Espacio de opinión de Canarias Ahora
Antes de la revolución, el saqueo por Octavio Hernández*
Conforme se extiende la recesión a una segunda vuelta de tuerca y se agota el sudor que el torno del paro puede exprimir, se despereza primeramente de su latencia una moral de saqueo, un ethos no ético que estamos comprobando, sin ir muy lejos, en el despliegue de los resultados electorales de mayo sobre la gestión de las administraciones locales y autonómicas. Los bendecidos por las urnas han cogido el aro de santidad que llevaban en la cabeza durante la campaña y bien pronto lo usan ya sin vergüenza alguna para embocar el saco del apandador. Han entrado los saqueadores de lo last, a la última y a por lo último. Temprano veremos que la descomunal falsificación de las cuentas privadas va en paralelo a otra equivalente en las públicas: se acabó el dinero, pero no el de verdad, sino el que nunca existió. Se ha esfumado. Así que queda leer no sin nostalgia a Pedro López Díaz con la satisfacción de que la historia no ha impugnado al viejo de las barbas, sino que algunos listos se han evadido de la realidad falsariamente metiéndose y metiéndonos con trampas de baja estofa en el tinglado de un bucle narrativo, que ahora nos está devolviendo a una mezcla temporal de algo de 1914 y algo de 1933, pero con armamento más sofisticado.
Los saqueadores han llegado, al fin, tal y como siempre han sido, como nunca han reconocido que son: malditos, sucios, vulgares, irracionales, criminales y caóticos. Y de esta paternidad de la patria vendrán dignos hijos revolucionarios, cuando toque, a pagar de la misma moneda y timbre, lo merecido. Pero, ojo, no corras a desempolvar y leer a Gorky. No serán así. Será una horda que todavía duerme dentro de los transeúntes del 15M y que nadie reconocerá haber imaginado en tan cívicos ciudadanos. Cuando los saqueadores lo hayan saqueado todo, la gente se quitará la venda de los ojos para ponérsela en la herida. Y cuando la hemorragia traspase la venda, buscará otros caminos de comunión con otra sangre. Ha sido así siempre y esta vez no será una excepción. Lo escribí hace tiempo y lo repito: la violencia viene, lenta, ineluctable, de donde nunca se fue. Pero no viene de cualquier manera ni por cualquier motivo: la traerá el saqueo, que es el permiso previo, elitista y distinguido, para que saqueen las masas.
El otro día la consejera Inés Rojas dijo: las subvenciones acomodan a la gente, así que ella, la paladina del chocolate del loro que nunca firma una concertación si puede dar un subsidio, la que nunca da un servicio obligado por ley si puede hacer dependiente al dependiente a través de una paga que engalane su ineptitud, la que le cuelga al personal administrativo, a las ONGs y a los cabildos y ayuntamientos, la losa de unos servicios sociales que, según parece, viven del aire acomodados en un paracaídas en caída libre lleno de agujeros financieros que verás que son autonómicos si tiras del hilo; precisamente ella se apunta al saqueo público, y la culpa, que antes era del déficit, de pronto ahora también es nuestra, que estamos muy cómodos, dice con la cara más dura que un zapato de los de tirar al atril presidencial. Pues sí, lentos de reflejos fueron quienes votaron a esta elementa y a los que la han premiado para humillar (¿o salvar de un fracaso previsible?) a Paquita Luengo. Luengamente ha de tragar este sapo Paquita, y de postre una serpiente nuña (no te envidio).
Así que, con nuevos saqueadores en ayuntamientos y cabildos, y otros más viejos en el gobierno de Canarias, la mesa está puesta para privar y privarse, saquear definitivamente, con la excusa de salvar los muebles o de salvarnos en un futuro indeterminado qui lo sá. Fin de existencias.
