Santiago Abascal y su demagogia sobre la invasión de Canarias

Inmigración.

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“Canarias está siendo invadida”. “No cabemos todos”. “Vienen a quitarnos nuestros puestos de trabajo”. “Quieren imponer su cultura”. “Han sembrado la inseguridad”. “Que se queden en su tierra, que nosotros no los molestamos”.   

Estas son algunas de las frases que en las últimas semanas han servido de aliento para que el presidente de VOX, Santiago Abascal, adquiera de nuevo protagonismo con su reiterativo discurso de que España está siendo invadida por migrantes ilegales, que vienen mayoritariamente de África, y que es necesario articular medidas extraordinarias para garantizar la salvaguarda del pueblo español. Las islas Canarias forman parte de esa proyección y está canalizando el desencanto de un sector puntual de nuestra sociedad, bajo un discurso agresivo, para magnificar este tema con el fin de crear una burbuja informativa e incrementar la tensión, acorde con los intereses de su partido, símbolo de la xenofobia y el racismo.

En otras ocasiones, ya he manifestado mi opinión sobre este tema de la migración ilegal y no quiero caer en la reiteración, pero es necesario desmontar este tipo de argumentos porque no se ajustan a la realidad que vive el Archipiélago, que por otro lado requiere de una solución que no pasa precisamente por no ayudar a estas personas.

Santiago Abascal no está al tanto de que las Islas están sufriendo el drama de la migración ilegal desde hace décadas. Las pateras y los cayucos no son algo nuevo. No obstante, como su partido tiene presencia en el Congreso de los Diputados y concibe que los Gobiernos anteriores no han solucionado este problema, se ha centrado en él para sumarlo a su política nacional de defensa acérrima de la patria y los recursos. Para ello, propone medidas drásticas, al más puro estilo del nacionalismo de derechas del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, al que tanto admira y que potenció la construcción del muro —aún no concluido— que divide su país con México y que alentó la política racial en contra de los hispanoamericanos que pisaban ilegalmente el suelo estadounidense.

En diciembre de 2020 Abascal visitó Tenerife, Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote para comprobar cómo estaba afectando este proceso a las Islas. No tuvo en cuenta la dificultad para realojar a este colectivo, ante la falta de infraestructuras, ni el estado deplorable en que llegaba desde África, pero sí para participar en una manifestación en Puerto del Rosario (Lanzarote), promovida por su partido, donde insistió en que la situación era insoportable en Canarias y que ya se estaba desarrollando un conflicto que ponía en peligro a la población insular. 

La maquinaria de la demagogia estaba perfectamente engrasada. A partir de ahí, no perdió la ocasión para resaltar lo que denominó como “invasión migratoria”. Esta expresión xenófoba forma parte del ideario de su partido, que emplea constantemente términos como “violación”, “inseguridad”, “amenaza” y “peligro real” para referirse a dicho colectivo, considerado un lastre por multitud de razones: detrae muchos recursos públicos con carácter asistencial, que por el contrario podrían destinarse para ayudar a los canarios que están sufriendo las consecuencias de la COVID-19; quiere imponer su cultura sobre la idiosincrasia española y la canaria en particular y no es proclive a una convivencia pacífica; y, por último, cuando regulariza su situación, resta capacidad de maniobra a la población local al ocupar puestos de trabajo que, originariamente, deberían estar destinados a esta última. 

Todo este énfasis peyorativo ya lo he escuchado antes de manos de otras formaciones de derecha y extremaderecha. No hay nada nuevo. Un discurso xenófobo con el que se justifica el ascenso al poder para desarrollar una política autoritaria, que niega la diversidad e impone la segregación racial porque los migrantes sin papeles tienen esta condición debido a las evidentes dificultades para obtener un permiso de residencia o de trabajo. 

En este sentido, quiero comentar otra afirmación de Abascal, donde incidía en que esa migración irregular “está destruyendo la imagen de Canarias, una tierra que se desangra y ve perder su economía”, basada en el turismo. 

