Espacio de opinión de Canarias Ahora
Septiembre como promesa
En el IES Las Salinas, el primer lunes de septiembre es un día bonito. Supongo que es así en muchos, si no en la mayoría de los centros de enseñanza secundaria. Es así porque, a la vuelta de las vacaciones, uno puede reconocer en la sonrisa descansada, en el rostro despejado de preocupaciones, en el moreno de sus compañeros y compañeras, los dones de un verano deseado y necesario, las fuerzas renovadas para acometer la tarea que nuestra profesión nos pone delante cada septiembre. En esa sonrisa y en su reconocimiento hay un compromiso compartido, una complicidad profunda, aunque poco señalada, que reside en la certeza de los retos que vienen y de que, para afrontarlos, necesitamos todas nuestras fuerzas, disponer de nuestra inteligencia y de nuestro amor al máximo de sus posibilidades.
“No dejemos que los automatismos de nuestra profesión nos distraigan de lo trascendente”
De manera casi unánime, la mayoría respondemos con un “corto” a la pregunta “¿qué tal el verano?”. Así de relativo es el tiempo. Con la velocidad de su paso, el verano nos confirma que estamos hechos para la novedad haciendo volver el tiempo del niño, en el que no existe la rutina porque cada vivencia constituye un tesoro. El disfrute de ese tiempo nos invita a exprimir el presente, lamentando su fugacidad y, sin embargo, a la larga y con perspectiva, nos hace experimentar cuánto se dilata cuando es rico en vivencias. La relatividad del tiempo, su dependencia subjetiva de la calidad que atribuimos a nuestras experiencias, se nos muestra en todos sus matices cuando, con ese verano tan corto pero tan ancho de por medio, nos parece que hace un siglo de la despedida en junio. ¿Qué son dos meses, un año o una vida anodinas frente a la inmensidad de un solo día vivido con verdadero sentido?
Habitualmente, nuestros conocidos nos señalan con algo de envidia y un asomo de reproche por ese soñado verano de vacaciones del que gozamos los enseñantes. Mi respuesta siempre es la misma: de no ser por esos periodos de descanso, nuestra labor sería muy difícil de desempeñar. Lo cual es muy distinto a señalar que la docencia sea una profesión que merezca la pena por sus condiciones. Porque, junto a la alegría del encuentro, también cabe, cómo no, cierto escepticismo. Hay quién se pregunta cuánto durará esa energía, si llegará quizá a diciembre, cuando las evaluaciones y los exámenes por corregir pesen y el estrés no deje lugar para la escucha atenta, ni para una palabra tan generosa como la que nos permite la vuelta del verano. Este que escribe, también reposado y consciente de lo que tenemos por delante, se dice: no nos desanimemos; no dejemos que los automatismos de nuestra profesión nos distraigan de lo trascendente.
“El disfrute y el entusiasmo —el nuestro y el de nuestro alumnado— deberían convertirse en la principal referencia de nuestro éxito”
Es una tarea ciertamente titánica la de cambiar el mundo empezando por el aula, pero impera buscar la manera de mantenerla sin perder el sentido de nuestro trabajo, sin desdibujarnos, sin perder el único punto de referencia que tenemos: nuestro particular punto de vista, esa verdadera novedad que confiere riqueza a lo que enseñamos, así como las preguntas fundamentales sobre nuestro trabajo. Personalmente, trato de no perder de vista un puñado de ellas: ¿Por qué enseño? ¿Qué valor tiene mi materia para mí? ¿Cuáles son los elementos de mi disciplina que considero irrenunciables y que me hacen reconocer mi cualidad como ser humano? ¿Cómo transmitir ese valor a mis alumnos? ¿Cómo pretendo que les ayude lo que aprenden?
Es a la vuelta, con la necesaria perspectiva e imbuidos por un espíritu tan antiguo como el hombre, tan definidor de lo que es la humanidad —el de ser siempre más de lo que somos, el anhelo de plenitud que nos caracteriza y que se materializa de manera privilegiada en la labor docente—, cuando los profesores podemos afrontar con mayor conciencia nuestra vuelta al aula. Lejos de la ferocidad del día a día y de los requerimientos que nos hacen correr el peligro de convertir nuestra tarea, tan sustancialmente humana, en un quehacer burocrático y aletargante, el profesor puede plantearse qué hará este año para conseguir disfrutar de su tarea. Y lo que es más importante: conseguir con ello que disfruten sus alumnos. No olvidemos que el verano nos alivia porque brinda un aliento ciertamente necesario, pero no hay mayor fuente de energía que el disfrute y la labor realizada con sentido. Y eso solo se encuentra cuando lo que ofrecemos es genuinamente nuestro. Así, el disfrute y el entusiasmo —el nuestro y el de nuestro alumnado— deberían convertirse en la principal referencia de nuestro éxito.
“Es el momento de preguntarnos de nuevo qué sentido tiene educar en una democracia”
Por eso, es el momento de preguntarnos de nuevo, con renovado compromiso, qué sentido tiene educar en una democracia, qué tenían esos profesores que nos hicieron vibrar con sus materias y cuáles nos hicieron detestar la escuela y por qué. Y también las cuestiones prácticas: cómo afrontar una programación plagada de contenidos sin abrumarnos y sabiendo discernir, cómo acoger a los alumnos que conozco y a los que estoy por conocer, cómo afrontar el conflicto sin perder la oportunidad de enseñar… Es el momento, en definitiva, de hacer nuestros deberes, porque no podemos pedirles a nuestros alumnos que le den sentido a nuestro trabajo por nosotros. Esa tarea nos corresponde exclusivamente y debemos realizarla en profundidad, dando una respuesta personal a las preguntas que nuestra profesión nos pone delante en todo momento. De asumir esa responsabilidad, convirtiéndola en un gusto, depende un futuro que la consciencia disputa constantemente a la inercia.
Así, el último viernes de junio, cuando volvamos a despedirnos de nuestros compañeros —en el sentido profundo del término, porque son compañeros de un desafío en la que va el sentido mismo de la vida y del mundo— reconoceremos en nuestras caras cansadas el esfuerzo invertido, la generosidad diaria, la singular aportación que nos distingue a cada uno. Entonces, recordaremos que nada tiene más sentido que esto y, quizás, que ostentamos una gran responsabilidad y un gran privilegio que tiene que ver también con lo que recibimos, pero sobre todo con lo que damos. Y será ya el momento de dejar que el verano vuelva a inundarnos con su hechizo de luz.
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