Durante décadas hubo anunciadores de la revolución necesaria e inevitable. Algunos podían pensar que poca necesidad había de ella, si nos la podíamos ahorrar, así que se hicieron el favor de enriquecerse a manos llenas ahorrándonosla, los pobrecitos, y tendríamos que estar agradecidos por el bienestar, económicamente ficticio, que hemos disfrutado desde el Plan Canarias de Suárez, por lo menos, remedo del de Zapatero Alma en Pena. Así que ahora desfilarán nuestros felices electos saqueando con una mano todo lo que puedan, con una sonrisa de plato irrompible, y agitando con la otra el trapo de las “alternativas para reducir el gasto público”. Y lo peor: no pueden denominarlo “Período Especial”, porque las comparaciones con Cuba, se sabe, son odiosas. Ocurrencias para perder el tiempo, como reducir el número de ayuntamientos sin mirar cómo está Navarra para que no se nos caiga el alma al suelo (casi 600 administraciones donde Canarias sólo tiene un centenar, y con la mitad de población que soportan las islas). En realidad, no se engañen, de lo que están hablando no es de administraciones, sino de capítulo uno, es decir, de personal: en todo lo que digan los saqueadores, desengáñense, todo, absolutamente todo, va a acabar en recortes para los trabajadores públicos, mandándolos al paro, a engrosar las filas del 15M, jaleados por la ira vengativa del pueblo que sufre sin salida el desempleo masivo, y pretende abofetear al político en la cara del funcionario. Toca sufrir. Sí, claro, ¿qué esperabas? Al final te toca a ti también.
Pero, claro, hay “alternativas” y “alternativas”. Por si las moscas, como bien sabe Jerónimo Saavedra que lo que viene es la falsa esperanza de volver a la peseta desde la estafa que ha resultado ser el euro, el mayor recorte salarial y aumento de precios concertado y pacífico de la historia del capitalismo, un soberano éxito de la ingeniería mandibular de la rata que muerde y sopla y hasta hace botellas como las de “la era post-industrial” (díganselo a los chinos), “la extinción del proletariado” (ídem), “la desaparición del Estado” (reídem) y otros narcóticos más potentes; pues Saavedra se ha apuntado ahora al Movimiento Europeo, que en el habla canaria tiene connotaciones tan estupendas que orillaré un comentario soez para apuntarlas con más detalle. Este europeo, fruto odorante de la flaccidez opípara de la burbuja inmobiliaria, quiere que seamos algo que la Unión Europea dice que podemos ser, pero que la pareja más feliz del mundo, Bruselas y Estrasburgo, transmutación transnacional de las capitales nacionales y nacionalistas, se esfuerza cada día en poner más difícil, en ese servicio doméstico tan tedioso de adecentar el oneroso pago centralizado de la reunificación al capital financiero alemán. Los atentados de Noruega son un síntoma abominable de esto, obra de un chiflado, pero consecuencia de las chifladuras europeas, inductoras, en la estructura profunda del pensamiento eurocéntrico, de tragedias como esa. Porque la Europa que defiende el machista desalmado de Utoya no es más que la versión refinada y desprovista de alharacas de la Europa del capital que tiene a gala haber engendrado, alimentado y madurado las dos guerras más destructivas y perversas de la historia humana. Ahora la familia crece y alguien tendrá que pagar caro el carnet de familia numerosa, que declarará a esa Europa que brinda en Salzburgo exenta de derechos humanos, civiles, sociales y políticos, hasta que el nuevo retoño cumpla la mayoría de edad y deje de jugar con pelotas de goma, balas de humo, porras eléctricas, cañones de agua, tanques, aviones teledirigidos, bombas de penetración con punta de uranio, nucleares tácticas, fosas comunes. No son de Matel.
Así que, sí, muchos agoreros parece tener ahora una indefinida revolución, producto de fantasmas y fantasías del siglo XX y de las tragedias materiales y climáticas del capitalismo del siglo XXI, pero en Canarias, en España, en el mundo, las cosas van por otro derrotero. Sólo hay prisa por el saqueo. Primero, el saqueo. Después conatos de violencia colectiva. De seguido, la maldita, sucia, vulgar, irracional, criminal y caótica consecuencia natural de lo anterior. Llámalo revolución, sólo si pone un paréntesis a estas desgracias. Pero no la quieras, no la desees. No será bonito.
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