluso el insulto tienen cabida en este proceso porque, a ojos de aquellos, la culpa siempre es del docente. Todo vale con tal de llegar primero a la meta.

Da vértigo pensar en esto. Todo vale con tal de llegar a la meta haciendo trampas por el camino.

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