El Archipiélago no se está desangrando ni su economía se está hundiendo por culpa de la llegada de migrantes ilegales. Abascal nos utiliza para sus intereses y para crear una imagen de caos en nuestro territorio con tintes apocalípticos. Efectivamente, la economía canaria depende totalmente del turismo y, desde hace años, estamos pagando ese grave error porque una sociedad no puede depender de un solo sector. Ya lo comprobamos con la crisis de la construcción, que formaba un binomio inseparable precisamente con el turismo. Entonces, la culpa no la tuvieron aquellos, sino el sistema económico neoliberal, donde los bancos determinaban si respirábamos o no, amparados por las fuerzas políticas.   

La actual situación responde a la proyección en el tiempo de las consecuencias de la crisis de 2008, donde se combinaron aspectos como la especulación del suelo, la corrupción (sigue vigente en todos los estratos), el referido sistema neoliberal (prima el enriquecimiento personal por encima de la distribución equitativa de la riqueza), el consumismo (la falsa felicidad y estabilidad depende de ella), la dependencia sectorial de la construcción (su quiebra puso fin a miles de puestos de trabajo directos e indirectos) y la ausencia de diversificación económica, entre otros.

Ahora, la COVID-19, ha obligado al cierre temporal del sector turístico como medida para intentar frenar su expansión, pero sus trabajadores siguen cobrando su salario, gracias al dinero público que reciben del Estado a través de los ERTE. Lo que suceda cuando terminen estos expedientes de regulación y el rumbo que tome la economía no depende otra vez la migración ilegal, sino nuevamente del sistema económico que hemos implantado y apoyado y de esa dependencia sectorial.

Desde mi punto de vista, Abascal debería tener en cuenta que son otros hechos los que sí dañan nuestra imagen como reclamo turístico, los cuales han sido noticia a nivel internacional en distintos medios de comunicación. Ese daño no lo producen los negros de las pateras, sino una parte de los blancos europeos (sobre todo británicos y alemanes), que utilizan nuestro territorio en sus vacaciones para dar rienda suelta a un comportamiento irracional. Nunca le he visto denunciar al turismo de las borracheras incontroladas, de las que están hartos muchos canarios que residen en núcleos como Playa de las Américas (Arona, Tenerife), los mismos que provocan continuas peleas y altercados en sus calles a altas horas de la madrugada, que practican el balconing y que dan rienda suelta a su frenesí sexual en lugares públicos sin importarles quién esté delante. 

Eso también lo sufrimos los canarios y forma parte del turismo de masas, que nos desprestigia y demuestra la falta de autoridad para ponerle fin. Evidentemente, el blanco europeo deja dinero aquí durante sus vacaciones y hay que permitirle de todo para que se sienta contento y vuelva, garantizando así que nuestra economía siga funcionando; por el contrario, el negro, el que viene en la patera, no crea un beneficio económico, sino que se convierte en un lastre y en una mala imagen de cara al exterior, con lo cual hay que eliminarlo a toda costa para que no altere la imagen idílica de sol y playa que se publicita constantemente. El dinero y la imagen pura del territorio español siempre están por encima de la cuestión humanitaria: esa es la política de Abascal y de sus seguidores.  

Si tan preocupado está por la economía canaria, debería fiscalizar más la actuación de algunos empresarios canarios que han utilizado durante años a africanos como mano de obra en la agricultura y la construcción, sabiendo que tenían la condición de ilegales, con lo cual no estaban asegurados y ni cubiertos ante un posible accidente laboral. Esos migrantes han mantenido una parte de la economía sumergida en Canarias, enriqueciendo con su trabajo a algunos blancos, que actúan fraudulentamente y que se aprovechan precisamente de las desgracias y las necesidades de aquellos para garantizar su posición social y empresarial. 

Y este enfrentamiento entre la idea de invasión y la opuesta de migración por necesidad seguirá produciéndose por efecto de la explotación de seres humanos en el tercer mundo, la falta de todo tipo de recursos básicos, las guerras, la miseria, la intervención empresarial occidental y los Gobiernos corruptos. Estos son los problemas que habría que solucionar porque el siglo XXI tiene toda la pinta de que se caracterizará por movimientos migratorios en masa y eso no hay manera de impedirlo.

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